Colocaron el equipaje de Harry en el maletero y luego condujeron en silencio durante cuarenta y cinco minutos, sin intercambiar una sola palabra ni mirada. Pio iba al volante del Alfa Romeo gris, y Roscani en el asiento trasero con Harry. Tomaron la autopista al salir del aeropuerto, atravesaron los suburbios de Magliana y Portuense, avanzaron en paralelo al Tíber y lo cruzaron en dirección al centro de Roma, pasando junto al Coliseo, o eso le pareció a Harry.
La Questura, la comisaría central, era un arcaico edificio de granito y piedra arenisca de cinco pisos situado en Via di San Vitale, una estrecha calle adoquinada transversal a Via Genova, que arrancaba de la Via Nazionale, en el centro de la ciudad. Se accedía al interior a través de un portal en forma de arco, custodiado por policías de uniforme con armas y cámaras de vigilancia. Al pasar bajo el portal, recibieron el saludo de los hombres uniformados; a continuación, Pio estacionó el automóvil en el patio interior.
Pio se apeó primero, y seguido de los demás entró en el edificio, pasando junto a una caseta acristalada en la que otros dos hombres uniformados vigilaban, no sólo la puerta, sino un grupo de monitores de vídeo. Luego recorrieron un pasillo muy iluminado hasta un ascensor.
Harry observó a los hombres y luego el suelo mientras el ascensor se elevaba. El viaje desde el aeropuerto había sido confuso, agravado por el silencio de los policías. Sin embargo, le había dado tiempo para formarse cierta idea sobre lo que ocurría, sobre el motivo de todo aquello.
Sabía que el cardenal vicario de Roma había sido asesinado hacía ocho días por un francotirador desde la ventana de un apartamento, pero no sabía nada más; sus conocimientos se limitaban a lo que había visto por televisión o leído en los periódicos, como otros muchos millones de personas. Establecer una relación entre el asesinato del cardenal y el atentado terrorista contra el autocar en que Danny había muerto poco después era un paso lógico, incluso obvio, sobre todo si se tenía en cuenta el tono de su llamada a Harry. Era un sacerdote del Vaticano, y el cardenal asesinado una figura importante dentro de la Iglesia. Sin duda, la policía intentaba encontrar alguna conexión entre quienquiera que hubiese matado al cardenal y los responsables de la bomba que había estallado en el autocar. Quizá dicha conexión existía, pero, ¿qué creían que sabía él?
Evidentemente, era un mal momento, y la policía debía de estar en entredicho después de que se cometiera un asesinato tan horrible ante sus ojos y las cámaras de televisión. Esto implicaba que los medios de comunicación escudriñarían cada detalle de su investigación. Lo mejor, decidió Harry, era intentar dejar sus sentimientos a un lado y limitarse a responder lo mejor posible a las preguntas que le hicieran. Nada sabía excepto lo que les había dicho al principio, y no tardarían en comprobarlo.