CINCUENTA Y CUATRO

Harry permaneció atento, oculto en parte tras unos niños que jugaban con el agua de la fuente, dejando que el padre Bardoni lo encontrara en medio de la gente.

Al fin lo hizo.

– Ha cambiado mucho…

El padre Bardoni se detuvo junto a él, mirando, no a Harry, sino a los niños que jugaban en la fuente.

En efecto: Harry estaba más delgado, y la barba, el atuendo de cura y la boina negra inclinada ayudaban.

– Quiero entrevistarme con Su Eminencia.

Los dos hombres hablaban en voz baja, observando a los niños, sonriendo cuando convenía, disfrutando con sus travesuras.

– Me temo que no será posible.

– ¿Por qué?

– Sencillamente no es posible. Está muy ocupado…

Harry se volvió hacia él.

– ¡Déjese de bobadas!

El padre Bardoni dirigió la vista hacia un punto situado detrás de Harry.

– En la colina, a su espalda, hay varios carabinieri montados a caballo. Un poco más cerca, a su derecha, hay dos más en motocicleta. -Miró de nuevo a Harry-. Usted es uno de los dos hombres más buscados en Italia… Me basta con acercarme a la policía y agitar los brazos… ¿Me comprende?

– Mi hermano está vivo, padre. Y Su Eminencia sabe dónde está. O me lleva hasta él, o llamamos a la policía para que lo convenza.

El padre Bardoni estudió con atención a Harry, luego sus ojos se posaron en un hombre de camisa azul que los observaba desde el otro extremo de la fuente.

– Tal vez deberíamos dar un paseo…


Echaron a andar, y Harry advirtió que el hombre se apartaba de la multitud y los seguía a una prudente distancia mientras cruzaban una zona ajardinada y tomaban un sendero adoquinado en medio del parque.

– ¿Quién es? -quiso saber Harry-. El hombre de la camisa azul.

El padre Bardoni se quitó las gafas, las limpió con la manga y se las puso de nuevo.

Sin ellas, parecía más fuerte y duro, y a Harry se le ocurrió la idea de que no las necesitaba, de que las empleaba para dulcificar su apariencia, de que tal vez fuera más un guardaespaldas que un secretario. O, en cualquier caso, de que estaba mucho más involucrado en lo que sucedía de lo que aparentaba.

– Señor Addison. -El padre Bardoni echó un vistazo por encima del hombro. El hombre de la camisa azul aún los seguía. Se detuvo de golpe, permitiendo, de modo deliberado, que se aproximase a ellos-. Trabaja para Farel -musitó.

Al final, el hombre les dio alcance e inclinó la cabeza al pasar.

– Buon giorno.

– Buon giorno -respondió el padre Bardoni.

El sacerdote lo vio alejarse y luego se dirigió a Harry.

– No tiene la menor idea de qué está ocurriendo, ni de dónde se está metiendo.

– ¿Por qué no me lo cuenta?

El padre Bardoni volvió a mirar al hombre de la camisa azul. Subía por el sendero, cada vez más lejos de ellos. Una vez más, el sacerdote se quitó las gafas y se volvió hacia Harry.

– Hablaré con el cardenal, señor Addison -accedió, por lo pronto, el padre Bardoni-. Le diré que desea entrevistarse con él.

– Es más que un deseo, padre.

El sacerdote vaciló, como si evaluase la determinación de su interlocutor, y se puso de nuevo las gafas.

– ¿Dónde se aloja? -preguntó-. ¿Cómo podemos ponernos en contacto con usted?

– No estoy seguro, padre. Lo mejor será que yo me ponga en contacto con ustedes.

Al final del sendero, el hombre de la camisa azul se detuvo y volvió la mirada. Al hacerlo, vio a dos curas que se estrechaban la mano. El padre Bardoni dio media vuelta y se alejó por donde había venido. El otro sacerdote, el de sotana negra, lo observó partir y se marchó en la dirección contraria.

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