Una hora después están todos en el salón, casi arrellanados en el sofá. Alex sirve lo que queda del champán en la copa de Flavio.
Enrico alza la suya.
– ¿Sabéis lo que me apetece hacer en este momento?
– No.
– Un brindis… Un brindis por la única cosa que perdura en el tiempo, la única cosa inoxidable…, que resiste tanto a los éxitos como a los fracasos…, a los vendavales de la vida… Un brindis por la amistad.
El primero con el que hace chocar su copa es precisamente Pietro. Flavio y Alex se unen a ellos en seguida.
– Sí, es cierto…
– Por la amistad…
– Cuánta verdad hay en ese dicho… -Pietro apura su copa y prosigue-: «Las mujeres pasan… Los amigos permanecen…» -A continuación se vuelve hacia Alex-: Oh, disculpa, eh… Quizá tú estés ya fuera de esa categoría.
– ¡Sí, perdona, pero eres la excepción que confirma la regla!
– No lo entiendo… Os he traído champán, y ya veis qué champán… ¡El más caro!
– Madre mía, qué feo es ese vicio tuyo de hacer hincapié en el precio…
– Lo hago para que entendáis hasta qué punto es importante este momento para mí, mientras vosotros…
– Entiendo…, pero estás bromeando, ¿verdad?
Flavio deja su copa sobre la mesa.
– Cristina me ha dejado. Me ha dicho que lo nuestro se ha acabado. No consigo estar alegre, pese a la noticia de que te casas y a la botella de champán.
– Venga, no discutamos ahora. Además, perdona, Flavio, ¿eh? -Enrico se interpone-, pero acabas de decirnos que ella no está con otro, ¿verdad?
– Sí.
– Quiero decir, supongo que habrás echado un vistazo a sus sms, el correo, los e-mails…
Flavio lo mira enojado.
– Pues no.
– ¿No los has comprobado? En ese caso, ¿cómo puedes estar seguro de que te está diciendo la verdad?
– Porque he hablado con ella y eso me parece lo más fiable, no tengo ninguna necesidad de espiarla. Por eso sufro. Porque me basta saber que me lo ha dicho ella… Y es así, ella era la cosa más bonita de mi vida, se lo repetía siempre, era mi isla secreta, mi playa feliz, mi puerto seguro…
Pietro gesticula animadamente.
– Entiendo, hay otro hombre.
– Pero ¿qué dices?
– No lo soportaba más. Considéralo una consecuencia… La isla secreta, la playa feliz, el puerto seguro… ¡Al final se ha arrojado en brazos de un marinero!
Flavio se írrita.
– Tú siempre con ganas de bromear, ¿eh?
Enrico interviene.
– Perdona, Flavio, pero debes conservar la serenidad. La situación todavía se puede remediar. Reconozco que me cuesta admitirlo, pero lo suyo no es como lo de Camilla, que se ha fugado con un abogado a las Maldivas… O como Susanna, que ha pillado a Pietro con esa médica…
Enrico mira a Pietro, que no renuncia a aportar su granito de arena:
– Y eso que le dije que me había subido la fiebre, que era altísima, que tenía las facultades mentales disminuidas… -Sonríe malicioso-. Las físicas, sin embargo, funcionaban a la perfección…
Enrico y Alex sacuden la cabeza.
Enrico mira a Flavio y prosigue:
– ¿Ves? Su caso es patológico… El tuyo, en cambio, no. Se trata de algo pasajero. Quizá incluso sea beneficioso… ¿Cuántos años lleváis casados?
– Ocho…
– Sí, pero antes ¿cuánto hacía que estabais juntos? -lo interrumpe Pietro.
– Seis.
– ¿Lo veis? -replica Pietro-. Seis más ocho… Catorce. ¡Es la clásica crisis de la pareja!
– ¡Mejor dicho, la de los siete años multiplicada por dos!
Alex toma la palabra.
– Escuchad… Dejadme pensar, dejadme soñar por unos instantes. He venido a compartir un momento de gran felicidad con vosotros… Flavio, lamento mucho que te haya sucedido una cosa así justo ahora, pero Enrico tiene razón, quizá se arregle todo.
