Harry oyó el estruendo de las enormes puertas de hierro al cerrarse tras él. Enfrente, una ambulancia atravesó el mar de guardias suizos con camisas azules y se dirigió al edificio de la estación. A continuación los auxiliares y el médico corrieron al lugar donde se encontraba Elena arrodillada junto a Hércules. En cuestión de segundos le inyectaron el suero, lo colocaron en una camilla y lo introdujeron en una ambulancia que desapareció entre el ejército de soldados del Vaticano.
Al ver marchar la ambulancia, Harry sintió que se llevaban una parte de él y, cuando se dio la vuelta, encontró a Danny, que lo observaba desde la silla de ruedas. Por su mirada, supo que experimentaba lo mismo; una sensación de dejà vu, de contemplar impotentes que alguien a quien querían se alejaba en una ambulancia. Veinticinco años antes, el cuerpo de su hermana había sido rescatado del estanque helado y transportado en una ambulancia cubierto por una manta. La diferencia era que se encontraban en Roma, no en Maine, y que Hércules seguía vivo.
De pronto Harry se acordó de Elena y la vio de pie, sola, observándolos a distancia, ajena a los soldados que la rodeaban; era como si comprendiera que se trataba de un momento importante para los hermanos en el que deseaba participar, pero dudaba si debía entrometerse. En ese momento se transformó en la persona a quien más amaba.
Sin pensar, Harry se acercó a Elena y delante de Danny y la multitud de camisas azules, la besó con toda la ternura y el amor de que fue capaz.