OCHENTA Y SIETE

Un gemido agudo resonó en la cueva en el momento en que Thomas Kind puso la mano sobre el contacto. Los dos motores Yamaha de cincuenta caballos rugieron al unísono y el reflector iluminó con toda su potencia, trazando un amplio arco por el canal mientras Kind daba media vuelta. Acto seguido, apagó los motores y dejó que el barco avanzara arrastrado por la corriente mientras recorría las paredes con la luz.


Harry se agarró a las paredes de la cueva y empujó el esquife hacia el interior. Detrás divisaba la luz del reflector que se acercaba a la boca de la gruta y a Elena, acurrucada sobre el cuerpo de Danny, que yacía en la camilla y había dejado de lamentarse. Respiraba con normalidad y en silencio.

La luz pasó de largo por la abertura de la cueva. En ese breve instante Harry vio con más claridad. A unos diez metros la gruta se estrechaba y perdía altura. Resultaba imposible determinar lo que había más lejos, pero no tenían ninguna alternativa, y eso si el esquife lograba pasar.

Thomas Kind barrió de nuevo los salientes de la roca con el reflector, pero no veía más que sombras. Sin embargo, había oído un grito o algo similar y, esta vez, no abrigaba la menor duda sobre su procedencia; había salido de allí, de aquella parte del canal.

Con la mirada atenta, movió la luz de un lado a otro. El reflejo hacía brillar los arañazos de Marta.

Detrás de él, Salvatore permanecía sentado, presa del terror y de la fascinación al mismo tiempo, como un espectador. No podía hacer más.

¡Allí!

Thomas Kind lo vio, el saliente y la abertura inferior. Su satisfacción se tradujo en la sonrisa cruel que esbozó al acercarse al lugar.


Se oyó un golpe sordo y el esquife se detuvo de repente.

– La linterna, deprisa -musitó Harry.

El sonido de los motores era cada vez más fuerte y la luz más intensa a medida que el barco se acercaba.

– Tenga. -Elena se inclinó hacia él, y sus miradas se cruzaron por un instante. Harry tomó la linterna e iluminó la cueva.

El esquife se había atascado en la entrada del pasadizo. Con unas cuantas maniobras conseguirían llevarlo adentro pero ¿qué se encontrarían después? El hombre rubio sabía dónde estaban y se quedaría allí esperando a que salieran. Si hallaban una salida al fondo sería fantástico pero, si no, ¿qué harían?

En ese instante el haz de luz les dio de lleno.

– ¡A un lado! ¡Ahora!

Harry se echó adelante y a un lado y arrastró a Elena del hábito al agua en medio de la ráfaga de disparos.

La empujó bajo el agua hacia el pasaje al otro lado del esquife y vio que éste estaba rodeado por una lluvia de balas que impactaban en las paredes de la caverna y silbaban por encima de la proa. Era cuestión de segundos que atravesaran el grueso material de aluminio y alcanzaran a Danny.

Harry se sumergió y empujó la embarcación con fuerza desde abajo, intentando volcarla para sacar a Danny de la línea de fuego.

Con los pulmones a punto de estallar y apoyándose en la pared sumergida, hizo girar el esquife y lo empujó hacia atrás al interior del pasaje, pero quedó atascado y lanzó a Harry hacia atrás; éste regresó a nado e intentó desencallar la embarcación.

No lo logró. Le ardían los pulmones; necesitaba aire. Salió a la superficie en medio del haz de luz del reflector y por un instante divisó los fogonazos de los disparos y creyó distinguir el rostro de su autor: frío, tranquilo y desprovisto de toda emoción.

Las balas silbaron por encima de su cabeza y atravesaron la gruesa proa de aluminio. Harry tomó aire y volvió a zambullirse.

De nuevo se apoyó en la roca para empujar el casco, esta vez con el hombro, pero fue en vano. Volvió a intentarlo una y otra vez; necesitaba aire. Notó que el barco empezaba a ceder. Con los pulmones a punto de estallar, golpeó una vez más. El esquife se soltó y avanzó unos centímetros. Harry lo siguió y lo mantuvo en movimiento. Necesitaba tomar aire.

Salió a la superficie y respiró aire fresco. En ese mismo instante dejaron de sonar los disparos, desapareció la luz y la oscuridad se apoderó del lugar.

– … Elena… -la voz de Harry resonó en la oscuridad-. ¡Elena! -llamó una segunda vez con más fuerza y apremio. Temió que la hubieran alcanzado las balas y la imaginó en el fondo con los pulmones llenos de agua.

– Estoy agarrada al barco…, estoy bien. -Su voz sonó cerca, jadeante.

– ¿Cómo está Danny…?

– ¡Nos movemos! -gritó Elena asustada.

Harry sintió que el agua se enfriaba y que el esquife se alejaba. Habían entrado en una corriente subterránea que los arrastraba.

Persiguió el esquife en la oscuridad, nadando e impulsándose con las paredes. No tardó en darle alcance y asirse a la embarcación, que se deslizaba cada vez más deprisa. Atrapado entre la embarcación y las paredes de granito, se agarró al borde y se impelió con los brazos hasta la popa.

– ¡Elena! -gritó por encima del rugido del agua y el golpeteo del esquife contra la roca.

No hubo respuesta.

– ¡Elena! ¿Dónde está? ¡Elena!

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