CINCUENTA Y SEIS

Xi'an, China, lunes 13 de julio, 14.30 h

Li Wen encendió un cigarrillo y se reclinó, apartándose lo más posible del hombre obeso que dormía en el asiento contiguo. En quince minutos el tren llegaría a Xi'an. Una vez allí, se apearía y el gordo podría quedarse con los dos asientos. Li Wen había recorrido el mismo trayecto en mayo y en junio, con la diferencia de que antes había viajado con todo lujo en el expreso Marco Polo, el tren de color verde y crema que sigue la antigua Ruta de la Seda, 3.200 kilómetros desde Pekín hasta Urumtsi, la capital de la provincia de Xinjiang, el primer gran enlace de Este a Oeste. Los chinos esperaban que dicho tren atrajera al mismo pasajero acaudalado que frecuentaba el legendario Orient Express de París a Estambul.

Sin embargo aquella noche Li viajaba en el asiento incómodo de segunda clase de un tren atestado que ya llevaba cuatro horas de retraso. Odiaba los trenes atestados. Odiaba la música estridente, los pronósticos del tiempo y las noticias sin contenido que emitían sin cesar los altavoces del tren. Junto a él, el gordo cambió de posición, clavándole el codo en el tórax. Al mismo tiempo, la mujer de mediana edad sentada frente a él carraspeó y escupió al suelo, entre el zapato del hombre que iba de pie en el pasillo, junto a ella, y el joven que iba apretujado al lado.

Li empujó el codo del gordo y dio una profunda calada a su cigarrillo. En Xi'an cambiaría de tren, con suerte a uno menos lleno, y se encontraría camino de Hefei y de su habitación en el hotel Chino de Ultramar, donde, tal vez, dormiría unas horas, como había hecho en mayo y en junio. Y como haría de nuevo en agosto. Éstos eran los meses en que el calor favorecía el crecimiento de algas en los lagos y ríos que abastecían de agua potable a los sistemas de suministro de agua de su zona de China Central. Ex profesor adjunto del departamento de investigación del Instituto Hidrobiológico de Wuhan, Li Wen era un funcionario de grado medio, un ingeniero de control de calidad de aguas en la nómina del gobierno central. Su trabajo consistía en controlar el contenido de bacterias de las aguas procedentes de las plantas depuradoras de la región para uso público. Aquel día lo esperaban las mismas tareas de siempre: llegar a las cinco de la mañana, pasar el día y, tal vez, el siguiente, inspeccionando la planta y analizando el agua, luego registrar los datos y consignar sus recomendaciones para el Comité Central; y pasar a la siguiente. Era una vida gris, aburrida y tediosa. Al menos lo había sido hasta la fecha.

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