CIENTO CINCUENTA

– Es una maniobra de distracción.

Thomas Kind se encontraba en el camino situado al pie de la torre mientras observaba el humo que ascendía de los museos y hablaba por radio. Desde allí oía las sirenas de los vehículos de urgencias procedentes de diferentes puntos de la ciudad.

– ¿Qué va a hacer? -preguntó Farel por radio.

– Mis planes no han cambiado, y los suyos tampoco deben variar. -Kind apagó de golpe la radio y regresó a la torre.


Agazapado en el muro, Hércules ató el último nudo del lazo al tiempo que observaba a Thomas Kind regresar a la torre hablando por radio. Más abajo, los hombres de Farel continuaban apostados detrás del seto. Hércules esperó a que Thomas Kind desapareciera. Entonces, con las muletas atadas a un trozo de cuerda y colgadas del hombro, avanzó por el muro y, tras titubear por un segundo, lanzó la soga por encima del tejado.

El lazo se prendió de un saliente de hierro pero se soltó. Al verlo caer, Hércules miró en torno a sí: vio a lo lejos el humo de los edificios del Vaticano y, en la colina, detrás de los árboles, más humo.

De pie en el muro, lanzó de nuevo la cuerda y volvió a fallar. Soltó una maldición y lo intentó otra vez. Al quinto intento la cuerda quedó sujeta, y, tras comprobar que aguantaría su peso, el enano comenzó a ascender por el lateral de la torre con las muletas a la espalda. Momentos más tarde escaló el techo de tejas rojas y blancas y se perdió de vista.

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