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Chantilly, Francia, 6.44 h


Victor estaba en medio de una espesa arboleda a cien metros de su objetivo. El cañón de su rifle M14 descansaba sobre un trípode improvisado con ramas y apuntaba a través de la bruma grisácea del amanecer hacia la pista de entrenamiento de purasangres llamada Coeur de la Forêt. Hasta en aquella fría humedad se sentía confortable. Esto era lo que hacía, lo que le habían pedido que hiciera y lo que creían plenamente que haría. No lo que podría hacer, como si fuera un simple empleado de bajo rango, sino lo que ejecutaría con la seguridad de un buen tirador, de un buen profesional.

– Victor -La voz serena y tranquilizadora de Richard le llegó por el auricular.

– Sí, Richard.

– ¿Cómo te sientes?

– Bien.

– ¿No tienes frío, ni demasiada humedad?

– No, Richard, estoy bien.

– Los caballos y los jinetes acaban de salir de las instalaciones de entrenamiento. En unos treinta y cinco segundos llegarán al inicio de la pista de prácticas. Una vez allí recibirán las últimas instrucciones del entrenador. De diez a quince segundos más tarde empezará la carrera de entrenamientos. Deberían tardar unos setenta segundos en llegar adonde tú estás. ¿Es todo de tu conformidad, Victor?

– Sí, Richard.

– Luego ya sabes lo que tienes que hacer.

– Sí, Richard.

– Gracias Victor.

– No, Richard, gracias a ti.


Barcelona, 6.50 h


Descalzos, con las perneras de los pantalones recogidas hacia arriba, con vasos de café en las manos y pinta de turistas madrugadores de vacaciones, Nicholas Marten y el presidente de Estados Unidos John Henry Harris caminaban por la arena húmeda de la playa contemplando cómo amanecía por encima del Mediterráneo. Detrás y más arriba de ellos había un afloramiento de colinas rocosas que separaba el desolado tramo de playa en el que se encontraban del camino de tierra por el que habían llegado. Una cruz en el mapa les haría saber que se encontraban a unos veinticuatro kilómetros al norte de Barcelona.

Aislados y lejos de la ciudad propiamente dicha, disfrutaban de un breve respiro, un respiro meticulosamente calculado para dejar que las fuerzas de seguridad tuvieran tiempo de completar sus bloqueos de carreteras y sus controles ciudadanos y luego se marcharan con las manos vacías y, esperaban ellos, calmaran o al menos atenuaran su presencia, dejando que la ciudad recuperara algo parecido a la normalidad hasta que volvieran a reagruparse, rediseñaran su táctica y enviaran muchos más efectivos. Y era precisamente aquel paréntesis temporal lo que Marten y el presidente aprovecharían para dirigirse a Montserrat. Los dos sabían que una vez empezara la segunda estrategia, el abasto y el tamaño de la operación no tendría precedentes. John Henry Harris no era una simple persona desaparecida, era el presidente de Estados Unidos, y la determinación del Servicio Secreto, la CIA, el FBI, el NSA, el servicio de inteligencia español y las fuerzas policiales españolas por encontrarlo y llevarlo a lo que ellos entenderían como un lugar protegido convertían sus posibilidades de escapar, en el mejor de los casos, en nulas.


Marten miró hacia atrás. Bajo la luz tenue del amanecer podía ver la protección de las colinas levantarse detrás de ellos y el pequeño recodo al final del camino en el que estaba aparcada la limusina Mercedes negra que los había llevado hasta allí. Al lado del vehículo y vigilándolos estaba su chófer, el afable Miguel Balius, un hombre de mediana edad vestido con traje oscuro, un oriundo de Barcelona que se crió en Australia y más tarde había regresado a su ciudad natal. El conocimiento preciso de Balius de las calles y callejones de Barcelona fue lo que los ayudó a evitar el embrollo de controles y calles cerradas y a llegar a la playa remota en la que ahora se encontraban. Que hubieran llegado tan lejos era mérito de la creatividad aparentemente ingenua de Balius, de la idea original de Marten y de la perfecta ejecución de la misma de Demi.


Habían llegado al hotel Regente Majestic a las 4.50 h y entraron inmediatamente, Demi a recepción y Marten y el presidente Harris al baño de hombres, justo al fondo del vestíbulo, donde se asearon un poco y aguardaron. Lo que Marten propuso momentos antes de llegar al hotel era, si funcionaba, descabellado, pero no más descabellado que la situación en la que ya se encontraban: atrapados en la ciudad de Barcelona mientras las fuerzas españolas de seguridad exigían la identificación a casi todo el mundo que trataba de marcharse.

