22.24 h
Marten y el presidente Harris medio corrían, medio andaban, manteniéndose expresamente en las traviesas de madera del monorraíl para evitar dejar huellas o rastro de su paso por allí.
El hecho de que el presidente tuviera treinta años más que Marten cambiaba poco las cosas. Ambos estaban sudorosos y agotados y corrían por inercia. Su estado mental y físico había empeorado por la certidumbre de que era sólo cuestión de tiempo, minutos, hasta segundos, que sus perseguidores encontraran uno o más de los ventiladores que los llevarían a la galería inferior en la que ahora se encontraban.
Lo mejor que podían hacer era confiar en que alcanzarían el fondo del túnel antes de que eso sucediera, y que cuando lo hicieran tendrían el tiempo suficiente de encontrar la entrada por la que Foxx llevaba a sus víctimas para meterlas en los tanques de conservación. Sin embargo, con todo lo esperanzadora que resultaba esta idea, planteaba otra cuestión: ¿y si aquella zona, fuera lo que fuese, seguía en activo? ¿Y si había guardas, o algún otro tipo de personal de Foxx? Era una idea terrible que en estos momentos no los llevaba a ninguna parte. Sólo les quedaba una dirección posible: ir hacia delante.
22.27 h
El asesor de Seguridad Nacional, Marshall, estaba acurrucado tomando notas en su portátil al fondo del Chinook cuando la puerta de la nave se deslizó y apareció Jake Lowe empapado por la lluvia. Delante, la tripulación del helicóptero dormitaba en la cabina. Por el centro, el equipo médico i jugaba a las cartas. Mientras tanto, la comunicación permanente de Bill Strait con los equipos de rastreo que trabajaban bajo tierra crepitaba sin cesar por el sistema de altavoces.
Lowe se dirigió directamente a Marshall:
– Necesito hablar contigo -le dijo-. A solas.
Al cabo de treinta segundos abandonaron el calor y la luz de la cabina del Chinook y se metieron bajo la oscuridad y la lluvia. Lowe cerró la puerta detrás de ellos. Marshall se subió la capucha de la parka.
– Traición -dijo Lowe temeroso, mientras levantaba un dedo en dirección a las montañas iluminadas por destellos intermitentes de rayos-. Pon que sale de estos túneles con vida. Habla y la gente se lo empieza a creer. Lo mismo que Hap dijo poco tiempo después de que todo esto empezara… ¿Qué ocurrirá cuando aparezca? ¿Y dónde coño está Hap? -Lowe prosiguió-. ¿Le han disparado de verdad? ¿Está muerto, o está por ahí, enterado de todo el pastel y tratando de ponerle remedio?
Marshall lo escrutó. Lo que vio fue a un hombre mentalmente fatigado, un Lowe cada vez más nervioso que estaba empezando a perder su autocontrol.
– Andemos un poco -dijo Marshall, llevándolo bajo la lluvia hacia una explanada rocosa y fuera del radio de luz del helicóptero-. Jake, estás cansado -dijo, al cabo de un rato. «Paranoico» era la palabra que quería utilizar, pero no lo hizo.
– ¡Todos estamos cansados! -le respondió Lowe-. ¿Cuál es la diferencia? El tema es que tenemos que cancelar lo de Varsovia. Ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde para hacerlo. Si lo hacemos y sale de esos túneles acusándonos y advirtiendo a los franceses y alemanes, y luego no pasa nada, quedará como un loco, un pirado, como lo planeamos al principio. Pero si luego los asesinatos tienen lugar, lo que nos espera a todos es el verdugo. Y tampoco será sólo por traición. Hay otras cosas de las que nos pueden acusar, en especial cuando descubran lo de Foxx y todo lo que estaba haciendo. El mismo tipo de asuntos que salieron de los juicios de Nuremberg. Crímenes de guerra: ejecución de experimentos médicos sin el consentimiento del paciente. Conspiración para cometer crímenes de guerra. Crímenes contra la humanidad.
Se alejaron más bajo la tormenta.
– Creía que ya lo habíamos hablado, Jake. -El tono de Marshall era sereno, totalmente despojado de emoción-. Cancelarlo ahora es imposible. Hay demasiadas cosas que ya están en marcha.
La lluvia empezó a caer con más fuerza. Los rayos danzaban por encima de las colinas cercanas. Lowe no aflojaba.
– No entiendes nada de lo que te digo, ¿no? ¡Sigue siendo el puto presidente! ¿Y si sale de esos túneles con vida y habla, y luego se cometen los asesinatos? ¡Por Dios, haz el favor de escucharme! El vicepresidente tiene que retirar su orden. ¡Ahora! ¡Esta noche! Si no lo hacemos estaremos perdidos.
Estaban a treinta metros del Chinook. A la misma distancia a su izquierda se veía la luz del puesto de mando.
– ¿Realmente piensas que va a salir vivo y que no podremos hacerle frente?
– Exactamente, creo que va a salir vivo y que no podremos hacerle frente. No estamos preparados para una situación así; nadie lo tenía previsto.
En aquel preciso instante un potente rayo iluminó todo el paisaje a su alrededor. Por un instante, todo quedó bañado en luz de día. Pudieron ver el terreno escarpado, el Chinook, la tienda improvisada que albergaba el puesto de mando, los cañones empinados que caían bruscamente junto al sendero en el que se encontraban. Luego volvieron a quedar sumidos en la oscuridad y se oyó el fuerte estruendo de un trueno.
Marshall tomó a Lowe del brazo:
– Vigila, es un sendero estrecho y no querrás caerte por ahí.
Lowe le apartó la mano:
– ¡Maldita sea, sigues sin escucharme!
– Te estoy escuchando, Jake, y creo que tienes razón. -Marshall tenía una actitud serena y razonable-. Nunca previmos una situación así, ninguno de nosotros. Tal vez el riesgo sea demasiado grande. No podemos arriesgarnos a estropearlo todo, no a estas alturas del juego. -Otro rayo y Marshall miró a Lowe a los ojos-. Está bien, Jake. Hagamos esa llamada. Les decimos lo que pensamos y que el vicepresidente retire la orden. Lo dejamos todo en suspenso.
– Eso está bien -dijo Lowe, inmensamente aliviado-. Está muy, pero que muy bien.