– Espero que así sea.
Pietro esboza una sonrisa.
– Bueno, se me ha ocurrido una cosa: ¿queréis saber qué es lo más absurdo de esta noche?
– Venga, dispara… -responde Enrico, preocupado-. Con tal de que no sea una de tus habituales estupideces.
– No, no, estoy hablando en serio. Tenemos que Celebrar una cosa: antes éramos tres hombres casados y él era el único soltero.
Alex sonríe.
– Reconozco que os envidiaba un poco, un poco mucho…
– ¡Ahora somos tres separados y él está a punto de convertirse en el único casado!
Flavio se levanta de un salto del sofá.
– ¡Un momento! Acabáis de decirme que aún me queda alguna posibilidad. ¡Os estáis cachondeando de mí!
Pietro se acerca a él y lo acaricia.
– Bueno, bueno…, claro que la tienes… -Después simula que es un perro-. Pero ahora, sit, sit… ¡Tranquilo!
Flavio lo aparta de un empujón.
– Pero ¿cómo puedes tratarme así! ¡Que te den por culo!
– Era una broma, intentaba quitar hierro a la situación… ¡Es un modo de estar a tu lado. ¿Qué pretendes, que te compadezcamos? No se reacciona así ante las cosas, ¡coño!
– ¿Ah, no?… -Flavio está a punto de atacarlo de nuevo, le pone una mano en la cara y lo empuja-. ¡Ahora te enseñaré cómo reacciono yo!
Enrico y Alex intervienen al vuelo y lo detienen.
– ¡Venga, tranquilos! Tranquilos, ¿se puede saber qué estáis haciendo?
– Pues sí… Nos conocemos desde hace veinte años, jamás hemos discutido, ¿y tenemos que hacerlo precisamente ahora?
– Veinte años…
– Eso es…, quizá más…, desde que íbamos al instituto.
Pietro se queda pensativo.
– Es verdad. -A continuación mira a Flavio-. Y tú me pasabas siempre los deberes de matemáticas.
– Eh…, y te ayudé a aprobar, pese a que eras un negado… ¿Y ahora cómo me lo agradeces? Me tratas como a un perro.
– Tienes razón, perdóname. -Se abrazan; después Pietro se separa y lo mira curioso-. Pero ¿sabes hacer ya una suma larga?
– Sí, creo que incluso más, desde que estábamos en el instituto.
Esta vez Flavio se echa a reír.
– Sí…, ¿cómo no? Te lo ruego, divide siempre por dos y llévate uno… prescindiendo de, pero bueno, ¡lárgate, venga!
Alex esboza una sonrisa.
– Muy bien…, así me gustáis más. Con un poco de serenidad, poco a poco se logra todo.
Pietro lo mira.
– Sí, sí… Tú, mientras tanto, cásate… ¿Cuánto tiempo llevas con Niki?
– Casi dos años.
– Pues ya hablaremos dentro de cinco… ¡Quiero ver cómo llegas a ese momento!
Alex se mete las manos en los bolsillos.
– Pero bueno, ¿qué es esto? ¿Todos contra todos? Chicos, tenemos que querernos mucho y confiar en que las cosas nos irán bien a todos… Yo, en cualquier caso, no me alegraría nunca si uno de vosotros tuviera un problema… Antes de decidir que quería casarme jamás esperé que rompierais para poder estar en igualdad de condiciones, ¿no? Quería casarme y punto. Me habría gustado hacerlo con Elena, pero ya sabéis lo que pasó. Ahora espero poder hacerlo con Niki. Más aún, ahora quiero casarme con Niki y confío en que… Mejor dicho, todo tiene que salir bien y vosotros debéis ayudarme para que así sea. Porque yo soy feliz de lo que me está ocurriendo. Porque la felicidad de un amigo es también la mía… Y me gustaría que para vosotros fuese también lo mismo…, ¡que os alegrarais por mí! ¿O no es así?
Alex los mira. Están sentados en el sofá delante de él y permanecen en silencio.
Enrico sonríe al final.
– Tus palabras me han conmovido.
– Sí, son preciosas -corrobora Flavio.
