95

A la misma hora, 14.35 h


Hap Daniels llevó el Audi de alquiler hacia el aparcamiento del monasterio, que se encontraba atiborrado de coches y autocares de turistas. Delante de él y encima veía los edificios de piedra que comprendían la miniciudad propiamente dicha. Siguió avanzando, lenta, intensamente, con la posibilidad de aparcar el coche como idea más inmediata en la cabeza.

En circunstancias distintas habría ido directamente a seguridad, se habría identificado y habría solicitado su ayuda. Aparcar habría sido secundario. Pero ahora era distinto. No le podía decir a nadie quién era ni el porqué de su visita. Al mismo tiempo tenía que encontrar una plaza en la que poder dejar el Audi sin que se lo llevara la grúa, y en la que tuviera acceso inmediato a él si tenía que llevarse al presidente corriendo. Por todo ello, lo único que le quedaba hacer era conducir arriba y abajo por el aparcamiento hasta encontrar una plaza libre o ver a alguien que se marchara, como todo el mundo.

Hizo un giro y empezaba a bajar por el mismo carril por el que acababa de pasar cuando le sonó el móvil. Lo descolgó inmediatamente.

– Daniels.

– Hap, soy Bill. -La voz de Bill Strait resonó por el pequeño auricular.

– ¿Qué ocurre?

– El Fumigador ha sido localizado.

– ¿Cómo? -El corazón se le subió a la garganta.

– Ha sido llevado a un monasterio llamado Montserrat, en unas montañas cerca de Barcelona. Dos equipos de rescate de la CIA están de camino en helicóptero para recogerlo. Tienen previsto aterrizar en el monasterio a las 15.15 h.

– Bill -lo apremió Hap-. ¿Quién te ha dado esta información? ¿De dónde viene?

– Del jefe del Estado mayor en Madrid.

– ¿Cómo diablos se ha enterado?

– No lo sé.

– ¿Quién ha mandado a la CIA?

– ¿Te refieres a qué persona concreta?

– Sí.

– Tampoco lo sé. Viene todo de la embajada en Madrid.

– Primero tendría que haber pasado por nosotros.

– Lo sé, pero no ha sido así.

– Dos equipos no es mucho.

– Hay más en camino desde Madrid.

– ¿Se sabe algo del estado del Fumigador?

– Nada.

De pronto Daniels vio un Toyota verde que empezaba a salir de un espacio, seis plazas más adelante. Pisó el acelerador y el Audi salió disparado. Luego se paró de golpe y bloqueó el carril detrás del coche, esperando que el Toyota liberara totalmente la plaza.

– Hap, nuestro propio helicóptero está de camino. Te necesitamos aquí ahora. Levantamos el vuelo hacia Montserrat a las 15.20.

– Diez-cuatro, Bill, gracias. -Hap colgó-. ¿La CIA? -dijo, en voz alta. ¿Y sólo dos equipos? ¿Qué tipo de CIA era? ¿Operaciones regulares, o alguna rama especial bajo el ala del secretario de Defensa y los demás? ¿Qué significaba todo aquello? ¿Y qué papel desempeñaba Bill Strait? ¿De qué lado estaba? ¿Y cómo iba a decirle a Bill que no podría incorporarse al helicóptero de camino a Montserrat porque ya se encontraba en Barcelona?

Justo en aquel momento, el Toyota salió de la plaza de aparcamiento y se marchó. Daniels pisó el acelerador del Audi y empezó a maniobrar para meterse en la plaza libre. En el mismo instante, una moto con sidecar le cortó el paso. Hap pisó el freno.

– ¡Hey! ¡Estaba yo primero! -gritó por la ventana abierta.

– El primero que llega aparca -le dijo bruscamente el motorista, bajándose de su vehículo.

– ¡ Yo estaba primero!

El motorista lo ignoró y se quitó el casco apresuradamente, para luego guardarlo en el cofre de su vehículo.

– ¡Saca esta mierda de aquí! -gritó Hap, mientras abría la puerta del coche y salía hecho una furia.

El motorista se largó y en cuestión de segundos desapareció por entre la muchedumbre que se dirigía a la plaza de enfrente de la basílica.

Hap lo miró, con la paciencia y el raciocinio prácticamente agotados.

– ¡Ya te pillaré, hijo de puta! -masculló-. ¡Te pillaré y te daré lo que te mereces, cabronazo!

Загрузка...