Danny y Elena abandonaron el edificio a través de una salida de emergencia situada en la planta baja de la Biblioteca Apostólica.
– A la izquierda -indicó Danny con la boca tapada con el pañuelo, y Elena torció hacia los jardines.
– Harry -dijo Danny por el teléfono con tono de apremio.
Nada.
– Harry, ¿me oyes?
Oyó un susurro al otro lado de la línea y de repente se cortó la comunicación.
– ¡Mierda! -soltó Danny.
– ¿Qué sucede? -inquirió Elena, preocupada por Harry.
– No lo sé…
Harry, Hércules y Marsciano aguardaban silenciosos en el balcón.
– ¿Seguro que están allí? -preguntó Harry a Hércules.
– Sí, al otro lado de la puerta.
Momentos antes, mientras descendía hasta el balcón, Hércules había avistado a dos hombres de negro que tomaban posiciones a ambos lados de la puerta.
– Encárgate de que se alejen. -Harry entregó a Hércules la radio de Pilger, que llevaba en el cinturón.
Hércules tomó el aparato y guiñó el ojo a Harry antes de hablar:
– ¡Han saltado de la torre con una cuerda! -gritó en italiano en tono urgente-. ¡Se dirigen al helipuerto!
– Va bene! (De acuerdo) -respondió una voz.
– ¡El helipuerto! ¡El helipuerto! -insistió Hércules para asegurarse, antes de apagar la radio.
Desde el balcón oyeron unas pisadas rápidas en la grava y vislumbraron a dos hombres que se alejaban de la torre.
– ¡Ahora! -exclamó Harry.
– Eminencia. -Hércules hizo un lazo y lo pasó por encima de los hombros de Marsciano, mientras se ataba el otro extremo a la cintura. El enano se encaramó a la barandilla mientras Harry ayudaba a Marsciano a subir. A continuación, pasó el cabo por debajo de la barandilla, dio un paso atrás y comenzó a bajar a los dos hombres.
– ¡Señor Harry! -gritó el enano.
Harry sintió que la cuerda se tensaba; Hércules la sujetaba desde el suelo pero cuando aquél inició el descenso, sonó un disparo que desgarró la cuerda. Harry cayó varios metros antes de que la cuerda se tensara de nuevo, pero, segundos después, se rompió por completo y él se precipitó de golpe. Rodó por el suelo y oyó un alarido. Hércules atenazaba con los poderosos brazos el cuello de un hombre de negro.
– ¡Cuidado! -gritó Harry. El hombre acercaba un arma a la cabeza de Hércules, y éste no la había visto-. ¡Tiene una pistola! -chilló, corriendo hacia ellos.
En ese momento sonó un disparo, se oyó un grito desgarrador y ambos hombres cayeron al suelo.
Harry y Marsciano llegaron al mismo tiempo; el hombre de negro yacía en el suelo con la cabeza torcida en un extraño ángulo mientras que Hércules estaba tumbado boca arriba con el rostro ensangrentado.
– Hércules, ¡Dios mío! -Harry se arrodilló a su lado y le buscó el pulso en el cuello.
En ese instante, el enano abrió un ojo y se secó con la manola sangre que cubría el otro, se incorporó y pestañeó. Se limpió de nuevo la sangre y, al hacerlo, reveló una quemadura blanca con forma de flecha en la mejilla, cubierta por partículas blancas de pólvora.
– Así no conseguirán matarme -dijo.
A lo lejos se oyó el pitido de un tren. Hércules buscó una de las muletas y se puso en pie.
– La locomotora, señor Harry, ¡la locomotora! -Con o sin sangre en la cara, Hércules tenía chispas en los ojos.