CIENTO VEINTINUEVE

20.35 h

– ¡Señor Harry! -exclamó Hércules cuando Harry abrió la puerta del piano 3 a. Sorprendido, el enano entró en el apartamento con las muletas seguido de Roscani, Scala y Castelletti.

Este último cerró la puerta y permaneció allí mientras Scala inspeccionaba el apartamento.

– La cuerda que pidió está fuera, en el pasillo.

Harry asintió y miró a un Hércules boquiabierto y aturdido, apoyado en sus muletas junto a Castelletti.

– Siéntense, por favor… Éste es mi hermano, el padre Daniel, y ésta es la hermana Elena -les presentó al sacerdote en la silla de ruedas y a la atractiva mujer sentada a su lado como si fueran unos invitados que se hubiesen presentado a cenar.

Hércules siguió a Harry por la estancia, perplejo y sin la menor idea de qué estaba sucediendo. Lo único que sabía es que lo habían sacado de la prisión central diciéndole que lo trasladarían a otra cárcel y que, quince minutos más tarde, estaba sentado en el asiento posterior de un Alfa Romeo azul oscuro junto al jefe de policía del Gruppo Cardinale.

– No hay nadie -afirmó Scala al entrar en el salón-. La puerta de la cocina da a unas escaleras y tiene cerradura, de modo que si alguien intentara entrar desde el tejado, tendría que romper el cristal y haría mucho ruido.

Roscani asintió con la cabeza y, tras mirar a Danny, se dirigió a Harry.

– Se supone que a Hércules se le ha asignado otra prisión, pero sus papeles se han perdido por el camino… Mañana a esta hora lo quiero de vuelta.

– Es posible que mañana a esta hora nos tenga a todos -respondió Harry-. ¿Qué hay de la pistola?

Roscani titubeó por un segundo, pero acto seguido miró a Scala y asintió. El policía se desabrochó la chaqueta y de la funda de la cintura extrajo una pistola semiautomática que entregó a Harry.

– Una Calicó de nueve milímetros parabellum, recámara de dieciséis balas -explicó en inglés con marcado acento italiano. A continuación sacó un segundo cargador del bolsillo que también entregó a Harry.

– Hemos limado los números de serie -comentó Roscani-. Si lo pillan, asegure no recordar dónde la consiguió. Si cuenta lo sucedido entre estas paredes, lo negaremos todo y su juicio resultará más complicado de lo que jamás podría imaginar.

– Sólo nos hemos visto una vez, ispettore capo -respondió Harry-; el día que me recogió en el aeropuerto. Los demás nunca lo han visto.

Roscani posó la vista primero en Hércules, luego en Elena, en Danny y, por último, en Harry.

– Mañana, el vagón de carga será remolcado hasta una vía muerta entre la Stazione Trastevere y la Stazione Ostiense, donde lo recogerán más tarde. Lo seguiremos durante todo el camino y, cuando se marche la locomotora, entraremos.

»Por lo demás, les aconsejo que eviten a los hombres de Farel a toda costa, son demasiados y están bien comunicados entre sí.

Roscani extrajo una fotografía de trece por dieciocho del bolsillo interior de la chaqueta y se la entregó a Harry.

– Éste era Thomas Kind hace tres años. No sé si le servirá de algo porque suele cambiar de aspecto con la misma frecuencia con que nosotros cambiamos de ropa, pasa de moreno a rubio, de hombre a mujer… Habla media docena de idiomas. Si lo ve, no se pare a pensar, apriete el gatillo y no deje de disparar hasta que esté muerto, luego márchese y deje que Farel se lleve los laureles. -Roscani echó un vistazo alrededor-. Uno de nosotros se quedará esta noche vigilando fuera.

– Pensaba que confiaba en…

– Por si acaso aparece Thomas Kind.

– Gracias -dijo Harry con sinceridad.

Roscani miró de nuevo al resto de los presentes.

– Buona fortuna -les deseó y acto seguido se volvió hacia Scala y Castelletti.

Un segundo más tarde la puerta se cerró a sus espaldas y desaparecieron.

Buona fortuna. Buena suerte.

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