Elena Voso cruzó la plaza y bajó por la escalera que conducía al lago. Las tiendas para turistas bordeaban ambos lados de la calle; la mayoría ya estaban abiertas y en su interior, tanto vendedores como clientes sonreían al inicio del nuevo día.
Ante ella, varias embarcaciones recorrían la superficie del lago, y al final de la escalera se encontraba el embarcadero del hidrodeslizador. La hermana Elena se preguntó si ya habría llegado el primer barco o si Luca y los otros estarían en Como o en la estación, esperando el tren a Milán. Al pie de la escalera también se encontraba el hotel Du Lac, pero todavía no había decidido qué iba a hacer cuando llegase allí.
Después de que Edward Mooi saliese de la gruta, Elena había acompañado a Salvatore y a Marta hasta el lugar donde les esperaba despierto Michael Roark o, mejor dicho, el padre Daniel. Elena le presentó a la pareja mayor y le dijo que cuidarían de él hasta que ella regresara. A pesar de que el enfermo había recobrado en parte el uso de las cuerdas vocales y era capaz de hablar durante cortos períodos, guardó silencio mientras su mirada inquieta escrutaba los ojos de ella, como si supiera que Elena había descubierto su verdadera identidad.
– No le pasará nada -lo tranquilizó la enfermera antes de dejarlo en compañía de Marta, quien se ocuparía de cambiarle las vendas, pues tenía algunos conocimientos médicos.
A continuación Salvatore guió a Elena hasta una entrada de la gruta que ella no había visto antes. Tuvieron que recorrer un intrincado camino por pasadizos labrados en las rocas hasta que llegaron a un montacargas, que los llevó al exterior a través de una abertura natural de la roca.
Una vez arriba, caminaron por un sendero en el bosque hasta llegar a una carretera secundaria donde había una camioneta aparcada. Salvatore le explicó cómo llegar a Bellagio y qué debía hacer una vez allí.
Elena se encontraba enfrente del hotel Du Lac cuando de pronto divisó a la policía. Delante del embarcadero había una ambulancia y tres coches patrulla rodeados de curiosos, mientras que a la izquierda estaba la cabina telefónica en medio del parque desde donde debía llamar al hermano del padre Daniel.
– Se ha ahogado alguien. -Oyó que decía una mujer mientras varias personas corrían a la orilla para averiguar qué había ocurrido.
Elena miró primero a la policía y luego a la cabina. Según Edward Mooi, ella era responsable del padre Daniel. Quizá fuera cierto, pero su cabeza le indicaba que lo correcto era alertar a las autoridades. No importaba que la madre superiora estuviera al corriente de lo sucedido, ni tampoco era asunto suyo si el padre Daniel era o no culpable, para eso estaba la ley. Sólo sabía que a él y a su hermano los buscaban por asesinato. Tenía la policía al alcance de la mano, sólo tenía que acercarse.
Y eso fue lo que hizo. Dio unos pasos al frente alejándose de la cabina telefónica y cruzó la calle en dirección a los agentes. Cuando llegó a la acera opuesta escuchó un murmullo entre la multitud agolpada en la orilla y aparecieron más curiosos, impacientes por saber qué sucedía.
– Allí -gritó alguien.
Elena divisó entonces a unos submarinistas de la policía que extraían del lago el cadáver de una persona. Unos agentes levantaron el cuerpo y lo depositaron en el embarcadero. Otro lo cubrió al momento con una manta.
Ese breve instante, ese segundo en el que Elena entrevió el cuerpo sin vida que yacía en el suelo, la dejó del todo paralizada. Era el cadáver de un hombre.
Luca Fanari.