– Tiene razón, me he equivocado -asiente Pietro.
Enrico lo abraza.
– Enhorabuena, Alex. ¡Te deseo que seas muy feliz!
Flavio se levanta también para abrazarlo.
– Sí, yo también.
Pietro se une a ellos.
– ¡Eh, que os olvidáis de mí! ¿Qué pretendíais? ¿Dejarme al mar- j gen? ¡Canallas!
– Nosotros, ¿eh?…
Y permanecen juntos en el centro del salón, riéndose y bromeando.
– Sí, os quiero mucho…
– ¡Anda ya!
No se dan cuenta de que en ese preciso momento alguien está introduciendo la llave en la cerradura y abriendo la puerta. Entra Medi, una mujer de unos cincuenta años, filipina, que se queda boquiabierta al ver a ese grupo de hombres brincando y abrazándose de esa forma.
– ¡Te quiero mucho!
– ¡No, yo más!
– ¡Me gustaría divorciarme y casarme con todos vosotros!
Cuando Pietro acaba de dar una vuelta entera, su mirada se cruza con la de la filipina.
– ¡Ah, hola! -Tras separarse de sus amigos se acerca a ella-. Usted debe de ser Medi, ¿verdad? Martinelli me dijo que de vez en cuando viene para arreglar la casa… A partir de ahora seré yo…
– Sí, el señor me lo ha dicho. Sólo traía esto como él me había pedido… -Le enseña una caja con unas botellas de agua-. Porque el otro día acabé la que había… Y, además, esto…
Pietro coge el sobre que le tiende la mujer con las facturas del agua, del gas y de la luz.
– Sólo rae ha dicho que el señor debe cambiar los contratos y que las necesitaría… Además, si usted quiere, yo puedo volver mañana… Aquí tiene mi número y mis tarifas…
Pietro mira la hoja que le está tendiendo con todo lo que la Medi-service es capaz de hacer.
– ¿Nueve euros la hora?
– Como todas, pero mejor que todas.
Pietro se vuelve hacia sus amigos.
– Hasta tiene un eslogan… Esta tipa te robará el trabajo, Alex. -La acompaña hasta la puerta-. Está bien…, gracias. Si la necesito, la llamaré… -Una vez que la mujer se ha marchado, Pietro se reúne de nuevo con sus amigos-. ¿Os dais cuenta?
Flavio asiente con la cabeza.
– Están superorganizadas.
– Eso es porque nuestras mujeres les han dejado demasiado espacio -sigue Enrico-. Deberíamos haber controlado también esto, la situación se nos ha ido de las manos.
Pietro permanece en silencio. Alex se aproxima a él.
– ¿En qué estás pensando?
– En que Martinelli se ha preocupado en seguida de los gastos, y que a saber qué piensa esa tipa después de habernos visto saltando y riéndonos como unos imbéciles… Pero, sobre todo, a saber lo que irá contando luego por ahí.
Flavio se acerca.
– ¿Y qué crees que puede pensar? Que somos amigos.
– Es verdad -Pietro esboza una sonrisa.
Flavio lo mira y cambia de expresión.
– Por cierto… ¿Puedo pedirte una cosa? Dado que Cristina quiere estar sola y que yo tengo que buscar un sitio, ¿puedo quedarme contigo hasta que lo encuentre?
Pietro se queda callado por un momento, después ve los ojos de Enrico, pero sobre todo la mirada severa de Alex, y sonríe.
– ¡Claro! ¡Faltaría más! ¡Hay habitaciones de sobra!
Flavio lo abraza.
– ¡Gracias! Voy a coger en seguida la maleta que tengo en el coche.
Pietro espera a que salga.
– Vaya, así que lleva la maleta en el coche; eso quiere decir que daba por supuesto que se quedaría aquí.
– Pues sí que… -Alex sacude la cabeza-. Eres un malpensado.
Justo en ese momento suena el móvil. Es Niki. Alex sonríe algo cohibido y se aparta un poco de sus amigos.
– ¡Hola, Niki!
– ¡Hola, cariño! Cuéntame, ¿cómo ha ido en casa de tus padres?