La idea de Marten había procedido de la sencilla realidad de su situación: tenían que mantenerse a salvo de la enorme red que los rodeaba y al mismo tiempo llegar al monasterio de la montaña de Montserrat hacia el mediodía. Con este fin creó un guión que, con suerte y si se ejecutaba correctamente, pensó que podía funcionar. Demi inició su puesta en marcha en el momento en que llegaron al hotel, cuando fue directamente al recepcionista y le pidió hablar con el conserje. Lo siguiente es lo que les contó a Marten y al presidente que había dicho:

«Mis dos primos han llegado en un vuelo de primera hora de la mañana desde Nueva York para asistir a una reunión familiar. He ido a buscarlos al aeropuerto y estuve media hora para encontrarlos porque la compañía les había perdido las maletas y tuvimos que esperar a que las buscaran, aunque no han aparecido y siguen extraviadas. De camino hacia aquí nos quedamos atrapados en esta cosa horrible, no sabemos qué es, que está pasando en la ciudad. Hemos tardado una hora en pasar un control de seguridad. Hemos tenido que mostrarles la documentación, todo.»

«Los policías pensaban que tenían a unos terroristas atrapados en un hotel no lejos de aquí -le explicó el conserje-. Pero se les han escapado. O eso es lo que nos han dicho, si bien los siguen buscando; ése es el motivo de todo este caos. Le pido sinceras disculpas por todas las incomodidades.»

«Oh, no es culpa suya, por supuesto, y todos debemos colaborar para atrapar a gente así. Sin embargo, mi problema ahora no son los terroristas, sino mis primos. Tengo que decir que no me caen muy bien y además están irritables y cansados, no pueden dormir y están los dos como locos. Quieren pasarse el día haciendo turismo, pero yo tengo otras cosas que hacer. De hecho, yo también estoy agotada y necesito dormir. Estaba pensando en alquilarles una limusina, que alguien los lleve adonde ellos quieran ir, a ver lo que quieran ver, y que los traiga de vuelta al hotel por la noche, ¿sería posible?»

«¿Quiere que sea ahora, a esta hora de la mañana?»

«Lo antes posible, y que quien venga a buscarles les traiga también algo de comer, un poco de agua embotellada y café. No quiero que me despierten para ir a desayunar.»

«Me temo que será muy caro.»

«A estas alturas créame que no me importa. Cueste lo que cueste, cárguelo a mi habitación.»

«Muy bien, señorita, yo me ocuparé de todo.»

«Otra cosa. Si el chófer pudiera encontrar la manera de evitar todos esos tediosos controles de tráfico… Compréndalo, eso todavía les pondrá más nerviosos y entonces querrán volver antes y luego me lo echarán en cara, como si todo ese asunto de los terroristas fuera culpa mía.»

«No se preocupe, hablaré personalmente con el chófer.»

«Gracias, señor, muchas gracias. No se imagina lo mucho que significa para mí.»Cuando iba a volverse para marcharse a Demi se le ocurrió otra cosa.

«Disculpe, no quiero abusar de usted, pero hay otros familiares que vendrán al hotel más tarde y la llegada de los primos es una sorpresa. Sólo quería pedirle que tanto el personal del hotel como el chófer sean discretos. No me gustaría que se le escapara a alguien por descuido y lo estropeara todo.»

«Descuide, señorita, que yo me ocuparé de todo», le dijo el conserje con una media reverencia.

«Gracias de nuevo, señor, muchísimas gracias.»


Diez minutos más tarde llegaban Miguel Balius y su limusina Mercedes. El servicio de habitaciones del hotel había preparado un desayuno, agua embotellada y café. Demi besó a los primos Jack -el presidente- y Harold -Marten- para despedirse, mientras Martin le susurraba: «Ni una palabra a Beck ni a nadie sobre el "primo Jack"».

– Claro que no, tonto -le susurró ella con una sonrisa, y luego le recordó al primo Jack que no se quitara el sombrero y que tuviera cuidado con el sol, antes de marcharse todos: ella a la cama, ellos tratando de huir de la enorme cacería organizada para atraparlos.

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