Noventa

– ¿Y bien? ¿Qué tal ha ido, Niki? -Simona se precipita en dirección a su hija, a la que ha oído entrar por la puerta de la sala.

– He sacado más de sesenta fotografías y he recorrido al menos cien kilómetros… He visto treinta posibles sitios donde podríamos celebrar la fiesta… Y ahora tengo ganas de vomitar.

– ¿Por el coche? ¿Te has sentido mal?

– Sí, pero no por la forma en que conducían, ¡sino por lo que decían! ¡Esta boda me está estresando mucho, mamá!

– He pedido que me den el día libre mañana en el trabajo para poder acompañaros, ¿te parece bien?

– ¡Gracias, mamá! -Niki abraza a su madre saltándole al cuello.

– Haremos lo que tengamos que hacer pero con calma, no debes agotarte, tiene que ser una bonita boda y punto.

– Esperemos…

Simona abraza con fuerza a su hija.

– Será así, ya lo verás.

Niki, destrozada por el día, por el parloteo y la dificultad de dilucidar cuál de todas esas preciosas mansiones es la más apropiada, se dirige hacia su habitación casi arrastrando los pies. Simona la mira con una sonrisa de ternura en los labios. Será un bonito día, Niki, ya lo verás, y al final todo resultará más fácil de lo previsto; de repente todo se pondrá en su sitio, pum, así, como por arte de magia. La oye cerrar la puerta de su habitación. Siempre y cuando tú lo desees de verdad, Niki.

Niki arroja el móvil sobre la cama en el preciso momento en que éste empieza a sonar.

– ¡Alex!

– ¿Cómo estás, amor mío?

– Bien. Bueno, bien…

– ¿Qué ha pasado?

– Nada.

– Ah… Por un momento me has preocupado… ¿Cómo te ha ido con mis hermanas?

– Bien…

– ¿Bien de verdad o lo dices sólo por educación?

– Bien porque son tus hermanas.

Alex se echa a reír.

– Lo sé… Las conozco… Bueno, cariño, cuando superes esta prueba tendrás la impresión de que el resto de tu vida discurre cuesta abajo.

– Preferiría una llanura tranquila…

Alex esboza una sonrisa.

– Tienes razón… Yo te di la posibilidad de echarte atrás…

– No, no, venga, ahora ya está, no te preocupes. Aunque me dijiste que colaborarías y…

– He tenido una infinidad de cosas que hacer, cariño.

– Ya está, lo sabía…, así que tampoco nos veremos mañana…

– No creo…

– ¿Y durante los próximos días?

– Será difícil…

– ¡No, si al final parecerá que tenga que casarme con una de tus hermanas!

– Pasaremos juntos el sábado por la tarde…

– Oh… Estupendo… ¿Y adónde piensas llevarme?

– Esto… -Alex permanece por unos instantes en silencio, no sabe muy bien cómo decírselo-. Tenemos el cursillo prematrimonial…

– ¿También eso?

– Es obligatorio…

– Está bien… Hablamos luego, venga. Ahora quiero comer algo, me muero de hambre.

– Como quieras… Hasta luego, amor mío… -Ah, una última cosa, Alex… Tus hermanas no vienen al cursillo prematrimonial, ¿verdad?

Pero al día siguiente, y a pesar de la presencia de Simona, las distintas etapas que han programado Margherita y Claudia vuelven a ser un auténtico tour de force.

– Miren, éstas son las invitaciones Pineider, las mejores de todas, las tienen en diferentes gramajes…

Niki mira intrigada a la propietaria del precioso establecimiento de la via degli Scipioni. Ésta le sonríe.

– El peso del papel determina, naturalmente, su coste… Disculpen… -mira primero a Simona, después a Margherita y, por último, a Claudia-, ¿cuál de ustedes es la novia?

Las tres se vuelven y señalan a Niki.

– ¡Ella!

– Ah…, bueno… En ese caso tenemos también invitaciones más modernas y, además, depende siempre del tipo de letra que decidan emplear… Eso es lo que marca la diferencia, tanto en lo relativo al coste como a la importancia y la modernidad de la invitación.

