Marsciano estaba apoyado en la pared cuando oyó la llave girar en la cerradura.
El cardenal había escuchado el tiroteo en el pasillo, el estallido del cristal y los gritos. Y, aunque por un lado rogaba por que el padre Daniel acudiese a rescatarlo, por el otro rezaba por que no se tratase de él.
De repente se abrió la puerta, y Harry Addison apareció en el umbral.
– No tema… -dijo, mientras cerraba con llave.
– ¿Dónde está el padre Daniel?
– Lo está esperando.
– Pero hay hombres fuera.
– Vamos a salir de todos modos.
Harry miró en torno a sí, entró en el cuarto de baño y salió con tres toallas de mano mojadas.
– Tápese la nariz y la boca con esto. -Harry entregó a Marsciano una toalla y se dirigió a las puertas de cristal, que abrió de par en par. El humo comenzó a entrar en la estancia mientras una aparición descendía del cielo.
Marsciano se sobresaltó: en el balcón había un hombrecillo con la cabeza enorme y el torso todavía mayor, con una cuerda atada alrededor del cuerpo.
– Eminencia. -Hércules sonrió e hizo una respetuosa reverencia.
Thomas Kind escuchó la información por radio al mismo tiempo que Adrianna la recibía por la línea abierta del teléfono, conectada a las radios de las unidades móviles.
– No sé si a alguien le interesa, pero las puertas de la vía de ferrocarril están abiertas y una locomotora se dirige hacia la muralla del Vaticano.
– ¿Estás seguro, Skycam? -Adrianna hablaba con el piloto del helicóptero que se aproximaba al Vaticano desde el sur.
– Afirmativo.
Adrianna se dirigió a Eaton.
– Las puertas de la vía de ferrocarril están abiertas y una locomotora se dirige hacia allí.
– ¡Dios mío! ¡Así es como piensan sacar a Marsciano!
– ¡Skycam, no pierdas de vista la locomotora! -oyó Kind que gritaba Adrianna antes de cortar la comunicación.
El terrorista encendió el motor del Mercedes. No tenía noticias de los hombres de la torre desde hacía largo rato y no podía esperar más para averiguar qué había sucedido. Hizo retroceder el coche hasta el camino estrecho situado junto a la torre y aceleró tratando de ver a través del humo y la ceniza. De pronto, oyó un golpe al chocar de lado contra un árbol y derrapó hacia un seto. No sabía hacia dónde giraba la carretera; con un gesto violento puso marcha atrás y el motor rugió mientras las ruedas chirriaban. Sin embargo, el coche no se movió. Kind abrió la puerta: las ruedas derrapaban sobre las hojas verdes del seto como si se tratara de hielo.
El terrorista maldijo en su idioma materno, salió del coche y echó a correr en dirección a la estación. El humo le hacía toser.