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23.30 h


El asesor de Seguridad Nacional James Marshall estaba sentado ante una pequeña mesa plegable en la tienda del puesto de mando. Estaba solo, aislado para gozar de la privacidad que había pedido, y tenía el auricular conectado a una línea protegida.

Al otro lado de la misma línea estaban el vicepresidente, Hamilton Rogers; el jefe de personal del presidente Harris, Tom Curran; el secretario de Estado, David Chaplin; el secretario de Defensa, Terrence Langdon, y el jefe del Estado mayor y general de las Fuerzas Aéreas Chester Keaton, ahora a bordo de un jet rumbo a Madrid.

– Han atrapado a dos muchachos locales, supuestamente extraviados en los túneles. Sigue sin haber ni rastro del presidente ni de Marten. Ahora traen hacia aquí a los chicos para que los interroguemos. Nadie está del todo seguro de lo que está ocurriendo. -Marshall se dio la vuelta despreocupadamente y miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie de los equipos de comunicación de Bill Strait ni de la inspectora Díaz que pudiera escucharlo, y luego bajó la voz-. Debemos suponer lo mismo que hasta ahora: que los dos hombres están encerrados en los túneles fuera del laboratorio de Foxx, puesto que estaban en él cuando ha explotado y han muerto, o que me los traerán de inmediato si resulta que están vivos, y entonces los sedaremos y los mandaremos directamente a un avión de la CIA que está a la espera. Si no lo hacemos así, empezaremos a pensar como Jake Lowe, y eso no puede ser. No puede haber puntos flacos. Ninguno.

»Les recuerdo que aquí detrás hay una historia larga y potente, una historia con la que llevamos tiempo comprometidos y a la que hemos jurado fidelidad. No es la primera vez que su firmeza ha sido puesta a prueba, y no va a ser la última. Nuestra responsabilidad desde el principio ha sido asegurar el éxito de la operación que tenemos entre manos. Nada ha cambiado. ¿Estamos de acuerdo en esto, caballeros?

– Absolutamente, Jim -dijo el vicepresidente Rogers, con serenidad-. Si alguien no lo está, que lo diga ahora.

Un silencio unificado sirvió de respuesta.

– Bien -dijo el vicepresidente-. Chet, ¿tienes los detalles de Varsovia?

– Con exactitud a las 15:30 de mañana. -El general Keaton tenía el mismo tono de voz tranquilo y seguro que el vicepresidente.

– Bien. Gracias, doctor Marshall. Lo ha gestionado usted muy bien. Hasta mañana, caballeros. Buena suerte y que Dios nos acompañe.

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