117

22.35 h


Héctor y José ya estaban en el fondo del túnel, apuntando con sus linternas hacia arriba. Cuatro metros y medio más arriba Armando se esforzaba por descender por una chimenea estrecha y empinada, ayudando a Miguel a bajar a Hap, con el brazo, por necesidad, liberado ahora del cabestrillo. Las punzadas constantes en el hombro herido habían disminuido un poco por el efecto de un analgésico engullido a regañadientes.


22.40 h


Estaban los tres todavía siete metros por arriba del suelo del túnel cuando sintieron que la tierra empezaba a temblar. A los pocos segundos lo oyeron. Uno, dos, tres, cuatro y cinco. El rugido estruendoso de helicópteros que se acercaban y pasaban por encima de ellos volando casi a ras del suelo.

Miguel miró a Hap:

– ¿Más policía? ¿CIA?

– Servicio Secreto -dijo Hap fríamente-. Enviados desde París.

– ¿Cómo lo sabe?

– ¡Porque saberlo es mi puta obligación! -le ladró Hap. Era lo último que necesitaban, más efectivos trabajando contra ellos, agentes que pensaban estar ayudando cuando, en realidad, hacían todo lo contrario-. Los habría llamado yo mismo. -Miró a Armando allí abajo-. ¿Cuánto falta?

– No mucho -dijo Miguel, y luego sonrió-. Bueno, el desnivel sigue siendo suficiente para matarle.

– La próxima vez traiga una escalerilla.


22.43 h


– ¡Láser! -dijo Marten en un susurro ronco, mientras tiraba del presidente contra la pared del túnel en la más absoluta oscuridad.

– ¿Dónde?

– Delante.

– No lo he visto.

– Se ha encendido, luego apagado. O ha sido un error o estaban probando suerte. Lo último que quieren es delatarse.

– Escuche.

Otra vez oyeron el sonido de un taladro perforando piedra.

– Está más cerca -la voz del presidente era algo más que un susurro.

– ¿Otro equipo?

De pronto se oyó el mismo sonido. Este todavía más cerca que el anterior.

– Y un tercero.

– Están delante, con láseres -dijo Marten-. No sabemos a qué distancia o cuántos son. Se están acercando por detrás. Y luego está el sonido de antes. Como si golpearan con piedras. No sé qué demonios era.

De pronto, el presidente levantó lo que quedaba de la antorcha, poco más que una brasa encendida. La levantó mucho y la acercó al rostro de Marten, para poder verlo con claridad:

– Me ha dado su palabra de que saldríamos de aquí y de que podría hablar ante la reunión de Port Cerdanya. Maldita sea, ahora no vamos a dejar que nos cojan. Le recuerdo que me ha hecho una promesa.

– Presidente, quíteme el maldito palo de la cara -dijo Marten, mirándolo.

El presidente Harris lo miró, luego bajó el mango del pico.

– Lo siento.

De pronto se vio otro rayo láser a través del túnel. Luego un segundo, esta vez más rato. Podían oír unos pasos a lo lejos, como si algunos hombres avanzaran rápidamente por el túnel hacia ellos. Desde atrás vino otro rugido de perforadora. Duró unos diez segundos y luego su tono subió bruscamente. De inmediato, el quejido disminuyó.

– Ya han perforado -dijo el presidente.

– Deme esto -dijo Marten rápidamente, agarró la antorcha encendida, y luego empezó a retroceder por donde habían venido.

– ¿Qué hace?

– Buscar ayuda, primo, buscar ayuda.


22.45 h


Marten corrió por las vías todo lo rápido que podía, casi a oscuras, con el palo encendido cerca del suelo del túnel y el presidente pisándole los talones. Luego el presidente se puso a su lado.

– Cincuenta, cien metros atrás, la antorcha se ha reavivado -Marten seguía avanzando, con la voz apenas por encima de un susurro-. Sólo un poco. No lo suficiente como para pensarlo en aquel momento, pero sí que había algún tipo de corriente aérea. Tal vez una grieta en la pared lo bastante ancha para que nos podamos colar por ella hasta que pase el tipo del láser y luego volvamos por donde hemos venido, hacia donde íbamos. Si han entrado es que hay manera de salir.

Detrás de ellos, un rayo de láser rebotó contra la pared del túnel. Ahora oían el eco de unas voces delante de ellos. Marten corrió veinte metros más y luego aflojó el paso.

– Por aquí -se detuvo y pasó el palo incandescente por el suelo, y luego por las paredes.

Nada.

Otro rayo de láser rebotó en el techo del túnel tras ellos.

De la oscuridad, delante, venía el ruido regular de pies que corrían.

– Venga -lo apremió el presidente.

– Nada. Tal vez me equivocara.

Marten empezó a moverse y, de pronto, la antorcha se reavivó.

– ¡Ahí! ¡Lo he encontrado!

Marten se apartó y acercó la llama a la pared. La llama creció. Luego lo vieron. Una pequeña abertura de un metro cuadrado en la pared del túnel justo cuando se juntaba con el suelo, y casi escondido entre las juntas de madera de las vías de las vagonetas.

Marten se acercó más y la llama se reavivó.

Otro rayo láser les llegó por detrás. Esta vez duró más e iluminó toda la galería hasta un kilómetro y medio hacia atrás. El sonido de hombres que corrían hacia ellos desde el otro lado se hizo más evidente.

– Métase dentro -ordenó Marten.

El presidente se puso a cuatro patas y se metió en la rendija. En una décima de segundo Marten lo siguió. Así, desaparecieron. El túnel en el que acababan de estar quedó negro como el carbón, como si jamás hubieran estado en él.

Загрузка...