OCHENTA Y UNO

Salvatore corrió al embarcadero al oír la sirena, pero lo único que vio fue la oscuridad del canal. No oyó nada más y regresó.

– Debemos marcharnos enseguida -dijo en italiano.

Con excepción de Eros Barbu, la única persona que conocía los canales era Edward Mooi, pero el barco no había llegado; la sirena había sonado como señal de aviso.

Si Mooi hubiera querido advertirles de la presencia de la policía, ya estarían allí Roscani y una legión del Gruppo Cardinale seguidos de los periodistas. Sin embargo, desde que se oyó la sirena, no había habido más que silencio.

– Salvatore tiene razón, tenemos que irnos de inmediato -dijo Harry.

– ¿Cómo? No es posible subir a su hermano en el ascensor, es demasiado pequeño.

– Pregunte a Salvatore si hay otro barco.

– No hace falta; Luca y los otros hombres se llevaron el único que había.

– Pregúnteselo de todos modos. Lo que sea, una balsa, un bote, cualquier cosa en la que podamos transportar a Danny.

Elena tradujo las palabras de Harry al italiano.

– Forse -respondió Salvatore-. Forse.

Quizá.

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