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10.37 h


Estaban a veinte minutos de Barcelona, en dirección noroeste por la autopista A2. Era un furgón blanco. Su conductor era un tipo grandote llamado Rafael. En las puertas y pintadas con pintura negra estaban las palabras que indicaban su origen y destino: Monasterio benedictino de Montserrat.

El reverendo Beck y Luciana iban en los asientos directamente detrás de Rafael; Demi iba detrás de ellos, sola en la tercera fila, con su material fotográfico y su bolsa al lado. Miraba al infinito, tratando de no pensar en Nicholas Marten y el presidente y en lo que había hecho. O más bien, lo que había decidido que no tenía más remedio que hacer.

Ya desde el enfrentamiento entre Marten y el doctor Foxx en Malta quedó bien claro que tanto Foxx como Beck se habían puesto nerviosos. A sü vez, ella tuvo miedo de que aquello estropeara, o incluso acabara, con su relación con Beck. Y creyó que así había sido cuando él abandonó la isla de aquella manera tan repentina a la mañana siguiente, pero luego el conserje la llamó para transmitirle sus disculpas e invitarla a Barcelona.

Poco después llegó a la suite del reverendo del hotel Regente Majestic y le presentaron a Luciana, y allí Beck la sorprendió diciéndole que comprendía que su interés por él no era debido a su vocación religiosa, sino a su relación con la secta de Aldebarán, que suponía que era el tema real de su libro, y no el supuesto fotorreportaje sobre los «clérigos que atienden a políticos importantes». Además, le dijo que la razón por la que ella había insistido en seguirlo en su viaje por Europa era que sabía que iba a asistir a la reunión anual de las brujas.

Pero en vez de exigirle que se marchara de inmediato, la volvió a sorprender diciéndole que había hablado con ella con los más viejos de la secta y que habían estado de acuerdo en abrirle la reunión, incluso en permitirle que tomara fotos. En realidad, en aquel aquelarre no había nada malo y a esas alturas de la historia sentían que ya no había motivo para mantener sus rituales en secreto.

No obstante, sí que le exigían un quid pro quo: Nicholas Marten. -Como ya habrá sospechado -le dijo Beck-, el doctor Foxx es miembro de la secta. Ahora mismo se encuentra en el monasterio de Montserrat, preparando la asamblea de la misma. Su enfrentamiento con Marten en Malta sobre su testimonio ante el comité en Washington es algo que sigue inquietándolo, y le gustaría aclarar las cosas antes de que pase más tiempo y antes de que algo se filtre a la prensa.

Si Marten viniera a Montserrat, Beck convocaría una reunión privada entre ellos dos, algo que estaba seguro que Marten aceptaría.

– De lo contrario no la habría seguido a usted hasta Barcelona ni la habría invitado a comer a Els Quatre Gats. Está claro que cree que usted puede llevarlo hasta el doctor Foxx.

Si Demi se quedó sorprendida por el conocimiento que Beck le demostraba de su reunión con Marten, no se lo demostró. En cuanto a su revelación de que ella estaba al tanto del aquelarre de Aldebarán y su implicación con el mismo, parecía creer que su interés era puramente profesional: la investigación para un reportaje de una fotógrafa y escritora. Además, lo único que le pedía era lo que el propio Marten también le había pedido: que le dijera dónde y cuándo podía encontrar al doctor Foxx.

Lo que ella no sabía en aquel momento, ni se lo había contado a nadie desde entonces, era que una segunda persona acompañaría a Marten a Montserrat: el presidente de Estados Unidos.

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