CIENTO TREINTA Y SIETE

Una camioneta cargada de leña pasó por delante. Después, la calle se sumió de nuevo en la oscuridad, y Harry y Hércules salieron de su escondrijo junto al muro del Vaticano.

– ¿Sabe para qué es esa leña, señor Addison? -susurró Hércules-. Para pizza, para los hornos de pizza de toda la ciudad. -El enano guiñó un ojo. Acto seguido, entregó las muletas a Harry y se volvió a la pared-. Aúpeme.

Harry echó un vistazo a la calle antes de sujetar a Hércules por la cintura y levantarlo hacia la cornisa situada a media altura del muro. El enano extendió los brazos, se asió al saliente y subió en un instante.

– Primero las muletas, luego la cuerda.

Harry le pasó las muletas y le lanzó la cuerda. Hércules la agarró, soltó unos cuantos metros, se enrolló un trozo alrededor del hombro y lanzó el cabo libre a Harry.

Éste tiró de la cuerda hasta sentirla tensa. Hércules sonrió y le hizo una señal para que ascendiera. Diez segundos más tarde Harry había subido por la pared y se encontraba en la cornisa junto a él.

– Mis piernas no valen nada, señor Harry, pero el resto de mi cuerpo es como el granito, ¿eh?

– Tengo la impresión de que está disfrutando -respondió Harry con una media sonrisa.

– Vamos en busca de la verdad, y no existe propósito más honorable, ¿no le parece? -Hércules clavó los ojos en Harry; traslucían el dolor de toda una vida. Acto seguido alzó la vista.

– Tendrá que auparme de nuevo, señor Harry. Esta vez será más difícil. Apoye la espalda contra la pared y mantenga el equilibrio, si no, nos caeremos los dos.

Harry se reclinó sobre la pared y fijó los talones en la estrecha cornisa del muro.

– ¡Ahora! -musitó.

Acto seguido, notó las manos de Hércules sobre los hombros, al impulsarse hacia arriba. Después la cuerda le rozó el torso, y los pies insensibles del enano le golpearon el rostro pero, un segundo más tarde, ya no sintió su peso. Harry miró arriba: Hércules estaba arrodillado en lo alto de la muralla.

– Muletas -pidió.

– ¿Qué le parece? -Harry se las entregó.

Con las muletas colgadas del brazo, Hércules oteó los jardines del Vaticano. La torre se encontraba a unos treinta metros de distancia. El enano dio media vuelta y le hizo una señal de aprobación.

– Buena suerte.

– Nos vemos dentro -Hércules guiñó un ojo.

Harry lo vio atar la cuerda en un saliente de la pared, sujetar las muletas con un brazo y desaparecer al otro lado.

Por un segundo, Harry titubeó pero, tras echar un vistazo a la calle, saltó. Al caer al suelo, rodó una vez y se puso en pie. Se limpió la chaqueta, inclinó la boina negra sobre el rostro y anduvo aprisa por Viale Vaticano, el mismo camino por donde había venido. Llevaba la Calicó de Scala en el cinturón y el móvil de Adrianna en el bolsillo. Ante él, el contorno negro de los edificios se recortaba contra el cielo cada vez más claro.

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