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11.56 h


Marten entró en el puesto de mando del Servicio Secreto y alertó a Bill Strait de sus temores. A los pocos segúndos, Strait había encontrado a Hap, que estaba con el presidente.

Al cabo de dos minutos, Hap, Marten y Bill Strait estaban en medio del puesto de mando del Servicio Secreto rodeados de una docena de agentes y especialistas técnicos y de tres comandantes del Servicio Secreto polaco. No tenían ni idea de si Marten estaba o no en lo cierto, ni, si lo estaba, de a quién podían estar buscando -hombre, mujer, joven, adulto, anciano-, ni de cómo esa persona podría entrar con un M14 o algún rifle parecido por el cordón de seguridad. Pero una cosa sí era segura: fuera quien fuese aquella persona, si es que existía, tenía que disponer de un pase de seguridad. Nadie más había podido entrar en el complejo. De eso estaban absolutamente seguros.


12.00 h


Recoger el M14 fue fácil. Había sido introducido dentro de un camión de televisión por satélite y escondido debajo de toneladas de material, dentro de una funda cilíndrica de trípodes de cámara; luego lo habían dejado en una pila de material de rodaje frente al camión. El pase de la AP le dio a Victor fácil acceso a la zona de prensa y al enorme despliegue de furgones con parabólicas. La funda de trípodes que contenía el rifle estaba a la izquierda y cerca de la base de la pila de material, marcada con un dibujo especial hecho con cinta aislante azul claro. Lo único que Victor tuvo que hacer fue recoger la funda e ir a esconderse a una arboleda cercana, como se le explicaba en el paquete de instrucciones que le dio el taxista del coche n.° 7121 cuando lo recogió en la estación de Cracovia.


12.10 h


Dentro del puesto de mando del Servicio Secreto, Marten, Hap y Bill Strait estaban sentados frente a unas pantallas de ordenador, examinando las fotos de identificación de todas las personas que habían superado el cerco de seguridad y habían sido fotografiadas al entrar: seiscientas setenta y dos. Eso incluía a los propios jefes de Estado, sus familiares y séquitos, otros invitados, todos los miembros de las fuerzas de seguridad y todos los integrantes de la prensa.

Marten estaba porque Hap se lo había pedido, porque llevaba con el presidente desde Barcelona y en aquel tiempo podía haber visto una cara que al pasar podría reconocer. Tal vez algún miembro del equipo de Foxx en Montserrat, o alguien a quien hubiera visto con Foxx o Beck o Demi en Malta, o incluso en las pantallas de televisión de dentro de la iglesia en Port Cerdanya. Era una apuesta entre un millón, pero era mejor que nada.

– Maldita sea -escupió Hap mientras las fotos iban danzando delante de sus narices-. No tenemos ni idea de a quién estamos buscando.

– Espero equivocarme sobre todo el asunto -dijo Marten-. Espero que no sea nada.

– Hap -dijo Bill Strait de pronto-. Todo el mundo que ha entrado en el recinto ha sido registrado a fondo, de lo contrario no les hubieran dado las credenciales de seguridad. El noventa por ciento fueron invitados a la cumbre original en Varsovia, lo cual significa que los controles de seguridad habrán sido para ellos muy rigurosos. El diez por ciento restante está aquí por el cambio repentino de ubicación. Los registros con ellos habrán sido menos rigurosos, sencillamente por el factor tiempo.

– Es verdad. Vamos a separar a estas sesenta o setenta personas. Centrémonos en ellos en particular.


12.20 h


Victor avanzó con diligencia más allá de una hilera de viejos edificios de piedra y hacia una extensión de árboles que estaban brotando y que ocultaban parcialmente un largo tramo de lo que parecía antigua valla de cemento y alambre de espinos del campo de concentración original.


12.30 h


Por delante de Hap, Marten y Bill pasaban una foto tras otra. De momento no se habían detenido ante ninguna, nadie de aquellas personas les parecía sospechosa ni recordaban haberlas visto antes. Sin embargo, no tenían más remedio que seguir mirando. En treinta minutos el presidente subiría al podio. Si había alguien por ahí, tenían que encontrarlo.


22.35 h


Victor avanzó a través de la maleza hasta un pequeño estanque que quedaba a treinta metros.

– Probando. Uno, dos. Probando. Uno, dos.

A lo lejos podía oír la voz de un ingeniero técnico que probaba el sistema de sonido del podio.

– Probando. Uno, dos. Probando. Uno, dos.

Victor sonrió al llegar al borde del estanque y se desvió por detrás del mismo. Por alguna razón, no había sentido nada hasta ahora. Había conservado la calma desde la salida de Varsovia. Tanto en el control de seguridad, como al pasar por entre los camiones con antenas para recoger la funda del trípode con el M14 dentro, e incluso cuando se le acercó un equipo de policías con perro: les mostró diligente su identificación y hasta acarició la cabeza del perro. Se mantuvo tranquilo al recoger el supuesto trípode momentos más tarde y se marchó con él hacia el bosque. Sólo ahora, cuando escuchaba las pruebas del sistema de megafonía, sintió que la adrenalina empezaba a subirle. Y por eso sonreía. Aquello no era sólo peligroso. Era divertido.

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