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17.58 h


El presidente John Henry Harris observó cómo el paisaje, antes campestre, se iba volviendo suburbano y luego urbano a medida que el tren Altaria n.° 01138 se acercaba a Barcelona. A lo lejos podía ver la luz del sol brillando sobre el mar Mediterráneo. En cinco minutos llegarían a la estación de Barcelona-Sants. Su plan era conectar con el Catalunya Express de las 18.25 que, si no había problemas, lo dejaría en Girona a las 19.39. Una vez allí no podría llamar a la casa del rabino David Aznar porque sabía que sus teléfonos estarían intervenidos por alguna pieza de la maquinaria de inteligencia de Hap Daniels; eso significaba que debería encontrar la casa por sus propios medios. Había llegado hasta aquí sin ser descubierto y debía confiar en su suerte y pensar que podría proseguir su camino sin problemas.


18.08 h


El Altaria entró en la estación de Sants con cinco minutos de retraso. John Henry Harris se levantó con el resto de los pasajeros que recogían sus cosas.

Saludó con la cabeza a Fernando Alejandro Ponce, su compañero de butaca artista, y luego siguió a los demás para bajar del tren. Al hacerlo, el corazón se le volvió a subir a la garganta. Policías armados y uniformados bloqueaban todas las salidas y comprobaban la identificación de todo aquel que salía del andén. Las colas eran interminables. Lo único que se le ocurrió a Harris era que Hap Daniels -bajo las órdenes del director del Servicio Secreto en Washington, o del secretario de Seguridad Nacional, o del vicepresidente Hamilton Rogers y el resto de «colegas» de Jake Lowe- había decidido poner la directa. Significaba que este tipo de comprobaciones se estaban llevando a cabo por toda España, por no decir toda Europa.


18.12 h


El presidente Harris estaba en la cola de la taquilla para comprar el billete del Catalunya Express que debía partir hacia Girona en trece minutos. No había comprado el billete desde Madrid intencionadamente, puesto que no quería alertar a nadie que pudiera haberlo reconocido, o que pudiera ser interrogado a posteriori -particularmente al vendedor del billete-, del destino de su periplo. Pero ahora deseaba haberlo hecho. La cola para comprar billetes era larguísima y la policía se paseaba arriba y abajo, escrutando atentamente a los que compraban. Y no sólo aquí, sino en todas las taquillas.


18.19 h


La cola iba avanzando a paso de tortuga, La gente a su alrededor murmuraba sobre lo que ocurría. Entre ellos también había miedo, con el recuerdo del horror vivido en Atocha el 11 de marzo del 2004 todavía doloroso en sus memorias. Sin duda se preocupaban por las fuerzas de seguridad que los rodeaban. Muchos esperaban que una bomba hiciera explosión en cualquier momento.


18.22 h


La cola se iba acortando y Harris podía ver ahora a los vendedores que dentro de sus cabinas comprobaban la identificación de todo aquel que compraba un billete, mientras algunos miembros de la policía nacional supervisaban la operación desde dentro.

Lenta, fácilmente, se apartó de la cola y anduvo hacia el lavabo de caballeros. Lo que debía hacer ahora era salir de aquel edificio y encontrar alguna otra manera de llegar a Girona. Cuál, no lo sabía, porque estaba convencido de que cualquier estación de tren o autobús estaría sometida a la misma estricta vigilancia.

Harris pasó por delante de uno de los paneles de distribución del periódico gratuito ADN, en su edición vespertina. En la portada había una foto suya bajando de la limusina presidencial, tomada en algún punto el día anterior. El titular en español decía:


«HARRIS ESCAPA A UNA AMENAZA TERRORISTA EN MADRID»


Siguió andando cabizbajo, pasando por delante de tiendas, restaurantes y de un infame número de policías uniformados. Finalmente llegó al lavabo de hombres y se metió dentro, pasando frente a un policía apostado justo dentro de la puerta. Había media docena de hombres que usaban los urinarios. Harris se dirigió rápidamente a uno de los retretes y cerró la puerta. ¿Qué iba a hacer ahora? Estaba viviendo la mayor pesadilla imaginable. Deseó con todas sus fuerzas despertarse y descubrir que todo había sido sólo eso, una espantosa pesadilla. Pero no lo era y él lo sabía. Tenía que encontrar una manera de salir del edificio, aunque no sabía nada de Barcelona, por no decir de cómo llegar a Girona en algún medio de transporte seguro.

Se sentó en el retrete e intentó pensar. De momento, al menos aquí, con la puerta de la cabina cerrada, estaba a salvo. Pero eso duraría solamente hasta que alguien tratara de utilizarlo o el policía apostado en la puerta empezara a sospechar y se acercara a comprobar qué ocurría. Su primera ocurrencia fue llamar al rabino David a Girona y pedirle que cogiera el coche y viniera a Barcelona a recogerlo, y luego que pensara en un lugar en el que encontrarse y esconderse mientras no llegaba. Pero sabía, por lo que estaba viendo en la estación, que eso estaba fuera de cuestión. Si antes había pensado que los teléfonos del rabino podían estar controlados, ahora no le cabía ninguna duda. Al parecer, cada centímetro cuadrado de todo el territorio estaba controlado. Sus perseguidores, aunque ellos no lo supieran, estaban literalmente a pasos contados de él.

Eso significaba que debía actuar más lentamente y hacerlo paso a paso, como lo había hecho en el Ritz. Lo primero era encontrar la manera de salir de la estación. Una vez en la calle podría decidir el paso siguiente. Para hacerlo, tenía que hacer lo mismo que había hecho en Madrid: utilizar sus conocimientos de la estructura de los edificios públicos y utilizar el interior mecánico de la estación -los pasadizos ocultos que contenían los sistemas de calefacción, ventilación, fontanería y sistema eléctrico- como salida, de la misma manera que un ratón encontraría su salida al aire libre.

Se levantó y tiró de la cadena, y cuando estaba a punto de salir vio un ejemplar doblado de ADN 2 con su foto en la portada tirado en el suelo, cerca de sus pies. De inmediato lo vio como un accesorio, algo que podía utilizar para disimular un poco su rostro mientras cruzaba la estación hasta que encontrara una entrada por la que colarse a los pasillos de mantenimiento que buscaba. Además, tal vez se enterara un poco de la historia que el departamento de Prensa de la Casa Blanca había utilizado como cortina de humo y así, sabría cómo sus supuestos amigos, en especial el maestro de la manipulación, Jake Lowe, se las habían arreglado para disparar la alarma general sin decir la verdad ni alterar al público más de lo que ya habían hecho.

Harris recogió rápidamente el periódico, se lo metió bajo el brazo, volvió a tirar de la cadena, abrió la puerta del baño y salió.

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