TREINTA

Viernes, 10 de julio, 1.00 h

Una mano rozó el rostro de Harry, que gimió, temblando. La mano se apartó y regresó con un paño húmedo para limpiarle la cara y la herida de la frente y eliminar con suavidad la sangre coagulada que le enmarañaba el pelo.

A lo lejos se oía un eco retumbante al tiempo que temblaba la tierra, pero tanto la vibración como el ruido se detuvieron un momento después. Sintió que alguien le sacudía los hombros y abrió los ojos o, más bien, el ojo con el que veía. Al hacerlo se sobresaltó, pues una cabeza desproporcionada lo miraba con atención, los ojos brillantes bajo la luz tenue.

– Parla Italiano?

En el suelo, había un hombre sentado junto a Harry. Su tono de voz era alto y su acento, extraño.

Harry se volvió para mirarlo.

– Inglese?

– Sí… -susurró Harry.

– ¿Americano?

– Sí… -susurró de nuevo.

– Yo también, hace tiempo, de Pittsburgh. Vine a Roma para participar en una película de Fellini. No lo conseguí y nunca regresé.

Harry oía el sonido de su propia respiración.

– ¿Dónde estoy…?

El rostro sonrió.

– Con Hércules.

De repente, una segunda cara apareció ante él y lo miró fijamente. Era una mujer de tez oscura. Tendría unos cuarenta años y llevaba el pelo recogido con un llamativo pañuelo. Se arrodilló a su lado, le tocó la cabeza y le levantó la mano izquierda, que llevaba vendada. La mujer miró al hombre de cabeza desproporcionada y le comentó algo en un idioma que Harry jamás había oído. El hombre asintió, y la mujer miró a Harry de nuevo antes de irse. A continuación, se oyó el sonido de una puerta pesada que se abría y se cerraba.

– Ha perdido la vista de un ojo, pero pronto la recobrará. Me lo ha dicho ella. -Hércules sonrió otra vez-. Debo limpiarle las heridas dos veces al día y cambiar el vendaje de la mano mañana. El de la cabeza hay que dejarlo un tiempo…, también me lo ha dicho ella.

La tierra tembló de nuevo.

– Ésta es mi casa, mi hogar. Es un antiguo túnel del metro. Llevo aquí cinco años, pero nadie lo sabe, bueno, excepto unos pocos como ella… No está mal, ¿eh? -Se rió mientras se incorporaba con la ayuda de una muleta-. Aunque mis piernas son inútiles, tengo hombros enormes y soy muy fuerte.

Hércules era un enano, medía poco más de un metro, tenía una cabeza enorme en forma de huevo, y sus hombros, en efecto eran descomunales, como sus brazos. El resto del cuerpo era minúsculo y las piernas como palillos.

Hércules cojeó hasta una pared detrás de él y regresó con una segunda muleta.

– Le han pegado un tiro…

Harry lo miró desorientado, pues no recordaba nada.

– Ha tenido mucha suerte, la pistola era de pequeño calibre, la bala le alcanzó la mano y rebotó en su cabeza… Lo encontré en la cloaca.

Harry lo miró con el ojo bueno, sin comprender, esforzándose por recordar por salir del oscuro túnel en el que se encontraba su mente y regresar a la realidad. Por alguna razón, pensó en Madeline, la vio allí, con los brazos y piernas extendidos, el cabello flotando debajo del hielo y se preguntó si ella había sentido lo mismo, como si pasara de la horrible realidad a un sueño, alternando uno y otro hasta quedarse dormida para siempre.

– ¿Le duele?

– No -Hércules sonrió.

– Es por su medicina. Es gitana y sabe curar a la gente. Yo no soy gitano pero me llevo bien con ellos, me dan cosas, y yo a ellos, nos hacemos favores. De este modo nos respetamos y no nos robamos…

– Soltó una risita y se puso serio de nuevo-. Ni tampoco le robaré a usted, padre.

– ¿Padre?

– Llevaba sus papeles en la chaqueta, padre Addison… -Hércules se apoyó en las muletas y señaló a un lado.

La ropa de Harry estaba colgada de una percha improvisada y, junto a ella, extendido con cuidado para que se secara bien, se hallaba el sobre que Gasparri le había entregado junto con los efectos personales de Danny: el reloj chamuscado, las gafas rotas, la identificación del Vaticano y su pasaporte.

En un ejercicio de acróbata, Hércules se dejó caer con las muletas para sentarse junto a Harry como antes, cara a cara, como si de pronto hubiese arrimado una silla.

– Tenemos un problema, padre. Supongo que usted querrá hablar con alguien, con la policía seguramente, pero no está en condiciones de andar todavía, y yo no puedo contarle a nadie que está aquí porque descubrirían mi guarida. ¿Lo entiende?

– Sí…

– De todos modos, más vale que descanse. Con un poco de suerte, mañana será capaz de ponerse en pie e ir adonde quiera.

De repente, Hércules ejecutó la acrobacia inversa y se levantó apoyándose en las muletas.

– Ahora debo marcharme. Duerma sin miedo, aquí está a salvo.

Acto seguido, el enano dio media vuelta y desapareció en la oscuridad. Harry oyó el eco de sus pasos y luego el chirrido de la misma puerta de antes al abrirse y cerrarse.

Harry se recostó y se percató de que tenía una almohada debajo de la cabeza y el cuerpo tapado con una manta.

– Gracias -susurró.

Escuchó de nuevo el temblor y sintió que la tierra se estremecía al pasar el metro. Unos segundos más tarde le venció el cansancio, cerró los ojos y su mente se vació de todo pensamiento.

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