En medio de la tremenda cantidad de trabajo que lo esperaba a su regreso -incluido un contrato millonario por la segunda parte de Dog on the Moon- y las largas conversaciones telefónicas con Elena mientras ella se preparaba en cuerpo y alma para trasladarse a Los Ángeles, Harry daba cada vez más vueltas en la cabeza a la conversación que había mantenido con Danny durante su viaje de Maine a Boston.
Todo empezó cuando Harry pensó en algunas preguntas para las que todavía no tenía respuesta y, en vista de la nueva relación que había establecido con su hermano y lo que habían pasado juntos, además de los secretos que todavía compartían de su niñez, consideró natural pedirle a Danny que le ayudara a aclarar algunas cosas.
HARRY: Tú me llamaste el viernes por la mañana, hora italiana, y dejaste un mensaje en el contestador diciendo que estabas asustado y que no sabías qué hacer. «¡Que Dios me ayude!», dijiste.
DANNY: Eso es.
HARRY: Supongo que esto ocurrió cuando acababas de escuchar la confesión de Marsciano y estabas aterrorizado por las posibles repercusiones.
DANNY: Sí.
HARRY: Si yo hubiera estado en casa y hubiera contestado al teléfono, ¿me habrías explicado lo de la confesión?
DANNY: Estaba hecho un lío, no sé qué te habría dicho, quizá que había escuchado una confesión, pero no su contenido.
HARRY: Pero no lograste ponerte en contacto conmigo, así que dejaste un mensaje y a continuación tomaste un autocar a Asís. ¿Por qué Asís? Apenas quedaban iglesias habitables después de los terremotos.
(Harry recordaba que en ese instante las preguntas habían empezado a incomodar a Danny.)
DANNY: No importaba, era un momento terrible, había un autocar, y Asís siempre había sido mi refugio… ¿Por qué me preguntas esto?
HARRY: Quizá no buscaras sólo un refugio, sino que ibas allí por otra razón.
DANNY: ¿Como cuál?
HARRY: Para reunirte con alguien.
DANNY: ¿Con quién?
HARRY: Con Eaton.
DANNY: ¿Eaton? ¿Para qué iba a ir hasta Asís para ver a Eaton?
HARRY: Dímelo tú…
DANNY: (Con una amplia sonrisa.) Te equivocas, Harry, no hay nada más.
HARRY: Hizo todo lo posible por encontrarte, Danny. Se arriesgó mucho al procurarme documentación falsa; se habría metido en un buen lío si lo hubieran pillado.
DANNY: Era su trabajo…
HARRY: Murió intentando encontrarte, quizás incluso para protegerte.
DANNY: Era su trabajo…
HARRY: ¿Y si te dijera que en realidad no viajaste a Asís todos esos años en busca de paz sino para entregar información a Eaton?
DANNY: (Sonrisa incrédula.) ¿Insinúas que yo era el contacto de la CIA en el Vaticano?
HARRY: ¿Lo eras?
DANNY: ¿De verdad quieres saberlo?
HARRY: Sí.
DANNY: No… ¿Alguna cosa más?
HARRY: No…
Pero sí había una cosa más y Harry necesitaba averiguarlo. Tras cerrar la puerta del despacho, tomó el teléfono y llamó a Nueva York a un amigo de la revista Time. Diez minutos después, habló con el experto en la CIA de la publicación en la oficina de Washington.
¿Qué probabilidad había de que la CIA tuviera un topo en el interior del Vaticano? La respuesta fue una carcajada. No era muy probable, respondió el experto, pero sí posible.
– Sobre todo -explicó el corresponsal de Time- si a alguien encargado de vigilar Italia le preocupase la influencia del Vaticano en el país, en particular después de los escándalos financieros que estallaron a principios de los años ochenta.
– ¿Finanzas y/o inversiones, supongo? -preguntó Harry.
– Exacto… Si decidieran que se trata de un asunto importante, colocarían a un hombre lo más cerca posible de la fuente.
Harry sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Cerca de la fuente, como el secretario privado del cardenal responsable de las inversiones de la Santa Sede.
– La persona encargada de vigilar Italia, ¿podría ser el jefe de la CIA en Roma?
– Sí.
– ¿Quién estaría al corriente de la situación?
– Existe una categoría de agentes secretos denominados de inteligencia humana, pero existen otros que trabajan en situaciones más delicadas todavía, como podría ser el caso de las relaciones entre el Vaticano y Estados Unidos, que se denominan agentes de cobertura no oficiales. Estas personas están tan protegidas que es posible que ni el director de la CIA conozca su existencia. El jefe de zona reclutaría directamente a un agente de cobertura no oficial para asignarle una posición muy concreta, pero lo más probable es que lo hiciera con la suficiente antelación para que no levantara sospechas.
– Un agente de esta clase…, ¿podría ser un miembro del clero?
– ¿Por qué no?
Harry no recordaba haber colgado el teléfono, ni haber salido del despacho, ni haber caminado bajo el sol y la humedad de agosto por Rodeo Drive, ni siquiera haber cruzado Wilshire Boulevard. Lo único que sabía era que se encontraba en los almacenes Neiman-Marcus y que una dependienta muy atractiva le mostraba corbatas.
– No, ésta no. -Harry sacudió la cabeza al ver la corbata Hermes que le ofrecía-. Daré una vuelta a ver si encuentro algo…
– Claro.
La mujer le dirigió una sonrisa coqueta que, tiempo atrás, quizás habría implicado algo más, pero no entonces. Era miércoles, y el sábado regresaría a Italia para conocer a la familia de Elena. Sólo pensaba en ella, la veía en sueños y sentía su presencia a cada paso, por lo menos hasta que mantuvo la conversación telefónica con el corresponsal de Time y recordó el momento en que, cara a cara con Thomas Kind en la estación de ferrocarril, le dijo: «Conozco a mi hermano mejor de lo que él cree».
Agente de cobertura no oficial, tan protegido que es posible que ni el director de la CIA conozca su existencia.
Danny. ¡Dios santo!, tal vez no lo conocía tan bien después de todo.