Thomas Kind se llevó las manos al cuello. Salvatore era más fuerte de lo que aparentaba.
Con el pañuelo de su mujer retorcido en las manos y alrededor del cuello del hombre rubio, el italiano apretó con fuerza y apoyó la rodilla en la espalda de Kind.
– ¡Hijo de puta!
Kind no había contado con ello, ni siquiera había contemplado la posibilidad de que un hombre tan insignificante como Salvatore Belsito lo atacase, pero no moriría por ello. En ese instante aflojó el cuerpo y se inclinó hacia delante, pillando al italiano por sorpresa. Los dos hombres golpearon la cubierta al mismo tiempo. Con un solo movimiento Thomas Kind se liberó, rodó a un lado y lo atacó por la espalda. La cuchilla destelló en su mano cuando sujetó al italiano por el cabello, tirándole de la cabeza hacia atrás y dejando el cuello del todo descubierto.
– Esa cueva…, donde estaban… ¿adónde conduce? -Thomas Kind tomó aliento y sintió que se le normalizaba el pulso.
El italiano fijó la mirada en el hombre rubio. Cosa rara, no sentía miedo en absoluto.
– A ningún sitio.
Kind deslizó la cuchilla por debajo de la nariz del italiano y éste profirió un grito de dolor al sentir el chorro de sangre que le resbalaba hasta la boca.
– ¿Adónde conduce?
Salvatore intentó escupir. Estaba ahogándose en su propia sangre.
– Como… los otros túneles…, a una corriente subterránea…, y después al lago.
– ¿Adónde? ¿Al norte, al sur…? ¿Adónde?
Despacio, Salvatore esbozó una sonrisa amplia, una sonrisa que, en verdad, era el reflejo de su alma.
– No… se lo diré…