Li Wen, de cuarenta y seis años de edad, salió del ascensor en el octavo piso y enfiló el pasillo, buscando la habitación 886, donde lo esperaba James Hawley, ingeniero hidrobiológico de Walnut Creek, California. Vio por las ventanas que la lluvia había cesado y el sol empezaba a brillar. El resto del día sería caluroso y de una humedad agobiante, tal como anunciaban las predicciones. La habitación 886 estaba a mitad del pasillo, y Li Wen encontró la puerta entreabierta.
– ¿Señor Hawley? -dijo.
No hubo respuesta. Li Wen alzó la voz.
– ¿Señor Hawley? -Pero tampoco obtuvo respuesta. Abrió la puerta y entró en la habitación.
En el interior, el televisor en color mostraba un programa informativo, y sobre la cama había un traje gris claro que debía de pertenecer a un hombre muy alto. Junto a él había una camisa blanca de manga corta, una corbata a rayas y un calzoncillo bóxer. A su izquierda, la puerta del baño estaba abierta, y se oía el ruido de la ducha.
– ¿Señor Hawley?
– Señor Li -la voz de James Hawley se elevó por encima del agua-. He de pedirle perdón otra vez. Me han convocado a una reunión urgente en el Ministerio de Agricultura y Pesca. ¿Sobre qué? No lo sé. Pero da igual. Todo lo que necesita está en un sobre en el cajón superior de la cómoda. Sé que tiene que tomar un tren. Ya beberemos un té o una copa la próxima vez.
Li Wen vaciló, luego se dirigió a la cómoda y abrió el cajón superior. Dentro había un sobre del hotel con sus iniciales escritas a mano. Lo abrió, echó un breve vistazo a su interior, lo introdujo en el bolsillo de su chaqueta y cerró el cajón.
– Gracias, señor Hawley -dijo hacia el vapor que salía del baño y se marchó, cerrando la puerta tras de sí. El sobre contenía justo lo prometido, y no había necesidad de agregar nada más. Le quedaban poco más de siete minutos para abandonar el hotel, sortear el tráfico de la avenida Jianguolu, y subir a su tren.
De haber olvidado algo y regresado para buscarlo, Li Wen habría visto salir del baño de James Hawley a un chino bajo y regordete enfundado en un traje. Éste se acercó a la ventana, echó un vistazo al exterior y vio a Li Wen cruzar la calle frente al hotel y caminar a toda prisa hacia la estación de tren.
Volviéndose, sacó con rapidez una maleta de debajo de la cama, colocó las prendas cuidadosamente extendidas de James Hawley en su interior y salió, dejando la llave de la habitación sobre la cama.
Cinco minutos más tarde se encontraba ante el volante de su Opel plateado, tomando su móvil y torciendo por la calle Donghuan. Chen Yin sonrió. De cara al público, era un exitoso comerciante de flores, pero en un ámbito muy distinto era un maestro de las lenguas y los dialectos. Le proporcionaba un placer especial emplear el inglés americano…, hablar como lo haría James Hawley, ingeniero californiano cortés aunque sobrecargado de trabajo, si existiera.