Roscani miraba la lancha desde el embarcadero. En el interior yacían los cuerpos sin vida de un hombre y una mujer. Ésta había tenido la suerte de que el asesino no utilizara la cuchilla con ella como hizo con su acompañante o con Edward Mooi, cuyo cuerpo habían encontrado casi decapitado flotando en el lago.
Edward Mooi.
– ¡Mierda! -dijo en voz alta-. ¡Mierda!
Debió haber adivinado que Mooi ocultaba al cura, debió haber regresado a la casa a presionarlo en el momento en que encontró los motores calientes de la lancha, pero no lo hizo porque lo habían llamado para informarle del hallazgo de los cadáveres del lago.
Roscani dio media vuelta y caminó por el pasillo central de la gruta, pasando por delante de los bancos de piedra hasta llegar a la habitación del fondo, en la que el cura había permanecido oculto, y donde en ese momento Scala y Castelleti contemplaban el cadáver de un carabiniere, una víctima más del hombre del punzón para hielo, de quien sólo sabían que era rubio y presentaba unos arañazos en la mejilla.
«Biondo», rubio, había logrado decir el carabiniere con los ojos vidriosos, sujetando a Scala con una mano y arañándose la cara con la otra.
«Graffiato», había tosido, con los dedos todavía sobre la mejilla. «Graffiato», arañado.
«Blondo. Graffiato.»
Rubio, fuerte, rápido y, a juzgar por las uñas de la mujer muerta, con el rostro arañado.
Los restos extraídos de debajo de las uñas se mandarían al laboratorio para realizar el análisis de ADN. La nueva tecnología, pensó Roscani, era útil sólo cuando se disponía de un sospechoso y de una muestra de sangre que cotejar en un banco de datos.
Roscani entró en la habitación por delante de Scala. Castelletti fue de nuevo al cuarto donde se habían encontrado los efectos personales de la monja.
Elena Voso, hermana enfermera, de veintisiete años, miembro de la Congregación de Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón, convento del Hospital de Santa Bernardina de la ciudad toscana de Siena.
Roscani regresó al túnel principal y, pasándose los dedos por el cabello, intentó encontrar un sentido a todo aquello. Eros Barbu era un hombre de gran fortuna, pero ni las personas que se habían ocultado allí ni sus escoltas lo eran. ¿Por qué había permitido Barbu que se refugiaran en su propiedad?
Ésta era una pregunta que el propio Barbu no contestaría. La Policía Montada de Canadá estaba investigando su supuesto suicidio en un sendero montañoso en Banff. Decían que se había pegado un tiro por la boca con una escopeta, pero Roscani sabía que no se trataba de un suicidio; estaba convencido de que había sido víctima de alguien vinculado al asesino del punzón para el hielo, por su relación con el padre Daniel, o bien con el fin de averiguar el paradero de éste. Quizá se trataba de la misma persona que le había quitado la vida al socio de Harry Addison en California. En este caso, la conspiración revestía un alcance todavía mayor del que había imaginado.
El inspector oyó el eco distante de los ladridos de los perros rastreadores que guiaban por el laberinto de túneles a sus cuidadores y a los carabinieri en busca del rastro de la hermana Elena Voso, del cura y… de su hermano. Roscani no tenía pruebas de ello, no era más que un presentimiento, pero algo le decía que el norteamericano había estado allí y había ayudado a su hermano a huir.
Roscani sacó media galleta de chocolate del bolsillo y le dio un mordisco.
En el exterior, un helicóptero coordinaba las batidas. Habían encontrado unas huellas a la salida del ascensor y el rastro de un vehículo; alguien lo había conducido hasta allí, lo había aparcado y se había marchado de nuevo. Todavía era muy pronto para juzgar si las huellas los llevarían hasta el hombre rubio o hasta los fugitivos.
Al margen de lo que había ocurrido o iba a ocurrir, una cosa estaba clara: Roscani ya no estaba lidiando simplemente con un cura fugitivo y su hermano, sino también con personas muy bien relacionadas a escala internacional, muy preparadas y sin escrúpulos para el asesinato. Cualquiera que tuviese la menor idea sobre el paradero del sacerdote se había convertido en un objetivo potencial.