Harry sujetó a Elena entre el esquife y su propio cuerpo, mientras las aguas turbulentas los arrastraban por el canal cada vez más empinado. En medio de la oscuridad y la fuerza de la corriente, intentaba agarrarse a las paredes de granito con las manos ensangrentadas y frenar la embarcación. Sentía a Elena apretada contra él, luchando también por mantener la cabeza fuera del agua. Ni siquiera sabía si Danny seguía en la camilla.
De repente, no había más que aire bajo sus pies. Oyó gritar a Elena, el esquife chocó contra su cuerpo y cayeron en un agua profunda, más oscura que antes, sentía la fuerza que lo empujaba hacia abajo, empezó a girar en medio de la turbulencia. Tocó fondo y se impulsó hacia arriba para alcanzar la superficie.
Ya estaba fuera, intentando respirar cuando vislumbró una luz que hendía la oscuridad.
– ¡Elena! -gritó-. ¡Elena!
– Estoy aquí.
La voz procedía de detrás de él. Sobresaltado, volvió la cabeza y observó a Elena acercarse de una brazada.
Harry sintió que tocaba tierra con los pies y, con paso vacilante, llegó al saliente de la plataforma de una roca y se tumbó exhausto, intentando recuperar el aliento. Más lejos, divisó el lago resplandeciente bajo la luz del sol, se acordó de Elena y la vio acercarse con la mirada fija en un punto situado detrás de él. Él se volvió, y un escalofrío le recorrió el cuerpo.
Danny parecía un fantasma. Pálido, casi transparente, era como un cadáver viviente. Tenía barba y estaba casi desnudo, con las vendas colgando. Yacía a unos metros de distancia y tenía los ojos clavados en él. -Harry -exclamó-. Dios mío.
La voz de Danny resonó en el aire de la cueva mientras los hermanos se miraban con expresión de alegría e incredulidad por estar vivos y encontrarse cara a cara después de tantos años.
Al fin, Harry se puso en pie y se deslizó por la roca hasta el lugar donde se hallaba Danny y extendió el brazo.
– Dame la mano -dijo.
Danny alargó la mano, y Harry lo ayudó a subir a la roca, prestando especial atención a las piernas rotas que, como por milagro, conservaban la escayola.
– ¿Estás bien? -le preguntó Harry al acercarse.
– Sí… -Danny asintió con voz trémula e intentó sonreír. Mientras Harry observaba a su hermano exhausto oyó un fuerte sollozo detrás de sí.
Elena, sentada en la roca, con los ojos cerrados y los brazos cruzados. Lloraba de alivio y le temblaba el cuerpo, a pesar de todos sus esfuerzos por contener el llanto.
Harry escaló la roca hasta llegar a ella.
– Tranquila… -la reconfortó, arrodillándose-. Todo está bien. -Luego la abrazó con delicadeza y la estrechó contra sí.
– Lo… lo siento -balbució ella, apoyándole la cabeza en el hombro.
– Tranquila -repitió Harry-. Estamos bien. Todos estamos bien.
Miró atrás y vio que Danny lo observaba desde la roca. Era cierto; se encontraban a salvo, pero ¿hasta cuándo? ¿Cuál debía ser el siguiente paso?