Barcelona, hotel Rivoli Jardín, 2.15 h
La ciudad seguía de fiesta. Bocinas, coches, motos, tráfico interminable. El sonido de jazz brasileño se filtraba a través de las dobles ventanas.
El presidente Harris dormía en la cama y Marten permanecía acurrucado en un pequeño sofá a su lado cuando el timbre del móvil de Marten los despertó a los dos.
– ¿Quién es? -Harris se puso alerta de inmediato.
– No lo sé.
El teléfono volvió a sonar.
– Será mejor que conteste.
Marten cogió el móvil de una mesita a su lado y lo descolgó:
– ¿Hola?
– Soy Demi. -Hablaba a media voz pero al mismo tiempo su tono parecía apremiante-. Se ha ido usted del hotel, ¿dónde está? Necesito verle de inmediato. No quiero hablar por teléfono.
El presidente encendió la lámpara que tenía en la mesita justo cuando Marten tapaba el auricular del teléfono.
– Es una mujer. Quiere verme ahora mismo. Hace cuatro horas hubiera matado por esta llamada.
Harris sonrió.
– No es lo que se imagina. -Destapó el teléfono y habló-: ¿Sigue usted en el Regente Majestic?
– Sí.
– Un segundo. -Volvió a tapar el aparato y se dirigió a Harris-. Tiene que ver con la muerte de Caroline. La mujer se llama Demi Picard; es una periodista francesa que viaja con el capellán del Congreso, Rufus Beck. Están los dos en Barcelona. -Marten vaciló unos instantes y luego prosiguió-. No sé si está usted al tanto, pero el reverendo es muy amigo del doctor Merriman Foxx.
– ¿El mismo Merriman Foxx que yo conozco?
– Sí -asintió Marten, y luego habló al teléfono-. Deme su número de móvil y la llamaré. -Marten garabateó el número en un bloc de notas-. En cinco minutos.
Colgó, miró al presidente y se puso a contarle lo que le había contado a Fadden: que había seguido a Foxx hasta su residencia de Malta y se las había arreglado para hablar con él fingiendo formar parte del personal de la congresista Baker y diciéndole que necesitaba completar información antes de finalizar el informe del subcomité; que se habían encontrado en un restaurante y que Beck, otra mujer y Demi Picard lo acompañaban; que le intentó sacar información sobre su programa de armas biológicas y que mencionó los nombres de Caroline Parsons y de su doctora, Lorraine Stephenson; que se había inventado que Mike Parsons había dejado escrito un memorando que cuestionaba la veracidad de su testimonio. Y luego la reacción furiosa de Foxx a todo ello.
– Por la mañana me enteré de que él y el reverendo Beck habían abandonado Malta repentinamente hacia destinos desconocidos. La señorita Picard también se iba y no quiso tener nada que ver conmigo cuando le pregunté, pero acabé enterándome de adónde iba y la seguí hasta Barcelona.
»Ha dicho que sabía usted que Caroline Parsons había sido asesinada, señor presidente. Me pregunto si sabe que Foxx está detrás del asunto, él y la misma doctora Stephenson a la que negó conocer. Le inocularon algún tipo de bacteria que la mató. Estoy casi seguro de que fue uno de sus experimentos, una parte de su programa de armas biológicas que se supone que se había destruido, pero no. Es lo que el comité de Mike Parsons estaba investigando cuando él y su hijo fueron asesinados. Desconozco la relación de Beck con el asunto, pero Foxx y él están aquí para reunirse en algún sitio, y pronto. Tal vez mañana. Demi sabe más sobre el tema o no me estaría llamando así -Marten vaciló, sin saber cómo formular la parte siguiente, pero el presidente lo hizo por él.
– Piensa usted que el doctor Foxx forma parte del complot contra mí.
– Tal vez, pero no hay pruebas. Lo único que sé es que estuvo en el centro de las sesiones del comité, negando que su programa siguiera existiendo, mientras por otro lado seguía aplicando sus experimentos a seres humanos vivos como Caroline Parsons.
– ¿Qué implicación tiene en el caso esa señorita Picard?
– Se supone que ha utilizado al reverendo Beck para acercarse a Foxx. Su hermana desapareció de Malta hace dos años y ella pensó que tal vez Foxx le podría abrir algunas puertas para descubrir lo ocurrido, o al menos, eso es lo que me ha dicho.
– De modo que está aquí de manera accidental.
– Es posible, pero es posible que no. No lo sé. Pero la figura central aquí es Foxx. No sólo sabe el cómo, sino también el porqué de la muerte de Caroline, y estas dos preguntas pueden tener mucho que ver con el caso contra el que usted lucha.
El presidente desvió la mirada, tratando de digerir toda aquella información.
– Si tiene usted razón, ésta es la parte del paquete que faltaba, los medios de lo que planean hacer. Sé que debería sorprenderme de la implicación del reverendo Beck, pero ahora ya nada me sorprende.
Se volvió y Marten pudo ver la angustia reflejada en sus ojos.
– Están planeando algo horrible, señor Marten. Más terrible, creo, de lo que ni usted ni yo podamos imaginar. Conozco una parte, pero del resto no sé nada. Todo el asunto ha surgido como de la nada. Es un inmenso fracaso por mi parte; debí sospechar que algo estaba ocurriendo y no lo hice. Como le he dicho antes, el margen de tiempo que tengo para maniobrar es increíblemente corto. Y si me encuentran, es nulo.
Marten hizo un gesto hacia el teléfono.
– Tal vez ella pueda ayudarnos. Cuánto, no tengo ni idea, pero es más de lo que tenemos hasta ahora.
Harris lo miró.
– Me ha dicho que ella no quería tener nada que ver con usted, ¿qué le hace pensar que ahora puede confiar?
– Es la pregunta del millón de dólares.
– ¿Puede usted fiarse de ella, señor Marten?
– Al salir de mi hotel en Malta me estuvo siguiendo un joven durante todo el camino, hasta Barcelona. En el aeropuerto cambió por otro: el hombre muerto de la foto del periódico. Nos siguió a Demi y a mí hasta un restaurante al que fuimos a hablar. Luego yo traté de enfrentarme a él y de interrogarle, pero salió corriendo y le perseguí. Entonces fue cuando le atropello el camión.
– ¿Cree que es Foxx quien mandó seguirle?
– Sí, para ver a quién informaba.
– ¿Y piensa que esa mujer, Picard, puede tener algo que ver?
– Eso es lo que no sé. Puede que sea de fiar y nos sea de ayuda, o puede que nos hunda del todo. Para mí es una cosa; para usted, presidente, el asunto es totalmente distinto. Creo que… Lo que quiero decirle… es que la decisión es suya.
Marten vio al presidente Harris vacilar por un breve instante y luego tomar una decisión:
– Pídale que venga aquí ahora mismo -dijo-, pero que no le diga a nadie adonde va. Dele el número de habitación y que suba directamente. No le diga nada sobre mí.
– ¿Está seguro?
– Sí, estoy seguro.