– Cuando llegue a la puerta, tuerza a la derecha -le indicó Danny a Elena mientras atravesaban el Salón de los Papas, la última estancia de los aposentos de los Borgia.
Elena jamás había visto al padre Daniel tan inquieto ni ansioso. Cuando la obligó a dar media vuelta en el pasillo percibió un tono apremiante en su voz que delataba algo más que el simple nerviosismo provocado por la situación; era miedo.
Entraron, torcieron a la derecha y avanzaron por un largo pasillo donde se encontraba un ascensor en el lado izquierdo.
– ¡Párese aquí! -ordenó Danny.
Elena se detuvo y pulsó el botón del ascensor.
– ¿Qué sucede, padre? Ha ocurrido algo, ¿verdad?
Por unos instantes Danny contempló a los visitantes que iban y venían de una galería a otra.
– Eaton y Adrianna Hall están en el museo, buscándonos. No debemos permitir que nos encuentren.
En ese momento se abrió la puerta del ascensor. Elena comenzó a empujar la silla de Danny cuando de pronto oyeron una voz familiar a sus espaldas.
– Pasaremos primero, si no les importa.
Al volverse, vieron a la mujer de pelo blanco con su hija. Era la segunda vez que se encontraban frente a frente con una de las personas del autobús. Danny se preguntó si no se trataría de una maldición.
– No, esta vez no, señora. Lo siento. -Danny la fulminó con la mirada mientras Elena introducía la silla en el ascensor.
– Esto es imperdonable -protestó la mujer-. No subiré en el mismo ascensor que usted, señor.
– Gracias.
Danny se inclinó hacia adelante, pulsó el botón y la puerta se cerró delante de las narices de la mujer. Mientras descendían, Danny sacó del bolsillo el juego de llaves que el padre Bardoni le había entregado en Lugano, introdujo una en el panel de botones del ascensor y la hizo girar.
Elena observó que, en lugar de parar en la planta baja, el ascensor proseguía su descenso. Cuando por fin se detuvo, la puerta se abrió a un pasillo de servicio mal iluminado. Danny extrajo la llave del panel y pulsó el botón de bloqueo.
– Bien, ahora a la izquierda y después a la derecha.
Quince segundos más tarde entraban en la sala de máquinas que contenía el sistema de ventilación del museo.