CUARENTA Y SEIS

Pescara, Via Arapietra. Sábado 11 de julio, 7.30 h

Thomas Kind esperaba sentado detrás del volante de un Lancia blanco a que alguien abriera la puerta del número 1217, la compañía privada de ambulancias situada al otro lado de la calle.

Kind observó su reflejo en el espejo, se atusó el cabello y siguió vigilando la puerta del negocio que abría a las siete y media. No por haber llegado temprano debía esperar que el resto de las personas también lo hiciera, sobre todo un sábado por la mañana. Aguardaría; la paciencia era esencial.


7.15 h

Un hombre pasó haciendo footing por delante del número 1217, y diecisiete segundos más tarde, un niño pasó en bicicleta en la dirección opuesta. Después, nada. Paciencia.


7.20 h

De pronto, dos policías en motocicleta aparecieron en el espejo retrovisor. Kind no se inmutó. Los agentes se acercaron despacio al coche y pasaron de largo. La puerta al otro lado de la calle permanecía cerrada.

Thomas Kind se reclinó en el sillón de cuero y comenzó a pensar en la información que había obtenido hasta el momento: una furgoneta Iveco de color beige, con número de matrícula italiana PE 343552, había abandonado el hospital de Santa Cecilia a las diez y dieciocho de la noche del jueves. En el vehículo iba un paciente y una monja enfermera, y dos hombres, que al parecer, también eran enfermeros.

La información que Farel por fin le había facilitado revelaba que el hospital de Santa Cecilia era uno de los ocho centros sanitarios de Italia en los que habían ingresado aquella semana pacientes anónimos. De hecho, era el único hospital donde el paciente era varón y contaba poco más de treinta años. Habían dado de alta a ese mismo paciente la noche anterior, poco después de las diez.

Kind, que había llegado la tarde de la víspera, se había dirigido al hospital, y en poco tiempo confirmó sus sospechas de que el centro disponía de un sistema de cámaras de seguridad que abarcaba no sólo los pasillos y espacios comunes, sino también las entradas y salidas del edificio. Esperaba que fuese tan complejo como parecía.

Preguntó por las oficinas de administración, y una vez allí mostró una tarjeta que lo acreditaba como representante comercial de una empresa de sistemas de vigilancia con sede en Milán. Solicitó una entrevista con el jefe de seguridad, pero le comunicaron que éste estaba ausente y que no volvería hasta las ocho de la tarde. Kind asintió y dijo que regresaría entonces.

A las ocho y cuarto, los dos mantenían una charla amistosa en el despacho del jefe de seguridad. Volviendo a los negocios, Kind preguntó si, en vista de lo que parecía una nueva oleada terrorista iniciada con la explosión del autocar de Asís, el hospital tenía previsto aumentar las medidas de vigilancia.

El joven y confiado responsable de seguridad respondió que estaban preparados para todo y lo llevó al centro de operaciones de seguridad del hospital, donde se sentó delante de dieciséis pantallas de televisión que mostraban en directo diferentes zonas del edificio. Kind pronto encontró lo que buscaba: la cámara que enfocaba la salida de las ambulancias.

– ¿Las cámaras funcionan las veinticuatro horas del día? -preguntó.

– Sí.

– ¿También guardan cintas de todo?

– Ahí las tiene -respondió el jefe de seguridad señalando el estrecho pasillo donde brillaban las lucecitas rojas de los aparatos de vídeo en medio de la oscuridad-. Guardamos las cintas durante seis meses antes de borrarlas para usarlas de nuevo. Yo mismo concebí el sistema.

Thomas Kind notó el orgullo con el que el hombre hablaba de un invento que él primero alabaría y del que se aprovecharía después. Kind expresó su admiración por el sistema de seguridad y solicitó una demostración del funcionamiento del vídeo, preguntándole si era posible, por ejemplo, ver las entradas y salidas de las ambulancias del día anterior, hacia las diez de la noche.

El responsable de seguridad accedió con gusto e introdujo un número en el panel de control. Ante ellos apareció una imagen con la fecha y la hora impresas en la esquina superior derecha de la pantalla, y acto seguido vieron la puerta de entrada de las ambulancias. El jefe de seguridad adelantó la cinta hasta la llegada de una ambulancia que se detuvo ante la puerta. De ella salieron dos enfermeros con la camilla de un paciente y desaparecieron en el interior del hospital. Los rostros de los enfermeros y el paciente se distinguían con nitidez. Momentos después, los asistentes regresaron y la ambulancia se marchó.

– Veo que también puede congelar la imagen -comentó Kind-, de modo que si la policía necesitara tomar la matrícula de un vehículo…

– Mire -respondió el jefe de seguridad y pulsó el botón de rebobinado. La ambulancia reapareció en pantalla. A continuación, adelantó la cinta y paró la imagen, en la que se veía con claridad el número de la matrícula.

– Perfecto -sonrió Kind-. ¿Podría enseñarme un poco más?

La cinta siguió avanzando y Kind, pendiente de la hora en la esquina superior de la pantalla, entabló conversación con su interlocutor mientras entraban y salían ambulancias hasta que, a las 21.59 h, apareció en el monitor una furgoneta Iveco sin identificación.

– ¿Qué es eso? ¿Una furgoneta de mercancías? -inquirió Kind mientras observaba a un hombre de constitución fuerte que se apeó del vehículo y entró en el hospital.

– Es una ambulancia privada.

– ¿Dónde está el paciente?

– Lo están recogiendo ahora, observe.

Adelantó la cinta y la detuvo justo cuando el conductor volvía a la ambulancia acompañado por una mujer con aspecto de monja y por un hombre que parecía enfermero. Llevaban en una camilla a un paciente vendado de pies a cabeza sobre cuyo rostro colgaban dos dispositivos de gota a gota. El conductor abrió la puerta, introdujeron al paciente en el vehículo y tanto la monja como el enfermero subieron tras él. El chófer cerró la puerta, y la ambulancia arrancó.

– Seguro que también puede sacar la matrícula de este coche -dijo Kind engatusando de nuevo al jefe de seguridad.

– Claro. -El hombre detuvo la cinta, la rebobinó, la adelantó y congeló la imagen. El número de la matrícula aparecía bien definido: PE 343552, y la fecha y la hora de la esquina superior de la pantalla indicaban que eran las 22.18 h del día 9 de julio.

– PE es el prefijo de Pescara, así que se trata de una compañía local -observó Kind.

– Servizio Ambulanza Pescara -respondió orgulloso el jefe de seguridad-. Como ve, lo tenemos todo bajo control.

Con una sonrisa de admiración, Thomas Kind aprovechó la buena disposición del jefe de seguridad para obtener el nombre del paciente anónimo: Michael Roark.


El anuncio en la guía telefónica proporcionó a Kind el resto de la información: la central del Servizio Ambulanza Pescara se hallaba en el número 1217 de la Via Arapietra, al otro lado de la calle. En la guía figuraba el nombre del propietario, Ettore Caputo, junto a su fotografía y el horario de oficina, de lunes a sábado, de 7.30 a 19.30 h. Kind echó un vistazo al reloj.


7.25 h

De pronto vio que un hombre doblaba la esquina al otro lado de la calle y se dirigía al edificio. Thomas Kind lo observó con atención y sonrió: Ettore Caputo había llegado con cuatro minutos y medio de antelación.

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