CUARENTA Y UNO

El Vaticano, a la misma hora

Marsciano escuchaba con atención a Jean Tremblay, cardenal de Montreal, que leía un grueso expediente que había sobre la mesa.

– Energía, acero, navieras, ingeniería y construcciones, equipos de excavación, construcción y minería, equipos de ingeniería, transporte, grúas pesadas, excavadoras. -Tremblay pasaba las páginas del expediente con lentitud, omitiendo los nombres de las empresas y recalcando, en cambio, los sectores a los que pertenecían-. Maquinaria pesada, construcción, construcción, construcción. -Por último cerró el expediente y levantó la vista-. La Santa Sede se dedica ahora al negocio de la construcción.

– En cierto modo, sí -respondió sin rodeos Marsciano al cardenal Tremblay, luchando contra la sequedad de su boca, intentando no escuchar el eco de las palabras en el interior de su cabeza. Sabía que cualquier muestra de debilidad acabaría con él y con el padre Daniel.

El cardenal Mazetti de Italia, el cardenal Rosales de Argentina, el cardenal Boothe de Australia…, como miembros de un alto tribunal, todos estaban sentados con los brazos cruzados encima de los expedientes cerrados, observando al cardenal Marsciano.


MAZETTI: ¿Por qué hemos pasado de una cartera equilibrada a esto?

BOOTHE: Está demasiado descompensado. Una recesión mundial nos hundiría en el fango. Fábricas paralizadas, maquinaria inmóvil como tantas esculturas que pesan toneladas: inútiles, excepto para mirarlas y maravillarse del gasto.

MARSCIANO: Es verdad.


El cardenal Rosales sonrió y levantó los codos para apoyarse en la barbilla. -Economías y políticas en desarrollo. Marsciano alzó un vaso de agua y bebió de él, luego lo bajó.

– Correcto -dijo.


ROSALES: Y la mano rectora de Palestrina.

MARSCIANO: Su Santidad opina que, tanto en espíritu como en la práctica, la Iglesia debe fomentar el desarrollo de los países menos afortunados. Ayudarlos a encontrar su lugar en el mercado mundial.

ROSALES: ¿Su Santidad o Palestrina?

MARSCIANO: Ambos.

TREMBLAY: ¿Debemos alentar a las naciones en desarrollo a no perder el tren del nuevo siglo y al mismo tiempo beneficiarnos de ellas?

MARSCIANO: Otra manera de verlo, Eminencia, es que actuamos conforme a nuestras propias creencias y, al hacerlo, las enriquecemos.


La reunión estaba prolongándose demasiado. Ya casi era la una y media y, por tanto, hora de ponerle fin. Marsciano no quería informar a Palestrina de que aún no se había tomado una decisión. Más aún: sabía que si los dejaba marchar en ese momento, sin haber alcanzado un acuerdo favorable, hablarían entre ellos sobre el asunto en la comida. Si esto ocurría, empezarían sin duda a recelar de todo el plan. Quizás incluso presentirían que había algún defecto oculto, tal vez sospecharían que se les pedía que aprobaran algo cuyos fines no eran los que parecían.

Palestrina había querido mantenerse al margen para que nadie percibiese su influencia. Y por mucho que Marsciano lo despreciara, conocía el respeto y el miedo que infundía su nombre.

Marsciano se puso de pie.

– Es hora de hacer un alto. Para ser justo, debo comunicarles que comeré con el cardenal Palestrina. Me preguntará sobre vuestra reacción a lo que se ha discutido aquí esta mañana. Me gustaría decirle que, en términos generales, vuestra respuesta ha sido positiva. Que os gusta lo que hemos hecho y que, con algunas leves modificaciones, lo aprobaréis al final del día.

Los cardenales se miraron en silencio. Marsciano los había pillado por sorpresa y lo sabía. En pocas palabras, había dicho: «Dadme lo que quiero ahora o arriesgaos a tratar con Palestrina vosotros mismos».

– ¿Y bien…?

El cardenal Boothe alzó las manos como si se dispusiera a rezar y se quedó mirando la mesa.

– Sí -murmuró.

CARDENAL TREMBLAY: Sí.

CARDENAL MAZETTI: Sí.

Rosales era el último. Al final, alzó la vista hacia Marsciano.

– Sí -espetó y salió de la habitación.

Marsciano miró a los demás y asintió.

– Gracias -dijo-. Gracias.

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