CIENTO DIECIOCHO

Roma

Eran casi las cinco de la mañana, todavía de noche, cuando Danny ordenó a Harry que se detuviera frente al número 22 de Via Niccolò V, un bloque de apartamentos antiguo pero bien conservado en una calle flanqueada por árboles. Después de cerrar el coche, Harry y Elena empujaron la silla de Danny hasta el ascensor y subieron al último piso. Danny extrajo un juego de llaves de un sobre que le había entregado el padre Bardoni en Lugano, escogió una y abrió la puerta del piano 3a, un apartamento interior muy espacioso.

Una vez dentro, Danny, visiblemente cansado tras el largo viaje, se fue a la cama. A continuación Harry echó un vistazo a los alrededores y se dispuso a salir, no sin antes advertir a Elena que no abriese la puerta a nadie más que a él.

Siguiendo las instrucciones de Danny, condujo el coche a varias manzanas de distancia y sustituyó las matriculas del Vaticano por las originales. Después cerró el Mercedes, dejó las llaves en el interior y abandonó el lugar con las matrículas del Vaticano escondidas debajo de la chaqueta. Quince minutos más tarde se encontraba de nuevo en el ascensor del número 22 de la Via Niccolò V, subiendo hacia el apartamento. Eran las seis de la mañana. En menos de media hora recibirían la visita del padre Bardoni.

A Harry no le gustaba todo aquello. La idea de que Danny, en su estado, y el padre Bardoni rescataran al padre Marsciano le parecía demencial. No obstante, Danny estaba decidido y el padre Bardoni también, en cambio para Harry la operación sólo tenía una lectura: Danny moriría en el intento, como sin duda había planeado Palestrina.

Además, si Farel había tendido una trampa a Danny para acusarlo del asesinato del cardenal vicario y el policía del Vaticano trabajaba a las órdenes de Palestrina, esto significaba que el secretario de Estado había organizado el asesinato y que Marsciano estaba al corriente porque, de lo contrario, no lo habría hecho prisionero. Quedaba claro que era Marsciano quien se había confesado con su hermano. En consecuencia, si Palestrina mataba a Danny, eliminaría la única pista que lo señalaba a él.

¿Con quién podía hablar Harry? ¿Con Roscani? ¿Adrianna? ¿Eaton? ¿Qué iba a contarles? No tenía más que conjeturas. Aunque dispusiera de alguna prueba, el Vaticano era un Estado soberano donde no pesaban las leyes italianas, con lo cual, fuera del Vaticano, nadie contaba con la autoridad legal para actuar. De todos modos, si decidían hacer algo al respecto, Marsciano moriría. Ésta era la gran preocupación de Danny, dispuesto a hacer cualquier cosa para evitarlo, incluso sacrificar su propia vida.

– ¡Mierda! -exclamó Harry al entrar en el apartamento y cerrar la puerta tras de sí.

Estaba metido en buen un lío, como Danny, pero no sólo por ser su hermano, sino porque había prometido que no permitiría que nadie acabara con él como el hielo acabó con Madeline. ¿Por qué? ¿Por qué se dedicaba a hacer esta clase de promesas a su hermano?

– No he estado en Roma muchas veces, así que al principio no estaba segura de dónde nos encontrábamos…

Elena interrumpió los pensamientos de Harry.

– ¿Qué quieres decir?

– Mira.

Elena guió a Harry hasta un ventanal a un lado del salón. La claridad del sol revelaba un paisaje que había permanecido oculto en la oscuridad de la noche: al otro lado de la calle se divisaba una muralla de ladrillo amarillo que se extendía a ambos lados hasta donde alcanzaba la vista. A la derecha de la pared había un grupo de edificios sin rasgos distintivos y, a la izquierda, se entreveían las copas de varios árboles, como si tras la muralla hubiese un parque.

– No comprendo… -respondió Harry desconcertado por el interés que mostraba Elena.

– Es el Vaticano, señor Addison…

– ¿Estás segura?

