CIENTO CINCUENTA Y UNO

– ¡Mierda! -Eaton tosió tapándose la boca con un pañuelo y, con ojos llorosos, buscó desde la ventana superior de la galería de los Tapices una silla de ruedas en el patio en medio de la multitud. Ya había localizado y descartado a dos minusválidos, pero no tenía idea de dónde se encontraban el padre Daniel y la enfermera.

A pesar del humo, la tos, los ojos lacrimosos y el pánico, nada impedía a Adrianna seguir hablando por el teléfono móvil. Tenía dos unidades móviles fuera, una en la basílica de San Pedro y la otra a la entrada de los museos del Vaticano; había dos más en camino y pronto llegaría un helicóptero de la costa adriática que cubría unas maniobras navales del ejército.

Eaton le arrancó el teléfono de la mano.

– Diles que busquen a un hombre barbudo en silla de ruedas con una mujer joven -ordenó, tapando el auricular, con tono urgente y la mirada clavada en la periodista-. Diles que es el presunto autor del incendio, lo que sea, que si lo ven te avisen de inmediato. Si Thomas Kind lo encuentra antes que nosotros, se acabó todo.

Cuando Adrianna asintió, Eaton le devolvió el teléfono.


Con una mueca de dolor, Danny se incorporó en la silla y empujó el marco de la ventana con todo el cuerpo. Nada sucedió al principio, pero finalmente se oyó un crujido, el viejo marco cedió y la ventana se abrió lo suficiente como para permitir asomarse al patio Belvedere. El edificio del cuerpo de bomberos se hallaba justo enfrente, y el ángulo de lanzamiento desde la ventana parecía poco adecuado, pero…

Danny abrió la bolsa de la cámara y extrajo una botella de cerveza llena de ron y aceite con una mecha en el cuello. Levantó la vista hacia Elena, cuyo rostro apenas resultaba visible detrás del pañuelo.

– ¿Está bien?

– Sí.

Danny echó una ojeada a sus espaldas, acercó una cerilla a la mecha e, inclinándose hacia atrás, contó hasta cinco.

– Oorah! -gritó mientras arrojaba la botella por la ventana abierta.

El cristal se hizo añicos contra el suelo del patio, y las llamas se extendieron por la calzada hasta prender en los setos situados debajo de la ventana.

– Al otro lado -indicó Danny cerrando la ventana y sentándose de nuevo.

Tres minutos más tarde una segunda botella explotó en el suelo cerca del patio del Triángulo -el punto más cercano al palacio papal- y, al igual que la primera bomba incendiaria, hizo arder los matorrales de los alrededores.

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