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12.44 h


El cremallera verde y amarillo llegó a la estación de arriba y se detuvo. En un momento, un operario abrió las puertas y los pasajeros empezaron a desfilar. Marten miró al presidente, luego salió detrás de una pareja de italianos y empezó a subir por el camino que llevaba al monasterio.

Al cabo de cuarenta segundos llegó arriba del camino y se detuvo. El complejo monástico quedaba delante de él. Los edificios que veía parecían estar todos construidos con la misma piedra caliza o arenisca de color beis. El edificio que quedaba más cerca de él y al otro lado de una calle adoquinada tenía una altura de siete pisos. Otro cercano tenía ocho pisos, y otro al lado tenía diez y una especie de torre campanario arriba. Y eso era sólo una parte del conjunto. La principal atracción, la basílica, estaba al otro lado de una amplia plaza y en la parte superior de una ancha escalinata de piedra, ambas repletas de turistas.


12.50 h


Marten se paseó tranquilamente por la plaza para facilitarle a Beck la tarea de encontrarlo. Mientras caminaba, un hombre lo adelantó y siguió andando. Era el presidente Harris.


22.52 h


Marten siguió andando. Delante de él vio al presidente girar a la izquierda, adelantar a un grupo de turistas y su guía y luego desaparecer detrás de ellos, siguiendo las instrucciones de Miguel, en dirección" al hotel Abat Cisneros y al restaurante que formaba parte del mismo.

Marten aflojó el paso y miró a su alrededor, haciéndose pasar por el típico recién llegado que trata de situarse y decidir lo que va a visitar. Se preguntó si Demi les habría mentido. Si tal vez ni ella, ni Beck, ni Luciana, ni el mismísimo Merriman Foxx, estaban remotamente cerca de allí. Si, quizá, los había mandado a muchos kilómetros lejos mientras ella y los otros se encontraban con Foxx en algún otro lugar, tal vez incluso en la misma Barcelona.

– Señor Marten. -La voz profunda y aterciopelada del reverendo Rufus Beck lo llamó de repente. Marten levantó la vista y vio al capellán del Congreso que se dirigía a solas hacia él, como si viniera de la basílica-. Señor Marten -volvió a decirle al llegar adonde estaba-. Qué agradable volver a verlo. La señorita Picard me dijo que tal vez viniera.

– ¿Ah, sí? -dijo Marten, tratando de fingir sorpresa.

– Sí -dijo Beck, con una cálida sonrisa-. Justo ahora salgo de un servicio; quizá le gustaría tomar un café con nosotros.

– «Nosotros» se refiere a usted y la señorita Picard, supongo.

– Habrá dos personas más, señor Marten. Una buena amiga mía, de Italia, que se llama Luciana, y un amigo suyo, el doctor Foxx.

– ¿Foxx?

Beck volvió a sonreír:

– Me ha pedido que salga a buscarle. Tiene ganas de disipar cualquier duda que le hubiera podido quedar a raíz de la conversación que mantuvieron en Malta. El restaurante del hotel de aquí tiene una sala pequeña y privada en la que pueden hablar tranquilamente.

– ¿El restaurante?

– Sí, a menos que prefiera reunirse con él en cualquier otro lugar.

Marten sonrió ante la ironía. Aquí estaban, con la intención de atraer a Foxx al restaurante, y ahora resultaba que era él quien lo invitaba a ir. El reservado podía ser un problema, pero con Beck, Demi y Luciana allí sería mucho más fácil decirle a Foxx que prefería hablar con él a solas y proponerle dar un paseo por el aire libre.

– El restaurante me parece bien, reverendo -dijo, amablemente-. Estaré encantado de escuchar lo que el doctor Foxx tiene que decirme sobre mis «dudas».

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