VEINTINUEVE

Roma, a la misma hora

De pronto sintió que cientos de piececitos, ligeros y menudos, caminaban sobre él, pies pequeños, como los de los roedores. Con un esfuerzo sobrehumano, Harry abrió un ojo y entonces las vio. No eran ratones, sino ratas.

Correteaban por encima de su pecho, del estómago, de sus piernas. Alerta, Harry comenzó a gritar, intentando espantarlas. Algunas desaparecieron pero otras permanecieron allí, con las orejas erguidas, observándolo con sus diminutos ojos rojos.

Entonces percibió el olor pestilente y recordó las alcantarillas.

En torno a sí oía el rumor del agua en movimiento y estaba mojado. Se incorporó, volvió la cabeza y con el ojo bueno vio a cientos de ellas en tierra firme, mirando, esperando. Por eso no se habían acercado más: tenían miedo al agua. Sólo las más valientes se habían aventurado a cruzar las aguas poco profundas donde yacía.

Sobre su cabeza se alzaba el semicírculo de piedra antigua del techo, y la misma piedra combinada con cemento componía las paredes a ambos lados de la alcantarilla. Algunas bombillas dispersas de poca potencia iluminaban el entorno.

Lo vio. ¡Veía! Por lo menos un poco.

Harry se tumbó, cerró el ojo derecho y todo desapareció. Permaneció inmóvil por un instante, hizo acopio de valor y abrió el ojo izquierdo.

Oscuridad. Nada en absoluto.

Abrió el ojo derecho de inmediato y el mundo cobró forma de nuevo: luz tenue, piedra, cemento, agua.

Ratas.

Vio que las dos más próximas al ojo derecho avanzaban un poco, moviendo el hocico, enseñando los dientes. Las más valientes entre las valientes, era como si supieran que si le quitaban el ojo ya no vería nada y sería suyo.

– ¡Fuera! -gritó mientras intentaba ponerse en pie, pero sintió que le clavaban las garras.

– ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Joder! ¡Fuera!

Se agitó de un lado a otro, y su voz reverberaba contra la piedra. Al intentar librarse de ellas, tropezó y cayó en aguas más profundas, que lo cubrían y arrastraban. Estaba seguro de que se habían soltado, de que las había oído chillar aterrorizadas al intentar llegar a tierra sin ahogarse. Harry abrió la boca para respirar pero sólo le entró agua y sintió que se ahogaba arrastrado por la corriente. Lo único que distinguía era el sabor del agua, podrida, llena de su sangre.

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