100

25.32 h


– No importa quién soy yo -jadeó Hap-, sino quién es usted y adonde coño va.

– Tengo que reunirme con mis primos -dijo Miguel con cautela, muy consciente de que estaba ante el hombre a quien le había quitado la plaza de aparcamiento.

– ¿Primos?

– Cálmese. Sólo era una plaza de aparcamiento.

– ¿Qué hay ahí dentro? -dijo Hap, haciendo con la cabeza un gesto hacia la puerta del despacho de Foxx.

– No lo sé.

– ¿Iba a entrar para encontrarse con sus primos pero no sabe qué hay dentro?

– No he entrado nunca.

– ¿No?

– No. -Miguel se mantuvo firme.

Hap volvió a mirar hacia la puerta abierta. De momento no había ocurrido nada, al menos por lo que podía ver desde allí. Volvió a mirar a Miguel.

– Yo tampoco. Vamos a descubrirlo juntos.


25.34 h


Cruzaron la puerta lentamente y se encontraron en una estancia a media luz. Miguel iba primero como escudo, con la Sig Sauer de Hap apretada contra la oreja. Estaban en una sala grande con unas butacas de respaldo alto colocadas a lo largo de una pared, una estantería enorme en la otra y una gran mesa de despacho de madera al fondo. Justo detrás de ésta, un poco a la derecha, había una puerta de madera tallada, cerrada, encajada en una nave abovedada. Eso era todo. Ningún agente de operaciones especiales, ni rastro de ellos. Sólo silencio.

– ¿Adonde lleva esta puerta?

– Ya se lo he dicho antes, no lo sé.

– Suponga que lo averiguamos -dijo Hap, empujándolo hacia ella.

– ¿Quién es usted? -preguntó Miguel con cautela mientras avanzaban. Estaba claro que el problema no era el aparcamiento; aquello había sido casual. Este hombre era un profesional, y era americano. Pero ¿para quién trabajaba? ¿Para Foxx? ¿Para los cuatro que había visto entrar? ¿O era uno de los perseguidores que sus «primos» intentaban evitar? ¿O tal vez se trataba de algo totalmente distinto?

Hap no le respondió y apartó la vista de la puerta para mirar hacia atrás. Miguel podría haber utilizado ese instante de distracción para tirarlo al suelo y salir corriendo, pero no había venido aquí para hacer cosas así, ni siquiera bajo esas circunstancias. Estaba aquí por sus «primos». Llevaba más de tres horas esperando al pie de la montaña sin tener noticias de ellos y la ansiedad le había empezado a carcomer por dentro. Estaba seguro de que la falta de noticias se debía a algún problema que habían tenido, y por eso abandonó la limusina y tomó prestada la moto con sidecar de un tío suyo que vivía en el cercano pueblecito de El Borras, luego la subió a toda velocidad hasta el monasterio y la metió en la plaza de aparcamiento, adelantando a aquel americano. Y ése también fue el motivo por el que entró en el restaurante y se enteró por el camarero de que sus primos se habían reunido con Merriman Foxx en el reservado, y que luego habían salido con él en dirección al despacho que sabían que Foxx tenía allí. Ahora estaba en aquel despacho buscando a sus «primos». Fuera quien fuese ese hombre, armado o no, no pensaba permitirle que hiciera daño a ninguno de los dos.

– Un momento. -Hap se detuvo de pronto y escuchó.

No se oía nada, ni una mosca. Algo pasaba. Habían entrado cuatro efectivos de operaciones especiales. La única otra salida aparte de la puerta de delante era aquella otra del fondo, y deberían haber salido por ella. Si tenían al presidente y tenían que volver a salir por aquí, convendría que uno de ellos se hubiese quedado allí apostado.

Fue entonces cuando Hap se dio cuenta del terrible error que había cometido. Los agentes sí tenían otra salida y la habían elegido.

– ¡Maldita sea! -exclamó, alejándose de Miguel y dirigiéndose a la puerta de entrada.

En aquel mismo instante, un estruendo sordo sacudió el edificio entero, como un terremoto. Hap y Miguel cayeron al suelo, una avalancha de libros se desprendió de las enormes estanterías, polvo y escombros llovieron del techo.

Hap se levantó al instante, sin saber muy bien qué había ocurrido, y trató de recuperar el control de la situación, agitando su Sig Sauer de 9 mm hacia Miguel.

– ¡No, no! ¡No lo haga! -gritó Miguel, agitando los brazos hacia arriba.

Justo en aquel momento, la puerta del fondo de la sala se abrió de golpe y los operativos aparecieron a la carrera. El Narizotas delante; un segundo agente, pelirrojo, con el pelo muy corto y sin chaqueta, iba detrás de él. Los dos llevaban pistolas automáticas en las manos. Los seguían los otros dos tipos. Llevaban a un hombre entre ellos, cogido por los brazos y arrastrando los pies. La chaqueta del pelirrojo tapaba a este último para que no pudiera ser identificado.

– ¡Agente Especial Daniels, Servicio Secreto de Estados Unidos! -gritó Hap, mostrando su identificación del Servicio Secreto con la mano izquierda y con la Sig Sauer en la derecha, a un lado-. Quedan relevados de la misión. Tomo al presidente bajo mi custodia.

– No es posible -dijo el Narizotas, sin ápice de emoción.

– Repito: quedan relevados de su misión -dijo Hap, mostrando su Sig Sauer-. No me lo pongan más difícil.

– No. -Narizotas y el pelirrojo levantaron sus automáticas al mismo tiempo.

Hap se contorsionó a un lado al tiempo que una ráfaga de disparos impactaba contra la pared frente a la que se encontraba unos instantes antes. Los otros operativos corrieron hacia la puerta. Cuando pasaron por su lado, Miguel arremetió hacia su «primo» cubierto con la chaqueta.

Sorprendidos por el gesto repentino de Miguel, los agentes se apartaron. Al hacerlo, la chaqueta cayó al suelo y el sujeto quedó al descubierto, el cuerpo inerte, la cabeza desplomada a un lado. No era el presidente; era Merriman Foxx.

Ahora el Narizotas estaba ya en la puerta.

– ¡Sacadlo de aquí! -les gritó a sus compañeros, y luego le soltó una ráfaga a Miguel, mientras éste saltaba detrás de la mesa de despacho. Al mismo tiempo, el pelirrojo apuntó con su automática a Hap, pero fue demasiado tarde. Hap ya estaba disparando desde el suelo.

¡¡¡BUM, BUM, BUM!!!

Hap vio que sus balas hacían reventar el brazo derecho del pelirrojo. El tipo gritó y el Narizotas lo sacó a rastras por la puerta, disparando una ráfaga hacia Hap mientras lo hacía. Los otros los siguieron a toda prisa, mientras intentaban volver a cubrir a Foxx con la chaqueta y lo arrastraban con ellos. Una vez fuera, Narizotas volvió a asomarse al interior de la sala y disparó una ráfaga en todas direcciones, como para asegurarse que los hombres de dentro no saldrían a perseguirlos.

Загрузка...