Washington, DC. 7.10 h
Nicholas Marten encendió el televisor y puso una cadena local de noticias tan pronto como se levantó de la cama, casi treinta minutos antes de lo previsto, con la esperanza de oír algo sobre el «asesinato» de la doctora Stephenson. Hasta ahora no habían dicho nada. El hecho de que la policía siguiera reteniendo la noticia le provocaba más curiosidad que nunca, y le sorprendía que algún periodista agresivo todavía no la hubiera descubierto y no la hubiera filtrado.
Dejó el volumen alto, tomó una ducha rápida y se dispuso a afeitarse. Entre las noticias varias, el tráfico y la meteorología, se enteró de que el hombre abatido por el francotirador de Union Station el día antes era un ciudadano colombiano que estaba legalmente en el país como jugador de béisbol de los Trenton Thunder, un equipo de una liguilla menor filial de los New York Yankees. Una fuente sin identificar reveló que los investigadores habían encontrado el arma del crimen en una oficina de alquiler del National Postal Museum, justo enfrente de la estación. Se trataba supuestamente de un M14, un rifle estándar de entrenamiento de las fuerzas armadas norteamericanas, de los que fabrican a cientos distintos fabricantes de armas.
Parecía un asesinato más bien raro -el de un jugador de la liga menor de béisbol- pero no mucho más, y Marten siguió afeitándose, con la mente centrada en encontrar la manera de acceder y examinar el historial médico de Caroline.
Por ningún motivo en concreto, pensó en lo que ella le había dicho en el hospital cuando le tomó la mano, lo miró a los ojos y le dijo, con tono vacilante:
– Han asesinado… a mi marido y… a mi… hijo… y ahora me han… matado a mí.
– ¿De quién estás hablando? -le preguntó-. ¿Quiénes?
– Los ca… los… ca… -dijo ella.
Pero fue lo máximo que fue capaz de expresar y, con las fuerzas ya agotadas, se quedó dormida. Ésas fueron las últimas palabras que pronunció antes de despertarse por última vez y decirle que lo amaba, para luego… morir.
Marten sintió que la emoción empezaba a embargarlo y se tomó un momento para serenarse antes de terminar de afeitarse. Luego entró en la habitación para vestirse, decidido a salir de aquel profundo dolor y a ponerse a solucionar los problemas reales.
– Los ca… -dijo, en voz alta-. ¿Qué ca? ¿Qué estaba intentando decirme?
Al instante pensó en el rato breve que había pasado en casa de Caroline antes de que el abogado le pidiera que se marchara. ¿Qué vio allí? ¿Qué pudo haber visto, aunque fuera apenas por unos instantes, que pudiera darle la respuesta a lo que ella trataba de decirle? Además del pequeño paseo por la casa, y aparte de poder apreciar los toques hogareños de ella, el único lugar donde había estado en el que había algo concreto era el despacho de su marido. ¿Qué había visto en el poco tiempo que estuvo allí? Fotos de la familia Parsons, de Mike Parsons con personajes famosos. Aparte estaban las pilas de carpetas de trabajo que cubrían casi toda la mesa del congresista, y unas cuantas más que estaban en una mesita auxiliar. Éstas, recordaba, estaban claramente marcadas con rotulador: Informes Y Minutas del Comité. Simplemente. Nada más.
Contrariado, Marten se puso los pantalones y luego se sentó en el extremo de la cama para ponerse los zapatos. Mientras lo hacía se le ocurrió una posibilidad y se incorporó de golpe:
– Informes y minutas del comité -dijo, en voz alta-. Committee. ¿Cómo empezaría alguien a decir la palabra comité, pronunciada en un inglés coloquial? No com-mittee, sino cam-mittee.
¿Era posible que Caroline hubiera querido decir que alguien en un comité del que era miembro Parsons era el responsable de sus muertes? Pero ella no había usado la palabra «alguien», sino que había usado la forma plural. Así, si esto era lo correcto y ella hablaba de un comité, ¿se refería a varios de sus miembros o al grupo entero? Pero ¿cómo era posible que un comité entero del Congreso estuviera involucrado en los complicados asesinatos de tres personas, por no hablar de los otros inocentes que iban a bordo del chárter de los Parsons? La hipótesis era muy atrevida, pero de momento era la única que tenía.
Su reloj marcaba un poco más de las 7.30 de la mañana. A las 14.00 debía asistir al funeral de Caroline en la Iglesia Presbiteriana Nacional. Eso le daba un margen de poco más de seis horas para tratar de indagar sobre el pasado reciente de Mike Parsons en el Congreso y tal vez dar con algún tipo de respuesta, o al menos el principio de alguna.
