CINCUENTA Y TRES

Todavía domingo, 12 de julio

Via Carissimi era una calle de apartamentos y casas de lujo flanqueada por los extensos jardines de Villa Borghese, por un lado, y por la elegante y arbolada Via Pinciana, por el otro.

Desde las nueve y media, Harry había estado vigilando el edificio de cuatro plantas cubierto de hiedras del número 46. Había llamado dos veces al número privado del cardenal Marsciano. En las dos ocasiones había topado con su contestador automático. Y ambas veces había colgado antes de que sonara la señal. O Marsciano no se encontraba en casa o. seleccionaba las llamadas. A Harry no le convenía ninguna de las dos posibilidades. No podía dejar un mensaje ni dar la oportunidad a Marsciano de que lo hiciera esperar mientras alguien rastreaba la llamada. Lo mejor era armarse de paciencia, al menos durante un tiempo. Intentarlo más tarde con la esperanza de que contestara el cardenal.

A mediodía llamó de nuevo con idéntico resultado. Frustrado, decidió dar un paseo por Villa Borghese. A la una se sentó en un banco al borde del parque, desde donde veía con claridad la residencia del cardenal.

Por fin, a las dos y cuarto, un Mercedes gris se detuvo delante del edificio. El conductor se apeó y abrió la puerta trasera. Unos instantes después apareció Marsciano, seguido por el padre Bardoni. Juntos, los clérigos subieron las escaleras y entraron en el edificio de Marsciano. Unos instantes después, el conductor subió al coche y se marchó.

Consultando su reloj, Harry extrajo el móvil del bolsillo, aguardó a que pasara una pareja joven, pulsó el botón de rellamada y esperó.

– Pronto -respondió el cardenal.

– Soy el padre Roe, cardenal Marsciano. Vengo de la Universidad de Georgetown, en…

– ¿Cómo consiguió este número?

– Me gustaría hablar con usted acerca de un problema médico…

– ¿Cómo?

– Un tercer pecho. Se le conoce como pezón supernumerario.

Se produjo una pausa. Luego oyó otra voz.

– Habla el padre Bardoni. Trabajo para el cardenal. ¿Qué puedo hacer por usted?

– Monseñor Grayson, de la Universidad de Georgetown, tuvo la amabilidad de darme el teléfono del cardenal. Me dijo que si necesitaba algo, Su Eminencia estaría encantado de ayudarme.


Harry esperó en el banco hasta que vio al padre Bardoni bajar los escalones del edificio y subir por la calle hacia él. Poniéndose de pie, caminó despacio hacia una gran fuente alrededor de la cual había mucha gente que intentaba aliviarse del agobiante calor y la humedad de aquella tarde de domingo. Harry era uno más entre la multitud: un joven cura con barba que hacía lo mismo que los demás.

Miró atrás y vio que el sacerdote joven y alto, con cabellos negros rizados, empezaba a cruzar el parque. Andaba con naturalidad, como si hubiese salido a dar un paseo. Harry notó que miraba en dirección a él, intentando encontrarlo en medio de la muchedumbre de la fuente. Era la actitud de un hombre que no quería llamar la atención, de alguien que se sentía vigilado e incómodo. Aun así, había acudido, y esto bastaba para que Harry comprendiese que no se había equivocado. Danny seguía con vida. Y Marsciano sabía dónde estaba.

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