CIENTO VEINTIUNO

El primer impulso de Harry fue regresar al lugar donde había aparcado el Mercedes y romper la ventanilla para recuperar las llaves y sacar a Danny y Elena del apartamento de Via Niccolò V.

– Está muerto, lo han mutilado -explicó a su hermano por teléfono-. ¿Quién sabe qué les habrá revelado? ¡Podrían estar ya camino del apartamento! -Harry se alejaba de la casa intentando no llamar la atención.

– Harry, haz el favor de volver -le rogó Danny-. El padre Bardoni no les habrá contado nada.

– ¿Cómo diablos lo sabes?

– Lo sé.


En menos de treinta minutos, Harry llegó al edificio, echó un vistazo al vestíbulo y después al ascensor y decidió subir por las escaleras, pensando que resultarían más seguras que la pequeña cabina del ascensor.

Cuando entró en el apartamento, Danny y Elena lo esperaban en el salón. El ambiente era tenso y por un momento, nadie habló, pero entonces Danny señaló la ventana.

– Quiero que eches un vistazo, Harry.

Harry miró a Elena antes de acercarse a la ventana.

– ¿Qué queréis que vea?

– Mira a la izquierda, sigue la línea de la muralla. Al fondo distinguirás una torre de ladrillo; es la torre de San Giovanni, allí está el cardenal Marsciano. Lo mantienen cautivo en la habitación del centro, a media altura del edificio. La única abertura en la pared es una puerta de cristal que da a un balcón pequeño.

La torre se encontraba a unos cuatrocientos metros de distancia. La punta se distinguía con claridad, era una torre alta circular construida con el mismo ladrillo que la muralla.

– Ya sólo quedamos nosotros para hacerlo -murmuró Danny.

Harry se volvió con lentitud.

– Tú, yo y la hermana Elena.

– ¿Para hacer qué?

– Para rescatar al cardenal Marsciano…

Danny había enterrado toda la emoción que había exteriorizado al no contactar con el padre Bardoni. El sacerdote había muerto y debían continuar adelante.

– No, Elena no -Harry sacudió la cabeza.

– Quiero hacerlo, Harry. -Elena le clavó la vista y no cabía duda de que estaba decidida.

– Claro, ¿cómo no ibas a querer? -Harry miró primero a Elena y luego a Danny-. Está tan loca como tú.

– No hay nadie más, Harry… -le dijo Elena.

Harry se volvió hacia Danny.

– ¿Por qué estás tan seguro de que el padre Bardoni no habrá dicho nada? Lo he visto con mis propios ojos, Danny. Si yo hubiera estado en su lugar, les habría contado todo lo que querían saber.

– Debes creerme, Harry.

– No se trata de ti, sino del padre Bardoni, y yo no estaría tan seguro.

Danny observó a su hermano en silencio durante un largo rato y, cuando por fin habló, lo hizo de manera que Harry comprendiera que sus palabras encerraban un significado más profundo.

– Este bloque pertenece al propietario de una de las mayores empresas farmacéuticas de Italia. Bastó que el cardenal Marsciano lo necesitara durante unos días para que se lo ofreciera sin hacer preguntas.

– ¿Qué tiene que ver eso con el padre Bardoni?

– Harry, el cardenal es uno de los hombres más queridos de Italia… Fíjate en quiénes lo han ayudado y a qué riesgo… -Danny titubeó por un segundo-. Me ordené sacerdote porque al salir de los marines me sentía tan perdido y desorientado como al ingresar, pero cuando llegué a Roma, me sentía igual. Fue entonces cuando conocí al cardenal y me ayudó a descubrir una parte de mí mismo que desconocía. Durante todos estos años me ha guiado y animado a encontrar mi propio camino, mis propios principios y convicciones. La Iglesia, Harry, se convirtió en mi familia, el cardenal es como un padre para mí, y el padre Bardoni sentía lo mismo. Por eso sé que jamás habría dicho nada.

La imagen del padre Bardoni en la bañera no resultaba fácil de olvidar, era la de un hombre torturado que se negaba a hablar. Aturdido, Harry se pasó los dedos por el cabello, desvió la mirada y se encontró con los ojos de Elena fijos en él. Eran afables y cariñosos e intentaban decirle que ella comprendía al padre Danny y que sabía que tenía razón.

– Harry…

La voz de Danny lo devolvió a la realidad, y en ese momento reparó en el sonido de fondo de la televisión.

– Hay algo más… Al principio no me lo creía, pero el asesinato del padre Bardoni lo ha confirmado… ¿Sabes qué está ocurriendo en China?

– Sí, una tragedia, muchos muertos. No sé, tampoco he tenido demasiado tiempo para ver la televisión, ¿adónde diantres quieres llegar?

– En Bellagio, Harry, mientras esperábamos a la hermana Elena en la camioneta, hablaste por teléfono. Me despertaste y te oí mencionar dos nombres: Eaton y Adrianna.