– Ha sido coser y cantar…
Nike percibe un extraño silencio.
– ¿En serio? ¿Me estás diciendo la verdad?
– Claro que sí, cariño, faltaría más.
Niki recela.
– ¿Dónde estás?
– En casa de Pietro…
En ese mismo instante entra Flavio con dos maletas y varias bolsas.
– ¿Qué es todo ese ruido?
– Los demás han venido también.
– ¿Ah, sí? -La voz de Niki es de nuevo entusiasta-. ¿Se lo has dicho también a ellos?
– Sí…
– ¿Y cómo se lo han tomado?
Flavio abre la maleta y, al hacerlo, caen al suelo algunos jerséis, recuerdo de su vida con Cristina. Se entristece y mira desconsolado a sus amigos.
– Todavía no puedo creer lo que ha sucedido…
También ellos parecen tristes e intentan animarlo, pero Flavio está muy deprimido. Niki insiste:
– Entonces, ¿cómo han reaccionado tus amigos?
Alex comprende que en ciertos casos no queda más remedio que mentir.
– No te lo puedes ni imaginar, están locos de contentos.
– ¡Genial! ¡Es un momento precioso para todos!
Pero en ese mismo instante Flavio rompe a llorar.
– Ahhh…
– ¿Qué ocurre?
– Creo que nada grave…
– Pero ¿quién está llorando así?
A Alex se le ocurre al vuelo una respuesta.
– ¡Es Ingrid, la hija de Enrico! Tendrá hambre… Perdona, Niki, ¿puedo llamarte luego?
– Claro que sí, ve…
Alex cuelga y se acerca a Flavio.
– ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?
– Al abrir la maleta he visto este suéter.
– ¿Y qué?
– Pues que me lo regaló ella…
– ¿Y qué? No me parece que sea nada tan grave…
– No, tú no puedes entenderlo. Era San Valentín, habíamos paseado durante todo el día y, como siempre, decíamos que nos gustaría escaparnos en un barco…
– ¡Aquí tenemos de nuevo al marinero!
– ¡Venga, Pietro!
– Tenéis razón, perdonadme.
Flavio prosigue con su relato:
– Esa noche desenvolvimos los paquetes y descubrimos que los dos nos habíamos regalado el mismo jersey. Justo el mismo, idéntica marca, idéntico color… -Flavio lo levanta y se lo enseña-. ¡Éste! -y se echa de nuevo a llorar-. ¿Qué estará haciendo ahora Cristina?
Pietro exhala un suspiro.
– ¿Y qué estará haciendo ahora Susanna? Quizá esté metiendo en la cama a Carolina…
Enrico suspira a su vez.
– Pues yo prefiero no saber lo que pueda estar haciendo Camilla… Peor aún, me lo imagino.
Alex toma las riendas de la situación.
– Escuchad, tenemos que animarnos como sea. ¿Os apetece que salgamos a cenar juntos, como en los viejos tiempos?
– ¿Japonés?
– ¡Sí!
– ¿Cerveza y partidita de póquer?
– ¡Sí! -responden todos a coro.
Alex intenta puntualizar:
– Pero sin que nos den las tantas, que mañana tengo una reunión.
Todos lo miran enojados.
– ¡Ya habló el que está a punto de casarse!
Alex entiende de sobra que no debe insistir.
– Está bien… Yo repartiré las cartas.
Y se sientan a esa mesa de cristal demasiado grande, cercanos, amigos, unidos en ese nuevo y extraño momento de compañerismo, como no sucedía desde hacía varios años. Y mientras las cartas pasan de una mano a otra, en sus mentes se entrelazan todo tipo de pensamientos. Pietro recuerda una ocurrencia de Woody Allen: «Soy la única persona de este mundo capaz de lograr una mano de póquer con cinco cartas sin que ni siquiera dos sean del mismo semen.» Todos se echan a reír.
– ¡No es mi caso! No sabéis qué punto tengo…
– ¡Estás fanfarroneando!
– Ven a verlo si te atreves. ¡Cien euros!
No se sabe quién ganará esa mano, pero una cosa es segura: ninguno de ellos perderá nunca esa espléndida amistad.