CIENTO SESENTA

11.04 h

Scala se apoyó en el capó del Alfa Romeo azul de Roscani mientras miraba a través de unos prismáticos, pero lo único que distinguió fue la curva que trazaban las vías al internarse en el Vaticano y una parte ínfima de la estación porque, más allá de ese punto, todo seguía cubierto por una espesa capa de humo. Castelletti también veía la abertura de la muralla. A pesar del fuerte aullido de las sirenas, habían oído disparos y, aunque ambos sabían que su deber era esperar hasta que el tren saliera y seguirlo hasta la parada final, tenían que contener el impulso de salir corriendo en busca de Roscani, pues no podían y lo sabían… Sólo les restaba mirar y esperar.


– Su pistola, señor Addison. Entréguemela, por favor.

Harry titubeó; Kind apretó el arma contra la nuca de Elena.

– Ya sabe quién soy, señor Addison…, y de qué soy capaz. -Kind hablaba con tono tranquilo y una leve sonrisa en los labios.

Poco a poco, Harry extrajo la Calico del cinturón.

– Déjela en el suelo.

Harry obedeció y dio un paso atrás.

– ¿Dónde está su hermano?

– Ojalá lo supiera. -Harry miró a Elena.

– Ella tampoco lo sabe -dijo Kind con la misma voz serena.

Elena corría sola hacia el vagón cuando Kind la asaltó y la interrogó sobre el paradero del padre Daniel. Ella le respondió desafiante que no lo sabía. Habían tomado caminos distintos, ella era enfermera y debía atender a un herido en el vagón, por eso se dirigía allí.

En ese instante, cuando sujetaba a Elena por el brazo y vio el miedo y la furia reflejados en sus ojos, Thomas Kind sintió otro ataque de su adicción a matar. Lo saboreaba en la boca y experimentó el deseo sexual que despertaba en él. En ese instante supo que su abstinencia había terminado.

– Encontraremos a su hermano, señor Addison -añadió Kind con tono gélido.

Harry apenas escuchó sus palabras, pues permanecía atento a Elena, intentando consolarla con su mirada mientras pensaba en el modo de liberarla de Kind. De pronto, un hombre apareció en la puerta del vagón.

Era Eaton.

– Vigili fuoco! ¡Bomberos! -gritó con autoridad-. ¿Qué hacen aquí? -preguntó en italiano, sin mirar a Kind en particular, sino dirigiéndose al grupo, como si la pistola de aquél no existiera.

– Nos vamos de viaje -sonrió el terrorista.

De pronto la Cok automática de Eaton surgió de la nada; con un movimiento profesional y calculado, apuntó al terrorista entre los ojos.

Thomas Kind ni siquiera pestañeó. Eaton recibió el impacto de los disparos debajo de la nariz, salió impulsado del vagón hacia atrás y cayó en las vías en un charco de sangre mientras la Colt volaba por los aires.

Elena tensó el cuerpo, horrorizada. Kind le cubrió la boca.

Adrianna permaneció inmóvil, con el rostro impasible. Hércules yacía en el suelo entre Harry y Adrianna, Kind y Elena. Kind contuvo el aliento; si apretaba de nuevo el gatillo cualquiera de ellos podía morir, o todos.

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