– ¿Y? -Harry seguía sin comprender.

– Adrianna Hall. James Eaton.

– Ellos me ayudaron a encontrarte, ¿cómo es que sabes de ellos? -Harry estaba sorprendido y confuso.

– Eso es irrelevante. Lo que importa es que debes ponerte en contacto con ellos lo antes posible. -Danny se acercó a su hermano-. Debemos detener lo que está ocurriendo en China.

– ¿Detener qué?

– Están envenenando los lagos, Harry. Ya han envenenado uno, faltan dos.

– ¿De qué estás hablando? ¿Quién está envenenando los lagos? Por lo que sé, se trata de una catástrofe natural.

– No lo es -replicó Danny y miró a Elena antes de volverse a Harry-. Forma parte de los planes del Vaticano para controlar China.

– Así que ésa era la confesión, ¿verdad? -Harry sintió que se le ponían los pelos de punta.

– Es parte de la confesión…

Elena se santiguó.

– Madre Santa -musito.

– Hace un momento la WNN ha retransmitido un programa resumen sobre Hefei -Danny continuó-. A las ocho y dos minutos y veintitantos segundos han mostrado una imagen de la planta depuradora de agua de Hefei; sé la hora porque miré el reloj. En la toma aparecía un hombre que, si no es el propio encargado de envenenar el agua, sabe quién lo es.

– ¿Por qué estás tan seguro? -preguntó Harry en un susurro.

– Lo vi el año pasado en una residencia privada de las afueras de Roma. Estaba allí con otro hombre, esperaban a Palestrina. Te aseguro que no suelen invitar a muchos chinos a residencias del Vaticano -Danny habló con una fuerza inusitada en él-. Adrianna Hall puede rebobinar la cinta hasta el segundo exacto y extraer la foto de ese hombre. Es de corta estatura, está a la izquierda del encuadre y lleva un maletín. Cuando la tenga, pídele que se la envíe directamente a Eaton.

– ¿Qué tiene que ver Eaton con esto? No es más que un funcionario de la embajada.

– Harry, Eaton es el responsable de la CIA en Roma.

– ¿Qué? -exclamó Harry, aturdido.

– Hace mucho que estoy en Roma, Harry… Donde trabajo hay determinados círculos diplomáticos en los que se saben ciertas cosas… El cardenal Marsciano me ha abierto puertas que la mayoría de las personas ni siquiera sabe que existen.

Harry y Elena advirtieron lo difícil que era para Danny la situación: maniatado por el secreto de confesión, ponía en peligro su alma al quebrantarlo; pero había miles de vidas en juego y tenía que hacer algo al respecto. Por ello no debía confiar en la ley canónica, sino en Dios.

Danny se alejó de Harry sin apartar los ojos de él.

– Quiero que te marches ahora, que llames a Adrianna Hall desde una cabina y que después llames a Eaton desde otro teléfono, cuéntale todo lo que te he explicado y dile que Adrianna conseguirá la foto del chino. Debe ponerse en contacto con los servicios de inteligencia de China. Es esencial que encuentren enseguida al hombre del maletín, o de lo contrario el Gobierno de Pekín tendrá que responder de la muerte de varios miles de personas más.

Harry vaciló por un segundo y entonces señaló el teléfono.

– Ahí hay un teléfono, Danny, ¿por qué no lo llamas tú mismo?

– No debe saber dónde estoy, ni tampoco dónde estás tú.

– ¿Por qué?

– Porque todavía soy ciudadano norteamericano y una amenaza para China constituye un asunto de seguridad nacional. Querrá que le dé más información y hará lo que sea para obtenerla, aunque esto implique detenernos de manera ilegal a los tres. Si eso ocurre, el cardenal Marsciano morirá. -Danny finalizó la frase con un hilo de voz.

Elena se fijó en los ojos de Harry, que no se despegaban de su hermano.

– Bien -asintió Harry.

La monja era consciente de que en el fondo él pensaba que no estaban actuando del modo correcto, pero había entendido la relación especial entre su hermano y el cardenal Marsciano y comprendía por qué estaba dispuesto a arriesgarlo todo por salvarlo.

Al aceptar la misión, Harry no sólo demostraba su amor por su hermano sino que además accedía, quizá por primera vez en su vida, a compartir un mismo objetivo: colarse en la ciudad venerable, liberar al prisionero de la torre y escapar con vida. Era una acción valiente, medieval e insensata, y aunque hubieran contado con la ayuda del padre Bardoni, de difícil consecución. Sin embargo, el padre Bardoni había muerto, y Harry tomaría su lugar. Elena percibía que él estaba evaluando la situación, decidiendo cuál sería el próximo paso. De pronto, sus ojos se clavaron en los de ella y, tras sostenerle la mirada, abrió la puerta y se marchó, todavía vestido con el mismo disfraz con el que lo había conocido Elena, el de sacerdote.

Загрузка...