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Estación de tren de la SNCF Chantilly-Gouvieux.

Chantilly, Francia, 7.44 h


Con una bolsa de golf colgada de un hombro y la maleta en la mano, Victor subió al vagón de primera clase número 22388 del tren de Chantilly a París y se sentó en una butaca de ventana cerca de la parte delantera.

Diez minutos antes se había marchado de su hotel y había tomado un taxi hasta la estación. Para entonces, casi todo el frenesí anterior se había calmado. Los coches de policía, el equipo de situaciones de emergencia y las ambulancias ya habían desaparecido hacía rato por una curva del camino en dirección, según le dijeron, a un lugar que él conocía bien: el Coeur de la Forêt.

– Deja el arma y márchate -le había dicho Richard por el auricular.

Y él lo hizo, de la misma manera que dejó un rifle M14 parecido en el despacho alquilado de Washington hada cuatro días, cuando disparó y mató al colombiano que llevaba la cazadora de los New York Yankees mientras salía de Union Station.


7.50 h


El tren dio una sacudida y empezó a avanzar. Al hacerlo, Victor vio un coche de policía que entraba en el aparcamiento de la estación y a cuatro policías muy armados que salían de él. Por unos instantes se puso tenso, pensó que tal vez el jefe de estación había sido alertado y que pararían el tren, interrogarían a sus pasajeros sobre el incidente que acababa de ocurrir poco más de noventa minutos antes, en el que alguien oculto en el bosque había matado a balazos a dos jinetes que se entrenaban en la pista de prácticas de Chantilly. Alguien que era un tirador excelente y que se había cargado a los dos hombres de un solo disparo desde una distancia de cien metros, cuando pasaron en sus purasangres corriendo codo con codo y la bala perforó el cráneo del primero y luego, una milésima de segundo más tarde, el del segundo. Alguien que, mientras los caballos sin jinete seguían corriendo, dejó el arma del crimen atrás y sencillamente se marchó andando bajo la espesa bruma matinal del Coeur de la Forêt.


7.52 h


El tren aceleró y en un abrir y cerrar de ojos la estación de Chantilly-Gouvieux desapareció de su vista. Victor se reclinó en su asiento y se relajó. Richard le había dicho que no tenía de qué preocuparse, que se tomara su tiempo y se bebiera un café, incluso que desayunara; que no se apresurara a marcharse. Tenía razón. En cada paso Richard había tenido razón.

Miró por la ventana y contempló el paisaje rural francés. Aquí, como en el Coeur de la Forêt, los árboles de hoja caduca empezaban a brotar con un verde esplendoroso, a la espera de un verano glorioso. Se sintió feliz, hasta travieso, y muy vivo.

Como un chico de cumplir catorce años que empezara a descubrir el mundo a su alrededor.

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