Harry Addison aparecía sentado en un taburete con una venda sobre la sien izquierda, vestido con el polo beige, vaqueros y gafas de sol que llevaba cuando abandonó el hotel Hassler poco después de la una y media de la tarde del día anterior, hacía casi treinta horas.
El vídeo de quince segundos del fugitivo Harry Addison había llegado de forma anónima a la Sala Stampa della Santa Sede -la oficina de prensa del Vaticano- a las cuatro menos cuarto de esa tarde con la orden de que fuera enviado directamente al Papa en persona pero, en cambio, lo habían guardado en una estantería hasta las cinco menos diez de la tarde, hora en que lo había abierto uno de los hombres de Farel que, al ver su contenido, lo remitió al jefe. A las seis de la tarde, Farel, el fiscal jefe del Gruppo Cardinale -Marcello Taglia-, Roscani, Castelletti y Scala, los detectives de homicidios encargados del asesinato de Pio y varias personas más estaban sentados en la oscura sala de vídeo.
«Danny…, por… favor, ven…, entrégate.» Harry decía en inglés mientras un intérprete del departamento de Roscani traducía sus palabras al italiano.
A la vista, se trataba de Harry a solas en medio de una habitación oscura sentado en un taburete. La pared que tenía detrás parecía cubierta con un papel rugoso y estampado. Esto y Harry, con sus gafas oscuras y la venda en la cabeza, era lo único que resultaba visible.
«Lo saben todo… Por favor, hazlo por mí… Ven, por favor…, por favor.» Se produjo una pausa tras la que parecía que Harry añadiría algo más pero, acto seguido, la cinta llegaba a su fin.
– ¿Por qué nadie me informó de que el cura seguía vivo? -preguntó Roscani cuando se encendieron las luces, mirando primero a Taglia y luego a Farel.
– Yo me enteré pocos minutos antes de recibir el vídeo -respondió Farel-. Todo ocurrió ayer, cuando el norteamericano pidió que abrieran el ataúd donde descansaban los restos de su hermano y al verlos juró que no eran los de él… Quién sabe, quizá sea verdad, quizá sea mentira… El cardenal Marsciano se hallaba presente y pensó que todo era fruto de los nervios, pero al enterarse de la muerte de Pio, esta tarde mandó al padre Bardoni para explicármelo todo.
Roscani se puso en pie y cruzó la habitación. Sentía que la rabia se apoderaba de él, pues debían haberle comunicado la noticia de inmediato.
– Supongo que usted y su gente no tienen ni idea de la procedencia de este vídeo.
Farel miró a Roscani con fijeza.
– Si lo supiéramos, ispettore capo, habríamos hecho algo al respecto, ¿no cree?
Taglia, con porte aristocrático, ataviado con un traje oscuro a rayas, intervino por primera vez.
– ¿Por qué lo haría?
– ¿Pedir que abrieran el ataúd? -Farel miró a Taglia.
– Sí.
– Por lo que me han contado, estaba muy afectado y quería despedirse de su hermano, darle el último adiós, ya sabe, los lazos de sangre son muy fuertes, incluso entre asesinos, pero cuando vio que los restos no eran los del padre Daniel reaccionó con sorpresa.
Roscani cruzó la habitación e intentó pasar por alto el tono cáustico de Farel.
– Supongamos que se equivocara, ¿por qué al día siguiente iba a dar por hecho que su hermano sigue vivo y pedirle que se entregue? Sobre todo si se tiene en cuenta que a él también se le busca por asesinato.
– Es una trampa -respondió Taglia-. Están preocupados por lo que pueda revelar si lo capturan con vida, así que utilizan a su hermano para que se entregue y después matarlo.
– ¿Ese mismo hermano que quiso despedirse de él ahora quiere matarlo?
– Quizá por eso quería ver los restos. -Farel se reclinó en la silla-. Quería asegurarse de que estuviera muerto, tal vez estaba todo calculado.
– Entonces ¿por qué lo hizo público? El padre Daniel estaba oficialmente muerto. ¿Por qué no dejó las cosas como estaban? La policía no buscaría a un hombre muerto y, en caso de estar vivo, Addison podía buscarlo por su cuenta sin levantar sospechas.
– Pero, ¿por dónde habría empezado? -replicó Taglia-. ¿Por qué no dejar que la policía le ayudara a encontrarlo?
Roscani extrajo un cigarrillo y lo prendió.
– No obstante mandaron el vídeo al Papa y no aquí. ¿Por qué? Todo el mundo sabe quiénes somos.
– Porque desean que aparezca en los medios de comunicación -contestó Farel-. El Gruppo Cardinale quizá decida no entregarlo a los medios, pero al enviar el vídeo al Santo Padre esperaban que interviniese en persona y me presionara para obligaros a hacerlo público. El país entero sabe lo consternado que está por la muerte del cardenal vicario y lo mucho que significa para él llevar al asesino ante la justicia.
– ¿Y él se lo ha pedido? -preguntó Roscani.
– Sí.
Roscani clavó los ojos en Farel por un instante y dio media vuelta.
– Debemos suponer que han calculado todas las posibilidades: si decidimos no entregar el vídeo a los medios, perderemos la oportunidad de contar con la ayuda de los ciudadanos para encontrarlo. Si lo hacemos público y el padre Daniel ve la historia en la televisión o los periódicos y decide hacer lo que le pide su hermano, intentaremos ser los primeros en localizarlo para que nos lo cuente todo.
– Resulta evidente que están dispuestos a correr ese riesgo -comentó Taglia.
– Sí… -Roscani apagó el cigarrillo.
– Existe otro problema. -Farel se puso en pie y se abotonó la chaqueta-. Si el vídeo llega a manos de los medios de comunicación, debemos entregar una foto del cura y, lo que es más importante, proporcionarles información que hasta el momento era confidencial: que un clérigo del Vaticano asesinó al cardenal vicario de Roma. He comentado el asunto con el secretario de Estado, el cardenal Palestrina, y está de acuerdo en que, con independencia de los sentimientos personales del Papa, si el vídeo se hace público, la Santa Sede se verá inmersa en un escándalo justo ahora que la Iglesia no atraviesa por un buen momento.
– Dottore Farel, estamos hablando de un asesinato -repuso Roscani sin apartar la vista del policía del Vaticano.
– No se deje llevar por sus sentimientos personales, ispettore capo, recuerde que ésa es una de las razones por las que no se le ha encomendado la dirección de la investigación. -Farel se volvió hacia Taglia.
»Confío en que tomará la decisión adecuada… -dijo antes de abandonar la sala.