Ciento veinticuatro

El parque de Villa Pamphili está iluminado por un bonito sol. Muchas personas disfrutan de un breve paseo antes de la comida dominical. Enrico empuja el cochecito mientras Ingrid se ríe señalando unos niños que corren a cierta distancia.

– ¿Qué haces? -pregunta él volviéndose.

Anna se ha parado a mirar una encina muy grande. La observa con atención.

– ¿Has visto qué bonito es este árbol? Está muy sano. Me gusta.

– Eres ecologista, ¿eh?

– Sí, los árboles son muy importantes… ¿Sabes que fijan el carbono?

– Sé que dan sombra en verano… ¿Qué ocurre, Ingrid? Cuidado no te ensucies. -La niña está intentando coger un sonajero que se le ha caído al suelo.

Anna se acerca a ellos corriendo y, cuando llega a su lado, se agacha y se lo recoge. Se lo tiende a Ingrid, que se echa a reír. Anna se incorpora y retoman su paseo, uno al lado del otro, ahora.

– ¿A qué se debe esa pasión por la naturaleza?

– Se la debo a mi padre…, me enseñó muchas cosas y me hizo comprender la importancia de amar, de entender y de proteger el medio ambiente. Me llevaba a dar largos paseos por el campo y las colinas, íbamos a la playa en bicicleta, en fin, a pasear, nunca en coche. Me divertía mucho. Él me lo explicaba todo, los nombres de los animales, el motivo de su comportamiento, la razón de que un árbol tuviese las hojas de una determinada forma y muchas otras cosas… Mi padre era genial. Vino a vivir a Roma cuando tenía veinte años para trabajar como diseñador gráfico y salió adelante.

– ¿Y antes dónde vivía? -le pregunta Enrico mientras le pone bien la chaqueta a Ingrid.

– En Holanda. Mi padre era holandés. ¡Por eso soy tan guapa y tan rubia! -Anna agita un poco su melena con aire provocador, pero después no puede contenerse y se echa a reír en seguida. Enrico la mira. Hay que reconocer que es guapa. Pero ella está ya en otra cosa. Habla a toda velocidad mirando al frente-. ¡Sííí! Bromeaba… La verdad es que guapa, lo que se dice guapa, no soy. ¡Pero rubia, sí! En cualquier caso, era un gran hombre. Murió hace tres años y lo echo mucho de menos.

Un velo de tristeza cubre de repente los ojos de Anna. Se para y se acerca al cochecito de Ingrid para jugar con ella intentando alejar esa nostalgia que difícilmente pasa. Enrico la mira de nuevo. Y siente una ternura repentina. Casi le gustaría abrazarla para consolarla. Echan de nuevo a andar.

– El legado más bonito que me dejó fue el del amor. Quiso muchísimo a mi madre, que era romana. Formaban una pareja fantástica, dos personas muy unidas y cómplices. Por eso yo tengo mis propias ideas con respecto al matrimonio. No quiero conformarme con una historia cualquiera, para mí tiene que ser algo único, un auténtico proyecto entre dos personas que se adoran y que se ayudan la una a la otra, que se gustan mucho y que incluso, después de muchos años, siguen teniendo ganas de besarse…, como les pasaba a ellos, que se buscaban siempre, físicamente incluso… -prosigue Anna.

Una brisa ligera agita su pelo y hace caer un mechón sobre su frente. Ella lo aparta con delicadeza y sigue andando.

– ¿Así que sueñas con casarte? -le pregunta Enrico.

– Sueño con una familia, cómo se formalice después ya se verá en su momento. Pero quiero una familia alegre, auténtica, que no se rompa con las primeras dificultades… Una familia integrada por un hombre y una mujer que se respetan de verdad, que desean el bien del otro y que no se rinden…, sólo que veo que a menudo no es así. Hoy en día las parejas se resquebrajan al primer problema, parece que están juntas sólo porque vivir en pareja está de moda, no porque se crea de verdad en ello. Hablo en serio… ¿Has visto cuántos matrimonios fracasan después de poquísimo tiempo juntos? -De repente se interrumpe. Claro que lo ha visto. A él también le ha pasado-. Perdona, Enrico, no pretendía…

Él sonríe con cierta amargura.

