1.22 h
Hap ¿estás ahí? ¿Estás con el POTUS?
¡Es muy URGENTE! ¡Por favor, responde de inmediato!
Bill
Hap apagó la BlackBerry y le quitó la batería con la máxima celeridad para evitar la detección electrónica que sabía que Bill Strait habría ordenado.
Lo que el SMS de Bill significaba era que habían logrado la confesión de los muchachos y estaban tratando de saber si estaban en el interior de los túneles o ya en la superficie. Era el motivo de la presencia del helicóptero dual que sobrevolaba y vigilaba con faros la zona del cañón por la que pasaban la primera vez que vieron pasar a los helicópteros. Ahora ya se encontraban al pie del sendero y habían alcanzado el arroyo. Por el sonido, aunque era distante, estaba seguro de que las naves se habían posado, y eso significaba que tal vez tuvieran a más efectivos en el suelo. Oscuro o no, con o sin lluvia, estaban ya cazando para encontrarlos.
De pronto se volvió hacia Miguel:
– No sé si hemos dejado huellas que puedan seguir, pero deberíamos meternos por el agua. Por el arroyo, por alguna zona de charcos, cualquier cosa que nos permita seguir avanzando sin dejar rastro.
Miguel asintió con la cabeza y corrió a atrapar a José.
1.25 h
La inspectora Díaz se dirigió a Bill Strait:
– Destacamento de CNP. Han encontrado huellas recientes en el suelo. No son lo bastante claras para confirmar que sean humanas.
– ¿Qué creen? -James Marshall estaba a su lado.
Díaz habló en español por su micro y luego se volvió de nuevo hacia ellos:
– Dos personas, tal vez más. La lluvia ha borrado la mayor parte. Pero sigue siendo posible que fueran de animales.
– ¿Cuántos hombres tenemos ahí arriba? -preguntó Marshall.
– Veinte. Dos unidades de diez.
Marshall miró a Bill Strait:
– Hay que cuadruplicarlo rápidamente. Servicio Secreto y CIA.
– Sí, señor.
– ¿Seguimos sin noticias del satélite?
– No, señor. Sólo detecta frío. Nos iría mucho mejor sin la lluvia y la oscuridad.
– Nos iría mucho mejor sin nada de esto.
1.44 h
Avanzaban hundidos hasta las rodillas por un torrente de aguas rápidas, normalmente seco pero ahora con un caudal de casi tres metros de ancho. La oscuridad y el desconocimiento del terreno hacían que el avance fuera lento. Las mantas térmicas parecían haber funcionado hasta el momento, pero les dificultaban la respiración, y ver a través de los agujeros de los ojos resultaba difícil incluso con luz de día. Además, el profundo cansancio empezaba a apoderarse de ellos, desde el joven José hasta todos los demás.
Marten se metió distraídamente la mano en el bolsillo y tocó la tarjeta de seguridad de Merriman Foxx y su aparato tipo BlackBerry que todavía conservaba. Ambos objetos representaban pruebas, motivo por el cual los conservaba, y ahora estaba preocupado porque el aparato se pudiera mojar, aunque no podía hacer nada por evitarlo. Entonces retrocedió un poco para poder hablar con el presidente.
– Presidente, necesitamos descansar. Todos, incluido José. Si le perdemos nos convertiremos en cuatro pobres tipos deambulando en la oscuridad.
El presidente estaba a punto de responder, pero sus palabras fueron interrumpidas por el rugido atronador de un helicóptero militar de ataque que de pronto se inclinó a través del cañón por encima del riachuelo, dirigiéndose directamente hacia ellos.
Su potentísimo reflector iba oscilando sobre el terreno, iluminando el camino del piloto y, al mismo tiempo, envolviendo el paisaje en haces de luz tan fuertes como la luz del día.
– ¡Al suelo! -gritó Marten.
Los cinco se tumbaron en el agua un segundo antes de que el helicóptero pasara por encima de sus cabezas.
– ¿Nos ha visto? -dijo el presidente, levantando la cabeza.
– Ni idea -gritó Hap.
– ¡A los árboles! -gritó José en catalán-. Hay árboles en la orilla derecha.
Miguel gritó la traducción.
– ¡Vamos hacia ellos! -aulló ahora Hap, al tiempo que se echaban a correr en aquella dirección.
Uno tras otro, remontando una empinada colina y refugiándose bajo un manto de coníferas.
1.53 h
– ¿Y ahora qué? -dijo Miguel, mirando de nuevo hacia el riachuelo, antes de agacharse junto a los demás.
– Lo veremos en unos veinte segundos -dijo Hap en voz baja, antes de mirar al presidente-. Woody.
– Lo sé.
– ¿Qué o quién es Woody? -preguntó Marten.
– El mayor George Herman Woods. Es el piloto del Marine One, el helicóptero presidencial. Antiguo oficial de combate. Se cree que es el mejor aviador. Y lo es, por desgracia.
El cálculo aproximado de Hap de veinte segundos duró sólo doce. Esta vez oyeron el ruido acompasado del rotor antes de ver el helicóptero. Apareció de nuevo por encima del cañón con la misma trayectoria curva de antes. Con la misma rapidez, pasó de largo y se marchó. Arriba y por encima de un barranco empinado, con la luz roja del rotor de la cola haciendo intermitencias.
– Si nos hubiera visto la primera vez, hubiera vuelto y se hubiera mantenido inmóvil -dijo Miguel.
– No -dijo Hap-. Ha hecho exactamente el mismo recorrido las dos veces. Estaban filmando. La primera vez le ha parecido ver algo; ahora mirarán las dos veces y compararán.
– Miguel -dijo el presidente de pronto-. ¿A qué hora amanece?
– Un poco antes de las ocho. Empieza a clarear hacia las siete.
El presidente miró a José:
– ¿A cuánto estamos ahora de la estación de invierno, en distancia y tiempo? -preguntó en español.
– A unos doce kilómetros siguiendo el recorrido más recomendable, bajo los árboles y por lugares en los que no dejaremos huellas. Unas tres horas más.
Por unos instantes se impuso el silencio. Sólo se oía el agua que corría más abajo y el chapoteo de la lluvia que caía de los árboles. Entonces, en medio de la oscuridad, Miguel habló.
– José -dijo, a media voz, en español-. El presidente habla español bastante bien. ¿Podrías llevarlos tú solo?
– ¿Por qué? -preguntó el presidente.
– Quién sabe lo que vio la cámara del helicóptero. Tal vez nada, o tal vez todo. Quizá no lo puedan saber exactamente. Si un hombre se marcha ahora y deja huellas para que lo sigan y los otros continúen por las rocas sin dejar rastro… -Su voz se apagó y luego se recuperó-. Quién sabe a cuántos creen estar buscando, pero al que quieren es a uno. El presidente. Con Héctor y Armando ya ganamos un poco de tiempo. Tal vez así yo os pueda proporcionar más.
– Miguel, no sabemos nada -dijo el presidente.
– Creo que podemos suponerlo, primo. -De pronto, Miguel se levantó y sacó la automática Steyr de debajo de su manta térmica-. Ya no la voy a necesitar. Si me encuentran armado se pondrán nerviosos. -Se la ofreció a Hap-. Seguid a José, nos volveremos a ver cuando sea el momento. Buena suerte a todos.
Se dio la vuelta decidido, se tomó unos segundos para orientarse y se marchó sin decir nada más.
Lo miraron alejarse durante un breve instante y luego Hap miró al presidente.
– Presidente, dígale a José que nos vamos.