CIENTO CUARENTA Y CUATRO

9.40 h

Danny abrió la puerta de la cabina del servicio de caballeros y echó un vistazo al exterior. Había dos hombres de pie, delante de los urinarios, mientras que un tercero se limpiaba los dientes con un palillo delante del espejo. Danny salió de la cabina, se acercó en la silla hasta la puerta del aseo e intentó abrirla. No pudo, había una persona al otro lado que intentaba entrar al mismo tiempo. Danny miró atrás, pero nadie se había percatado de la situación.

– ¡Eh! -gritó una voz al otro lado de la puerta.

Danny se apartó pero, por si acaso, agarró la bolsa de la cámara, dispuesto a arrojarla en caso de necesidad.

La puerta se abrió de golpe y entró el estadounidense con la gorra de los Dodgers. El hombre se detuvo en medio del umbral. Se hallaban frente a frente, silla con silla.

– ¿De verdad es usted hincha de los Yankees? -preguntó con la vista clavada en la gorra de Danny y una sonrisa maliciosa-. Si es así, está loco.

Danny observó la gente que iba y venía por el pasillo detrás del hombre. ¿Dónde estaba Elena? No disponían de mucho tiempo, Harry debía de encontrarse ya en los jardines buscando la riñonera.

– Me gusta el béisbol y colecciono gorras. -Danny reculó-. Entre, y después saldré yo.

– ¿Qué equipos le gustan? -preguntó el hombre sin moverse-. ¡Venga! Dígamelo, ¿qué liga le gusta? ¿La americana o la nacional?

De pronto Elena apareció por detrás del fan de los Dodgers.

Danny lo miró y se encogió de hombros.

– Ya que estamos en el Vaticano, creo que debería escoger a los Padres… Perdone, tengo que irme.

El hombre le dirigió una amplia sonrisa.

– Claro, amigo, pase -dijo mientras entraba y permitía que Danny saliera.

Elena empezó a empujar la silla por el pasillo. De pronto, Danny frenó las ruedas con las manos.

– Pare -ordenó.

Eaton y Adrianna Hall estaban en el otro extremo del corredor y avanzaban con rapidez, alerta, como si buscaran a alguien.

Danny miró a Elena por encima del hombro.

– Dé la vuelta, vamos por el otro lado.

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