– No te preocupes…, tienes razón…, yo también opino lo mismo. Sólo que después miro alrededor y veo, entre otros, a mis amigos: Flavio, Pietro, el propio Alex…, tampoco sus relaciones van bien… Nuestra sociedad cambia y al final uno tiene que aceptar la imposibilidad de realizar su propio sueño y conformarse con el común, que es menos bonito y romántico… «Los castillos en el aire que se construyen sin apenas esfuerzo son difíciles de derribar.»

Anna lo mira.

– Qué frase tan bonita…

Por unos instantes Enrico se siente como Pietro, «el hombre de las citas», a quien tantas veces ha criticado porque usa las frases de los demás para llamar la atención.

– Sí, pero no es mía, es de François Mauriac… -reconoce, algo avergonzado.

Siguen andando en dirección al aparcamiento. Es casi la hora de comer e Ingrid tiene hambre.

– ¿Te quedas a comer con nosotros? Venga… Podríamos preparar un primer plato. También tengo un poco de queso, fiambre y achicoria fresca que podemos aliñar con vinagre balsámico si quieres… -sugiere Enrico.

Anna sonríe.

– Sí, vale, tengo la nevera vacía… ¡Me has salvado la vida!

Un poco más tarde, en casa de Enrico. Anna está en la cocina metiendo los platos en el lavavajillas. Enrico está acabando de quitar la mesa. Ingrid se ha quedado dormida en el sofá. Suena el teléfono. Enrico responde.

– ¿Hola?

– Dígame… -Enrico se queda petrificado. Ha reconocido de inmediato la voz. Al fondo se oyen unas conversaciones. Parece un restaurante-. Camilla…

– Sí. ¿Cómo va todo? ¿Cómo está la niña?

– Bien, está con la canguro. ¿Cuándo vas a venir a verla?

– La semana que viene… Oye, ¿no te olvidas de algo?

Enrico frunce el ceño. No entiende. Repasa rápidamente sus diferentes compromisos pero no se le ocurre nada.

– No, no creo. ¿Te refieres a Ingrid?

– No, a mí. Ayer era mi cumpleaños.

– ¿Y qué?

– Pues que no me dijiste nada…, no me felicitaste…

Enrico se queda pasmado. No es posible. Llama cuando le parece y ahora me reprocha que me haya olvidado de su cumpleaños. Hay personas que no saben lo que es el respeto por los demás, que no son conscientes de sus actos, que no tienen en cuenta lo que le han hecho a la persona que aseguraban amar.

– No creo que hubiese nada que celebrar, la verdad, Camilla…, y se me fue el santo al cielo. Es más, te diré una cosa: el hecho de que lo olvidara me produce una extraña felicidad.

Cuelga sin darle tiempo a contestar.

Enrico sigue asombrado cuando entra de nuevo en la cocina.

– ¿Qué te pasa, Enrico? ¿Qué ha ocurrido? -Anna se percata de su extraña expresión.

– Nada… Un problema absurdo que no se puede resolver… -y se pone de nuevo a recoger la cocina.

Anna prefiere no insistir, se da cuenta de que no es el momento. Enrico mete la botella de agua en la nevera y la mira.

– Oye, Anna, ¿cuándo es tu cumpleaños?

Ella se vuelve un poco sorprendida.

– Pues es el mismo día que nos encontramos en el rellano por primera vez…, hace ya algún tiempo.

Enrico hace un cálculo rápido. Menos mal, no es del mismo signo que Camilla.

– No te he contado cuál fue el regalo más bonito que recibí ese día… Me lo hizo Ingrid…, nada más acabar la entrevista contigo, cuando la cogí en brazos…

– ¿Cuál fue?

– Una sonrisa preciosa… Parecía que supiera lo que celebraba.

Enrico sonríe. El año que viene lo recordaré y, sobre todo, espero poder desearte muchas felicidades.

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