– Pero ¿cuánto cuesta cada invitación? -Simona no consigue contener la curiosidad.

Margherita y Claudia hacen como si nada. La señora parece ligeramente avergonzada.

– Bueno, digamos que antes debería elegir una, así podría decírselo con mayor precisión.

Niki decide salir en ayuda de su madre y coge al vuelo la primera de las que están esparcidas por la mesa.

– Ésta, por ejemplo.

La señora la coge

– Hum, veamos…, número de referencia 30…, ¿cuántos invitados?

– Aún no lo sabemos, ¿verdad, Niki? -le pregunta Simona a su hija.

– Ah.

Margherita y Claudia sonríen.

– Digamos que aproximadamente…

– Unos…

– Unos…

Niki y Simona se miran.

– Bueno, digamos que unos…

– Bueno, más o menos…

– Cien… -aventura finalmente Simona.

Al ver la expresión de asombro de Margherita, cambia de opinión:

– Doscien…

Ve la de Claudia y vuelve a cambiar:

– Trescien…

Las dos hermanas asienten con la cabeza risueñas.

Niki interviene de repente:

– ¡Cuatrocientos! Mis invitados serán cuatrocientos… -dice risueña a la señora, que le devuelve la sonrisa y se pone en seguida a hacer unos cuantos cálculos.

– Bien, supongo que querrán que las enviemos a los correspondientes domicilios, ¿verdad?

– Sí, claro…

– En ese caso el coste de esta invitación, que pesa treinta gramos, y del envío a casa a los cuatrocientos invitados oscilará entre los mil ochocientos y los dos mil cuatrocientos euros…

Simona abre desmesuradamente los ojos.

– Bueno, si reciben una invitación que cuesta eso… ¡Tendrán que asistir todos a la fuerza!

Luego continúan con la frenética resolución de los diferentes preparativos de la boda.

– ¿Te parecen bien éstos?

Niki niega con la cabeza desechando un pequeño colgante de plata como obsequio para los invitados.

– ¿Y esto? -Una jarrita de cerámica.

Niki vuelve a negar con la cabeza. Y así consideran uno a uno los objetos más variopintos, desde un pequeño marco de fotos a un lazo de plata, pasando por una bandejita con un hombre y una mujer estilizados que van en bicicleta, al estilo de los dibujos de Peynet, o un servilletero. Y eso no es todo.

– ¿Cómo organizamos la disposición de los invitados?

Margherita es incansable.

– Pues…

– Pero ¿es que nunca descansan? -le comenta Niki en voz baja a su madre.

Simona se ríe.

Margherita avanza por la calle.

– Mis amigas siempre han encontrado una manera encantadora de distribuirlos.

– Yo, sin ir más lejos -explica Claudia-, usé nombres de flores… Rosa, tulipán…

Margherita, en cambio, está más orgullosa de su elección.

– Pues yo utilicé piedras preciosas… Mesa diamante, mesa jade, esmeralda o turquesa.

– Nuestra amiga Ballarini optó por las frutas -prosigue Claudia-. Mesa melocotón, ciruela, pera… Se casó en verano… Simona esboza una sonrisa recordando su boda.

– Nosotros organizamos las mesas pensando en la música: cada una llevaba el nombre de un grupo. En esa época la música nos volvía locos -se dirige sobre todo a Niki-. Mesa U2, mesa Wham! o mesa Aerosmith…

Margherita y Claudia se miran de nuevo estupefactas.

– ¡Ah, qué simpático! -dicen con una sonrisa forzada.

Niki, por el contrario, parece entusiasmada…

– ¡Me encantaría hacer como vosotros! Sólo que con grupos actuales… No sé, tipo… mesa Negramaro…

Margherita se sorprende.

– ¿Quiénes son? Parece el nombre de un digestivo.

Claudia empuja a su hermana.

– ¡Desde luego, mira que eres antigua! Yo sí que los con Él se llama Giuliano y canta como los ángeles.

En esta ocasión son Niki y Simona las que sonríen.

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