De pie en la oscuridad, Thomas Kind contemplaba al hombre sentado en la silla. En la habitación había además dos hombres vestidos con monos que debían ayudar a Kind si surgía la ocasión, cosa que no ocurriría, y encargarse de terminar el trabajo, lo que en principio no habría de resultar muy difícil.
Thomas Kind tenía treinta y nueve años, medía metro sesenta, era de complexión delgada y gozaba de una excelente forma física. Su cabello, muy corto, era negro, al igual que los pantalones, los zapatos y el jersey, lo que hacía muy difícil, si no imposible, distinguirlo en la oscuridad. El único color que resaltaba en su pálida tez era el azul de sus ojos.
El hombre de la silla, atado de pies y manos y con una cinta adhesiva en la boca, se movió.
Thomas Kind se acercó, lo observó por un breve instante y comenzó a caminar alrededor de él.
– Relájate, camarada -le aconsejó con voz queda.
La paciencia y la tranquilidad constituían la clave de su éxito. Así vivía la vida Thomas Kind, día a día, siempre impasible, aguardando el momento idóneo. La paciencia era un dato más que añadir al extenso curriculum de Thomas José Álvarez-Ríos Kind, nacido en Ecuador de madre inglesa. Además de ser paciente, era concienzudo, culto y políglota, amén de un actor consumado y uno de los terroristas más buscados del mundo.
– Relájate, camarada. -Harry oyó la frase de nuevo. Era una voz masculina, la misma de antes: calmada, impasible, con acento británico. Creyó notar que alguien pasaba junto a él, pero no estaba seguro. El martilleo que sentía en la cabeza le impedía pensar. Sólo sabía que estaba sentado, atado de pies y manos y con una cinta adhesiva en la boca, rodeado por la más absoluta oscuridad. Nada le cubría la cabeza, ni una capucha, ni una venda, nada. Sin embargo, por mucho que girara y moviera la cabeza, la oscuridad lo envolvía, no había sombras, ni siquiera era capaz de distinguir un tenue haz de luz detrás de una puerta cerrada, sólo había oscuridad.
Harry parpadeó una y otra vez, se volvió de un lado a otro para convencerse de lo contrario, pero de súbito tomó conciencia de que, al margen de dónde se encontrara y de qué día era, ¡se había quedado ciego!
– ¡No! ¡No! ¡No! -chilló con la voz amortiguada por la cinta que le cubría la boca.
Thomas Kind se acercó más a él.
– Camarada -dijo con la misma tranquilidad-. ¿Cómo está tu hermano? He oído que está vivo.
Kind arrancó la cinta de la boca de Harry, quien gritó, más sobresaltado que dolorido.
– ¿Dónde está? -oyó que preguntaba la voz, más cerca que antes.
– No sé… si… está… vivo. -Harry notaba la boca y la garganta secas como papel de lija. Intentó tragar saliva, pero no pudo.
– Te he preguntado por tu hermano…, dónde está…
– ¿Puede darme…, un poco de… agua?
Kind tomó un pequeño mando a distancia, encontró el botón que buscaba con el pulgar y lo pulsó.
Acto seguido, Harry divisó un punto de luz en la distancia y dio un respingo. ¿Era cierto que lo había visto, o se trataba sólo de un espejismo?
– ¿Dónde está tu hermano, camarada? -Esta vez la voz le hablaba por el oído izquierdo.
La luz comenzó a avanzar hacia él.
– No… -Harry intentó tragar de nuevo-, no lo… sé.
– ¿Ve la luz?
– Sí.
El punto de luz se acercó.
– Bien.
Kind deslizó el pulgar sobre otro botón.
Harry observó que la luz variaba ligeramente su rumbo y se acercaba a su ojo izquierdo.
– Dígame dónde está su hermano. -La voz había cambiado de lado y ahora le susurraba en el oído derecho-. Es muy importante que lo encontremos.
– No lo sé.
La luz, cada vez más brillante, se aproximaba al ojo izquierdo. El pánico a quedarse ciego le había hecho olvidar por un momento el martilleo de la cabeza, pero lo sintió de nuevo al acercarse la luz: un golpeteo lento y regular que se incrementaba con la intensidad de la luz.
Harry se movió hacia un lado pero, al intentar apartar la cabeza, algo duro se lo impidió. Giró hacia el otro lado. Lo mismo. Se reclinó hacia atrás, pero hiciera lo que hiciese no conseguía apartar la vista del punto de luz.
– Ahora sabrás qué es el dolor.
– Por favor… -Harry volvió la cabeza tanto como pudo y cerró los ojos con fuerza.
– No te servirá de nada. -El timbre de voz cambió de repente, al principio había hablado un hombre, pero ahora sonaba como una mujer.
– Ni… siquiera… sé… si… mi… hermano… está… vivo. ¿Cómo… quiere… que… sepa dónde… está?
El punto de luz se estrechó, ascendió y recorrió el ojo izquierdo de Harry hasta encontrar la pupila.
– No…, por favor…
– ¿Dónde está tu hermano?
– ¡Muerto!
– No, camarada, está vivo y tú sabes dónde está.
La luz se encontraba a sólo unos centímetros del ojo, la intensidad iba en aumento. Se estrechó todavía más, aumentó el martilleo que sentía en su interior. La luz era como una aguja que penetraba hasta el fondo de su cerebro.
– ¡Pare! -gritó Harry-. ¡Dios mío! ¡Pare! ¡Por favor!
– ¿Dónde está? -dijo una voz masculina.
– ¿Dónde está? -repitió una voz femenina.
Thomas Kind alternaba entre una y otra.
– Dínoslo y la luz se apagará -dijo con voz femenina.
Las voces eran tranquilas, quedas.
El martilleo se transformó en un estruendo, en el sonido más potente que jamás había oído, era como tener un tambor gigante en la cabeza. Al mismo tiempo, la luz penetraba en su cerebro en dirección al ruido, como una aguja blanca y ardiente que intentara encontrarse con éste, más brillante e intensa que el sol. Harry sentía tanto dolor que pensó que ni la muerte acabaría con él, que lo acompañaría durante toda la eternidad.
– ¡No lo sé! ¡No lo sé! ¡No lo sé! ¡Dios! ¡Dios! ¡Paren! ¡Paren! ¡Por favor! ¡Por favor!
¡Clic!
La luz se apagó.