NOVENTA Y NUEVE

Harry contuvo la respiración mientras los carabinieri dejaban pasar el Fiat blanco en dirección a Bellagio y se dirigían al siguiente coche de la cola, al que hicieron avanzar hasta las luces de control. Al otro lado, otros dos carabinieri se encargaban de los vehículos que abandonaban la ciudad mientras que otros cuatro permanecían junto a un coche blindado aparcado en el arcén.

Cuando Harry divisó las luces, adivinó lo que significaban antes de que se detuviera el tráfico. Era consciente de la suerte que habían tenido la primera vez, cuando Elena y él iban solos en dirección contraria; en esta ocasión eran tres, y contuvo la respiración, esperando lo peor.

– Señor Addison… -Elena miraba al frente.

Harry se percató de que el coche de delante había avanzado y de que ya se encontraban a la altura del puesto de control. Un carabiniere armado les indicó con la mano que se aproximaran. A Harry le dio un vuelco el corazón y sintió sudor en las palmas de las manos; el policía volvió a hacerles una seña para que se acercaran.

Respirando hondo, Harry soltó el pie del embrague y avanzó hasta que el agente le ordenó que se detuviera. Dos carabinieri se acercaron con potentes linternas.

– ¡Joder! -Harry expulsó todo el aire de golpe.

– ¿Qué sucede? -preguntó Elena.

– Es el mismo tipo.

El carabiniere también reconoció a Harry. ¿Cómo iba a olvidar la vieja camioneta y al cura que por poco lo había atropellado esa mañana?

– Buona sera -saludó el carabiniere.

– Buona sera -respondió Harry.

El carabiniere iluminó el interior del vehículo con la linterna. Danny seguía durmiendo, apoyado en Elena, todavía con la chaqueta negra de Harry.

El segundo carabiniere se encontraba al lado de Elena y le ordenó que bajara la ventanilla, pero ella no hizo caso y se dirigió al otro policía.

– Íbamos a un funeral, ¿se acuerda? -preguntó en italiano.

– Sí.

– Ahora vamos de regreso. El padre Dolgetta -dijo señalando a Danny, en voz baja para no despertarlo- vino de Milán para oficiar la misa. No debería haberlo hecho, ya ve lo delgado que está. A pesar de estar enfermo, no quería desatender sus obligaciones. Pero ha sufrido una recaída y queremos meterle en cama lo más pronto posible, antes de que se ponga peor.

Por unos instantes, el carabiniere los miró en silencio, iluminando con la linterna primero a Harry y luego a Danny.

– ¿Qué quiere que hagamos? ¿Bajar del coche? ¿Quiere que lo despierte y le obligue a salir? -inquirió Elena enfadada-. ¿Por qué les cuesta tanto dejarnos pasar si ya nos conocen?

Los coches de atrás empezaron a dar bocinazos. Los conductores estaban hartos de esperar y la cola era cada vez más larga. Al fin, el carabiniere apagó la linterna y los dejó pasar.

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