CIENTO TREINTA Y UNO

22.50 h

Sentados en torno a la mesa de la cocina, con el mapa del Vaticano dibujado por Danny desplegado ante ellos, todos escuchaban atentos las palabras del sacerdote rodeados de tazas de café, botellas de agua mineral y los restos de una pizza que Elena había salido a buscar.

– Éste es el objetivo, la misión -repitió Danny por vigésima vez mientras repasaba el plan de nuevo hablando, no como un sacerdote, sino como un marine experto.

– La torre está aquí, y la estación aquí.

Danny recorrió con el dedo el plano de la Ciudad del Vaticano al tiempo que miraba a Harry, Elena y Hércules para cerciorarse de que comprendían todos y cada uno de los pasos, como si no los hubiese explicado antes.

– Aquí hay un muro -continuó-; se extiende unos sesenta metros desde la torre hacia al sureste a lo largo de un camino estrecho adoquinado y luego se termina. A la derecha se encuentra la muralla principal -Danny hizo una pausa para señalar la ventana del salón-, la que vemos desde la ventana. Al final de la muralla hay un sendero a través de los árboles que conduce a la Viale del Collegio Etiópico. Si torcéis a la derecha, estaréis sobre un muro bajo y casi encima de la estación.

»La sincronización resulta esencial, no debemos liberar a Marsciano demasiado pronto o les daremos tiempo de desplegar sus fuerzas, pero deberá hallarse fuera de la torre y en el interior del vagón antes de que se abran las puertas a las once para dejar entrar la locomotora. Esto significa que hay que estar fuera de la torre a las diez cuarenta y cinco, y en el vagón a las diez cincuenta y cinco, como máximo, porque a esa hora el jefe de estación o alguno de sus empleados saldrá para asegurarse de que los portones se han abierto sin problemas.

«Imaginad -Danny señaló de nuevo el dibujo-, que salís de la torre y que, por alguna razón, quién sabe, por culpa de los hombres de Farel, Thomas Kind o a causa de un incidente fortuito, no podéis seguir por el muro. Entonces, tomad el camino de enfrente, a través de los jardines y, a unos cien metros, encontraréis otra torre, la de Radio Vaticano. Cuando la veáis, girad a la derecha y, después del cruce, encontraréis la Viale del Collegio Etiópico y el muro encima de la estación. Seguid por ese camino unos treinta metros y llegaréis al nivel de las vías. El vagón de carga estará allí, entre la estación y el túnel. Cruzad las vías hasta el lado opuesto del vagón, el más apartado de la avenida. Veréis más carriles y el muro. Abrid las puertas del vagón (será difícil porque están viejas y oxidadas) y entrad. Cerrad las puertas y esperad a la locomotora. ¿Alguna pregunta?

Danny los miró a todos mientras Harry se maravillaba de su actitud y su concentración. Había dejado de lado toda emoción, como buen marine.

– Me voy a mear -les informó Hércules y salió de la cocina balanceándose sobre las muletas.

Aunque no era ése el momento más adecuado para sonreír, Harry no pudo evitarlo ante la manera de hablar de Hércules, brusca y directa. Antes, cuando la policía había abandonado el apartamento, Hércules se había vuelto hacia Harry perplejo y había preguntado: «¿Qué demonios pasa aquí?».

Harry le explicó, en presencia de Danny y Elena, que el cardenal Marsciano permanecía cautivo en el Vaticano y que lo matarían si no lo sacaban de allí. Necesitaban a un hombre que actuara desde dentro, capaz de subir a la torre sin ser visto.

Para esto quería la cuerda, y esperaban que ese hombre fuera Hércules. Harry añadió al final que, si aceptaba la misión, su vida correría peligro.

Hércules guardó silencio durante largo rato, absorto en sus pensamientos, con la mirada perdida. Después, recorrió el salón con la vista, pasando despacio de un objeto a otro hasta que, al fin, se dibujó en su rostro una amplia sonrisa.

– ¿Qué vida? -preguntó en voz alta con los ojos brillantes y, en ese instante, se convirtió en un miembro más del grupo.

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