– Sí, he paseado alguna vez por esos jardines situados al otro lado del muro.

Harry miró de nuevo e intentó encontrar un punto reconocible para orientarse respecto a la plaza de San Pedro, pero le resultó imposible. Se disponía a hacer otra pregunta a Elena cuando levantó la vista y sintió un escalofrío: lo que había tomado por el perfil urbano era en realidad un edificio enorme aún en penumbra, pero cuya cúpula brillaba bajo la luz del sol. Era la basílica de San Pedro.

– ¡Dios mío! -murmuró. No sólo habían llegado a Roma sin problemas, sino que les habían entregado las llaves de un apartamento situado a tiro de piedra de la prisión de Marsciano.

Por un instante, Harry apoyó la cabeza en el cristal y cerró los ojos.

– Estás cansado, Harry… -susurró Elena con tono reconfortante, como una madre habla a su hijo.

– Sí -asintió Harry, y levantó la vista para mirarla.

Elena iba vestida con el mismo traje que le habían dado los sacerdotes de Bellagio y llevaba el pelo recogido. A Harry le sorprendió pensar que era la primera vez que la contemplaba como mujer y no como monja.

– Yo he dormido en el coche, tú no. Deberías… acostarte… en la otra habitación, al menos hasta que llegue el padre Bardoni.

– Sí… -respondió Harry pero, de repente, un pensamiento cruzó su mente. De pronto tomó conciencia de que tenía un problema muy grave: Elena. La idea de Danny y el padre Bardoni era muy peligrosa, y no permitiría que ella se involucrara.

– Tus padres viven -comentó con cautela.

– ¿Qué tiene que ver eso con dormir? -respondió Elena con la misma cautela, ladeando la cabeza.

– ¿Dónde viven?

– En la Toscana.

– ¿A qué distancia se encuentra de aquí?

– ¿Por qué?

– Es importante.

– A unas dos horas en coche. Pasamos por delante cuando circulábamos por la autostrada.

– ¿Tu padre tiene coche? ¿Conduce? -preguntó Harry, esta vez con un tono más apremiante.

– Sí, claro.

– Quiero que lo llames y le digas que venga a Roma.

Elena sintió un acceso de rabia. Se reclinó sobre la pared y cruzó los brazos en gesto desafiante.

– No puedo.

– Si él saliese ahora, Elena, llegaría a Roma a las nueve, a las nueve y media como muy tarde. Dile que aparque delante del edificio y que no salga del coche. Bajarás cuando lo veas y os marcharéis de inmediato. Nadie sabrá que has estado aquí.

Elena notaba que la ira crecía en su interior. ¿Cómo se atrevía a decir una cosa así? Tenía sus sentimientos y su orgullo y ahora no iba a llamar a su padre para que fuese a buscarla como a una colegiala perdida en la ciudad.

– Lo siento, señor Addison, pero mi deber consiste en cuidar del padre Daniel, y permaneceré a su lado hasta que se me releve formalmente de esta obligación.

– Esto es muy fácil, hermana Elena: la relevo formalmente de su…

– ¡No eres mi madre superiora! -replicó Elena, y las venas se le marcaron en el cuello.

Guardaron un silencio tenso mientras se miraban a los ojos sin reparar en que ésta era su primera discusión de amantes, aunque nunca sabrían quién habría ganado.

¡Pam!

La puerta de la cocina se abrió de súbito y golpeó la pared con fuerza.

– ¡Harry!

Impulsándose en la silla con ambas manos, Danny irrumpió en el salón con el semblante aterrorizado y un teléfono móvil sobre las piernas.

– ¡No he podido contactar con el padre Bardoni! Tengo tres números suyos, uno es el del móvil que siempre lleva consigo, los he probado todos y nada, ¡no hay respuesta!

– Danny, tranquilízate.

– Harry, tendría que haber llegado hace quince minutos. ¡Si estuviera de camino, contestaría las llamadas del móvil!

Загрузка...