Marten abrió su agenda electrónica, la encendió y entró en el buscador Google. Escribió «Representante Michael Parsons» en el recuadro de Búsqueda y luego clicó en Enter.
En la pantalla se le apareció la página web de Parsons del Congreso. Marten suspiró aliviado: al menos Parsons seguía en la base de datos del gobierno. Arriba de todo decía: «Congresista Michael Parsons, representante del Distrito 17 de California. Condados de Monterrey, San Benito y Santa Cruz».
La ubicación de las oficinas de Parsons en Washington y California venía más abajo, seguida de un lugar en los que encontrar los comités de los que había formado parte. Marten clicó en éste y le apareció la lista.
Comité de Agricultura
Comité de Pequeñas Empresas
Comité de Presupuestos
Comité de Gastos
Comité de Seguridad Nacional
Comité de Reformas del Gobierno
Comité permanente sobre Inteligencia de la Cámara de Representantes.
Dentro de éstos había un número de subcomités en los que Parsons había participado. Uno de ellos llamó la atención de Marten, el subcomité del que era miembro en el momento de su muerte:
Subcomité de Inteligencia y Contra Terrorismo.
Mike y su hijo habían muerto el viernes, 10 de marzo. La última reunión programada del subcomité fue el martes, 7 de marzo. Su tema de discusión era «Progresos en la consolidación de las listas de alerta terroristas» y tuvo lugar en el edificio de oficinas Rayburn House. Había una lista de sus miembros. Curiosamente, y al contrario de otras reuniones, de ésta no se daba más información, como la lista de testigos que debían aparecer ante el comité. Estaba sencillamente en blanco.
Marten probó con diferentes páginas web gubernamentales y tampoco obtuvo más información que la que aparecía en la página de Parsons. Estaba seguro de que había una explicación y se echó la culpa por su incapacidad de entender y de navegar por los entresijos de la web del gobierno. Aun así, la proximidad de la fecha de la muerte de Parsons y el hecho de que pareciera no haber información disponible sobre la reunión lo inquietaban. Quería averiguar más cosas, pero no sabía cómo.
Richard Tyler, el abogado de Caroline, podía haberlo ayudado si alguien de su bufete no se hubiera inmiscuido para cerrar el acceso de Marten a la información personal de los Parsons. Eso significaba que por ahí no obtendría ninguna ayuda, y si lo intentaba, su esfuerzo sería considerado sospechoso, o todavía peor; especialmente si ese «alguien» prefería que la investigación quedase totalmente silenciada. Si presionaba, era muy probable que se jugara el físico por la amenaza de alguien desconocido, o que se acabara encontrando con otra visita de la policía. Y ninguna de las dos opciones le convenía en absoluto.
También estaba el factor tiempo. Fitzsimmons & Justice, la empresa para la que trabajaba en Inglaterra, había tenido la delicadeza de concederle unos días de permiso para que pudiera viajar a Estados Unidos y ocuparse de la situación de Caroline, pero al mismo tiempo, él se encontraba personalmente involucrado en el diseño de un gran proyecto paisajístico llamado The Banfield Job, encargado por Ronald Banfield, un jugador estrella del Manchester United, en su propiedad al noroeste de la ciudad. El proyecto ya avanzaba con retraso y tenía que estar terminado a finales de mayo para que el trabajo real -el encargo de materiales, la nivelación del terreno, la instalación de sistemas de riego y, finalmente, la plantación- pudiera iniciarse. Eso significaba que, fuera lo que fuese que tuviera que hacer aquí en Washington, tendría que plantearlo y resolverlo rápidamente.
Marten se levantó, pensando que si iba al Capitolio, tal vez, en sus archivos, pudiera empezar a encontrar algunas respuestas. Se dirigía al teléfono para llamar a recepción y pedir indicaciones cuando vio un ejemplar del Washington Post en la mesita de noche y se acordó de que varios años antes, su buen amigo Dan Ford había trabajado en la oficina de Washington del Los Ángeles Times, antes de que lo trasladaran a París y luego fuera asesinado por el infame Raymond Oliver Thorne. Mientras estaba en Washington, Ford trabó amistad con unos cuantos periodistas de otros medios. Había uno al que llegó a conocer bastante bien pero del cual Marten no recordaba el nombre. Lo que sí recordaba era que colaboraba en la sección de política del Washington Post. Ignoraba si seguía trabajando allí, pero pensó que si miraba los nombres de los periodistas en el periódico tal vez lo reconocería.
No tardó mucho en encontrarlo. El nombre estaba allí mismo, en la primera página, firmando una noticia sobre la gira europea del presidente Harris: «El duro camino del presidente por Europa». El autor era Peter Fadden.