SETENTA Y SEIS

Harry la guió por la escalera trasera del hotel y al llegar a la planta baja abrió una puerta que daba al vestíbulo posterior.

Uscita. Salida.

Harry titubeó, quería salir por una puerta trasera o lateral y no por la principal, que daba a la calle donde estaba Roscani, pero sólo había un cartel. Siguieron la flecha y momentos después cruzaron otra puerta que se abría al vestíbulo de entrada del hotel: la puerta principal era la única salida.

– ¡Mierda! -masculló Harry.

En torno a él, la gente entraba y salía y un hombre conversaba animadamente con el portero. Harry miró atrás. Aunque existiese otra salida no tenía idea de cómo encontrarla. En ese instante se abrieron las puertas del ascensor y dos parejas acompañadas de un botones que empujaba un carro con el equipaje avanzaron hacia él. Si iban a salir, ése era el momento.

Harry asió a Elena del brazo y caminaron junto al botones. Al llegar a la puerta, Harry le cedió el paso. El hombre asintió con un gesto de la cabeza y empujó el carro al tiempo que Harry y Elena salían detrás. Una vez en la calle, Harry giró a la izquierda.

– Buon giorno -los saludó un hombre llevándose la mano al sombrero. Una joven pareja les sonrió.

– Por las escaleras de la izquierda -le indicó Elena.

Entonces Harry divisó a Roscani que ascendía por el mismo camino del embarcadero que él había recorrido la noche anterior. El inspector caminaba deprisa y los dos agentes de paisano le pisaban los talones. Harry se acercó más a Elena, que avanzaba entre él y la policía.

Casi habían llegado a la esquina, y Harry vio la escalera que había mencionado Elena. De pronto, Roscani levantó la vista y lo miró a los ojos. En ese momento Elena comenzó a hablarle en italiano. Harry no tenía idea de lo que estaba diciendo, pero ella continuó barboteando y gesticulando, como si se tratara de algo muy importante. Al llegar al pie de la escalera lo obligó a torcer a la izquierda sin dejar de hablar. Parecía que estuviera riñéndolo, pero no por ello dejó de sonreír a un anciano con quien se cruzaron.

De pronto se encontraron en medio de una multitud. Se abrieron paso entre la gente por delante de tiendas y restaurantes. Al llegar arriba Harry se atrevió a mirar atrás. Nadie. La policía ya no estaba. Roscani tampoco. Sólo había turistas.

– Esos hombres que subían del embarcadero eran policías -le informó Elena.

– Lo sé.

Harry la miró de soslayo mientras seguían caminando y se preguntó preocupado quién debía de ser esa mujer y por qué lo ayudaba.

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